No. 155/DIEZ POETAS DE TABASCO 

 

ernesto.jpgAudomaro Ernesto
Villahermosa, 1983

 


Poética

Una tarde en el Distrito Federal me dirigía a la terminal TAPO. Comenzaba un periodo vacacional y yo regresaba unos días a Villahermosa. En alguna calle de una colonia desconocida para mí (como tantísimas otras) el taxi se detuvo debido al semáforo. Por cuestiones de seguridad, iba en el asiento trasero del vehículo. En mis manos llevaba algún libro de poemas. Levanté la cabeza un momento y la giré hacia el lado derecho. Entre los locales había uno de quesadillas. Serían las cinco o seis de la tarde. Advertí a una mujer, ya mayor, que atendía. Era notoria la penumbra en la que estaba envuelta, su soledad y tristeza. Llamó mi atención esto: en la pared, por encima de la puerta de entrada al negocio, había una bombilla al lado de un listón negro. Me concentré unos segundos en esta imagen. El taxi avanzó. Evidentemente alguien había fallecido. ¿Sería el esposo de aquella mujer, el que la ayudaba en el modesto trabajo, su compañero de toda una vida? Aún hoy recuerdo esa luz, más intensa que aquel moño. En ese detalle, quizá inadvertido por los vecinos o transeúntes, puedo decir que estaban juntas muchas cosas, entre ellas la poesía por la cual me inclino: poesía que refleja luz y oscuridad, oscuridad y luz, poesía que tiene necesidad y defiende la vida.




Horas

El estallido debe tener la paciencia del silencio
para conocer lo que hay a estas horas

Que no lo impida la luz afilada
Que no se cansen los pasos

Son horas de mirar el rostro del desvelo
ir en busca de algo




Noches 

y siempre
a medianoche más cerca de la soledad que de la dicha

Jorge Fernández Granados

 

A esta hora
la casa se ilumina con la costumbre de posponer el sueño

Abajo la estela audible de los últimos vagones

Algo hay siempre en acecho
que nos obliga a decir aquello que otros temen
aquello que también somos
como un antifaz invisible que llevamos puesto

Me acerco a la ventana
Allá la luz que miro y cae despacio
ilumina muros y árboles
luz que no es del tamaño de nuestras manos

A esta hora
todas las ciudades son iguales
y cada uno es sobreviviente de su destino




Descubrimiento

Solo
avanzo a tientas muy despacio
Evito tropezar con los medicamentos
y el vaso de agua
con los empolvados álbumes de familia
con los muebles que olvidó el tiempo
con la puerta de esa otra habitación
donde algún día entraremos sin llave


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Péndulo

Una gota en este silencio
podría ser tempestad
capaz de voltear la balsa donde viajan náufragos

Un movimiento apenas
es la angustia del que está firme sin sus huesos
sin salir de casa porque también la luz quema

Todo lo que me rodea   lo que ahora calla 
                                             conoce mi miedo




Noctumbre

Hay noches en que el silencio corre
tras la voz para decirse
y el amor arroja a los amantes por la ventana

Ahora todos duermen
no avanza el reloj
ni siquiera sabe el tiempo que existo

Hay noches casi siempre
en que el sueño deja de ser cama para el cansancio
y los ojos son resplandor inmenso en el cuarto




Cualquier día

No hay peor hora que aquella que nos descubre
abrazando nuestros miedos
sin ganas de recordar
o hablar con alguien

Cuando se abre ese espacio
entre el calor del mediodía
y la temprana oscuridad de la tarde

No hay peor hora que aquella
en que la angustia es el costo de ciertos días

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Audomaro Ernesto. Cursó la carrera de Comunicación en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco y estudió Letras en la Universidad Nacional del Litoral, en Santa Fe, Argentina. Fue becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Tabasco en la categoría Jóvenes Creadores, en el rubro de ensayo. Actualmente es becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en Poesía. En otro tiempo se autoexilió en Madrid, París y Sarrebourg. En la actualidad vive en la Ciudad de México.