No. 157/POESÍA LATINOAMERICANA RECIENTE


 
El libro de Mario (fragmentos)


Osvaldo Hernández
EL SALVADOR


Tal si llegara no la muerte
sino una parte de la muerte, justo a tiempo.


Luis la Hoz


También el ser supremo se equivoca.
Pero él corrige con milagros.

Jorge Boccanera


A la memoria de Mario Molina

 
I

de nadie son estas falsas luces
este chocar de copas
estas cuidadas muecas de vecino bueno

uno se despide ante el espejo
y se echa de nuevo a la calle
pisa las mismas grietas de la acera
el mismo estiércol seco de todos los perros del barrio
menos del tuyo
porque no tienes uno que te ofrezca un rabo alegre si regresas

y repites el mismo camino
y no piensas en la muerte
y la muerte existe y busca y encuentra
pero no la ves
y vuelves de noche
y abordas la misma acera
y cruzas el umbral
y no la ves

y Mario está envuelto en todos sus dolores
el riñón seco
el cansancio agudo
el hígado obsoleto
y la bandera blanca del vencido en la mirada
y no la ves
a ella no la ves

pero suena el teléfono e imaginas su voz
y piensas en la línea horizontal en la pantalla
y en Mario
que vacío de dolores
apaga la luz
y sonríe


II

la muerte era una angustia lejana
era un trámite extraño
era ciertos rostros aturdidos y sus ojos

también solía ser el café oportuno a la hora en que las velas se van
    adormeciendo
justo cuando dentro flota Dios en un murmullo de oraciones
y en la acera de enfrente
alguien pierde con visible enfado su última mano de póquer

así de ajena era la muerte

hoy es una madrugada con neblina
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las pastillas intactas en la cómoda
y un golpe en el corazón
cuando suena el teléfono


III

nada te llevaste
nos dejaste todo
te quedaste todo

están aquellos que inauguran con su huella otros caminos
sé de otros que bendicen nuevas aguas
con el fuego de sus labios marchitos

pero tú nada te llevaste

tu último regalo fue una flor de luz en la sonrisa
me lo dijo tu muchacho
el que perpetua tu nombre
el que echa a olfatear su corazón
por todos los rincones de esta casa que siempre te respira
de estos muros donde paso mi mano y te encuentro
de este suelo sumiso a tu andar sordo y leve

nada te llevaste
porque nada se llevan los que nunca se marchan
los que incendian sus naves
con una flor de luz en la sonrisa


IV

Mario amaba el cine
poco menos que a Elena
quien amaba a Mario mucho más que a la voz de Raphael

Mario odiaba las armas
excepto si Clint Eastwood cortaba de un tiro la soga de la horca
o si Charles Bronson mataba delincuentes
desde la ventana de una viejecita

por ahí andaba su noción de justicia
amar y odiar con equilibrio

una noche los hombres de la causa le ofrecieron la inmortalidad en la línea de
    fuego
a Mario le bastó señalar a sus cuatro hijos
para que ellos se marcharan con una mordida en el pecho
otra
llegó la Guardia a buscar armas
y los niños dijeron que ésas no son cosas para preguntar a los chicos
y ellos se largaron
con una vergüenza más en sus pesados cascos

Mario amaba a su moto poco más que a la mesa de billar
pero una mañana
Elena recibió una bolsa con ropa llena de agujeros y sangre
y corrió al hospital

a Mario nunca le devolvieron sus pantorrillas
y la moto
en calidad de pieza de museo familiar
se fue haciendo nostalgia enmohecida

jamás se supo quién hizo gritar la metralleta aquella noche
pero seguro que no fue Clint Eastwood
seguro que no fue Charles Bronson


Osvaldo Hernández (Chalatenango, El Salvador, 1976). Es poeta y profesor de Literatura. Ha publicado el libro de poemas Parqueo para sombrillas (San Salvador, Dirección de Publicaciones e Impresos, Consejo Nacional para la Cultura y el Arte, 2004) y aparece en las antologías Trilces trópicos. Poesía emergente en Nicaragua y El Salvador (Barcelona, La Garúa, 2006) y Cruce de poesía, Nicaragua-El Salvador (Managua, 400 Elefantes, 2006). Desarrolla el Taller de Creación Literaria en el programa Escuela de Jóvenes Talentos en Letras de la Universidad José Matías Delgado y el Ministerio de Educación. Es editor asociado de Índole Editores, en San Salvador.