No. 157/DEL ÁRBOL GENEALÓGICO 


 

Casa en el viento



Claudia Posadas



 

Una ventana a mitad de la espesura,
lo recordado en la noche de sombras hirientes.

(Evocar una casa en el bosque al final del camino,
la casa donde aguarda tu heredad y está abierta para ti la habitación de los
    juegos

donde viste la Llama por primera vez,
—aunque en ese entonces no supiste que sería la última—).

Una ventana lo que se guarda solamente de todo aquello reducido a polvo,
sofocamiento, colapso de lo que se creía un recinto de la sangre
una ventana,
quizá la única pertenencia verdadera
porque fue la primera noción de inmensidad (la más íntima y poderosa),
la promesa del mundo.

Por ese espacio vivo,
liminar escenario de la materia y la luz,
se fue consumiendo la rotación de los días:
en verano, el vapor de la lluvia al disolverse en los tejados,
las espirales de hojas secas del otoño,
nubes como espíritus salvajes de los aires,
luces de la ciudad aglomerándose en murmullos creciendo-decreciendo,
el frío incandescente del haz lunar.

El cielo, en ocasiones, era un espejo reflejando la edad de la pureza
en el que solitarios cometas se perdían como niños arrojados al viento
                                                                                 (el deseo de
                                                                                 tripular la cauda
),
o en el que mínimas esferas, en la víspera de aquellas noches de magia de los 
    primeros años
(inicial misterio para abrir el corazón a otros misterios),
eran lanzadas a los aires como pequeños satélites que llevasen nuevas de este 
    mundo a otros mundos
                                                  (el deseo de enviar una palabra, la música,
                                                  el pensamiento
).

Y alguna vez, consumada la unión entre el fuego solar y las separaciones de
    vientos contrarios,
                                            La Fata Morgana
                                           La Ciudad Celeste
                     (sus ejércitos sidéreos custodiando la Rosa Coronada)
                           el espejismo desde una ventana del sueño…

Todo era una fuerza prodigándose a través del ventanal,
pero por sobre todas las cosas,
                                                     el oro de la tarde.

Y el cielo y el viento como el reino prometido,
aunque en el cumplimiento de los años
y de esas fatalidades anunciadas por quietudes repentinas del paisaje,
por retrocesos de las aguas augurándonos Tsunami,
la ventana se tornó una costumbre una indiferencia,
la grieta donde se fugó la promesa.

La ventana
como único resquicio,
un respiradero mínimo en lo alto de los muros,
era una evidencia de la cárcel, de la asfixia
y respirar era imposible
cercado el aspirar por el odio que horadaba a los muertos de esa casa.

Y sin embargo también fue la hondura de luz,
el argumento del escape.

Hoy es lo que resta del naufragio de esa casa cuyo principio y fin era el
    derrumbe,
sostenerse en ese espacio que se abisma hacia el vacío.

Y al perder el andamiaje de una casa,
qué sentido tiene lo habitado y dicho en esa entraña,
o es que todo fue un mal sueño,
una deformación de los deseos de luz y de mundo,
la trama de una conciencia ajena,
o un desafío más en los que debe templarse el espíritu.

Dónde quedó la pureza,
acaso una mentira su pequeño, pero inolvidable gozo,
qué fue de sus objetos amados,
el caer de la arena de un reloj,
los insectos de luz orbitando alrededor del asombro,
el cuaderno de los primeros signos que no pueden recordarse.

(Evocar remotamente el fuego de una casa donde nadie vivía,
una casa a lo lejos de la noche y del bosque;
también, la vaga iridiscencia de una piedra de la suerte…)

Qué fue de la inmanente pertenencia al reino,
o es que la pureza y lo vivido existen en la ausencia,
o al fondo de un espejo extraviado en memorias que no sucedieron.

Será posible mantener el temple sin los hábitos de una costumbre
y sin historia,
porque la historia misma es la negación de la voluntad construida;
cómo arrancarme la furia de encarar en sueño a los muertos,
cómo alejar esa corriente maligna que traspasa la noche
e invade mis actos como un llanto, una potencia indomeñable.

Y de nuevo hallarme en medio del bosque y las hilarantes sombras
y sin mi piedra de la suerte,
y no saber el camino a casa porque pájaros oscuros se hayan comido el rastro
    que me llevaría de regreso,
o es que a lo mejor no hay un camino porque no supe trazarlo
estancada en la trinchera de impotencia con que defendí mi índole-mis llamas
de esos muertos heridos por las leyes de su miedo y su materia.

O quizá dibujé el camino en el mapa atado en las caudas del cometa y de la
    esfera,
y que ahora son lejanos puntos de luz errando en el infinito.

Alcanzar la cauda y tal vez recuperar el mapa,
y descifrar la ruta a la casa del bosque
o el conjuro de un retorno sin duelo ni furia a la casa del odio.

(Alguien enciende un fuego en la casa a orillas del lago;
el haz del incendio, como un desborde atravesando puertas y ventanas,
deslumbra el camino…)

Alcanzar la esfera y el cometa y ser como esos niños perdidos en el viento,
con su sola libertad y su tristeza
                                                               desafiando el vacío inmenso.

 

* Claudia Posadas (Ciudad de México, 1970). Ha sido becaria del Fonca-Conaculta en el Programa de Intercambio de Residencias Artísticas para Chile (2008) y, de la misma institución, ha obtenido las becas de Jóvenes Creadores en poesía (emisiones 2000 y 2005), y en el Programa de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales con una investigación sobre literatura iberoamericana contemporánea (2002). Ha publicado La memoria blanca de los muros (UAM, 1997), Lapis aurea (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes México y Chile, LunArena Editorial, 2008) y Consolament (LunArena Editorial, 2009). Poemas suyos han sido incluidos en antologías como RevistAtlántica de Poesía. Poesía mexicana contemporánea (Cádiz, 2006), así como en los Anuarios de poesía mexicana 2004, 2005 y 2006, editados por el FCE. Compiló el libro En el rigor del vaso que la aclara el agua toma forma. Homenaje de poetas jóvenes a Gorostiza (FETA, 2001, prólogo de Julio Ortega). En 1997 obtuvo el Primer lugar en poesía en el XXIX Concurso de la revista Punto de partida. Ha sido becaria de la Fundación Nuevo Periodismo Latinoamericano (2002).