No. 155/DIEZ POETAS DE TABASCO

 
Presentación


Álvaro Solís



Tabasco es un estado donde el ánimo de los que deciden dedicarse a la escritura es más afín a la poesía que a ningún otro género literario. El porqué de esta tendencia no es de fácil respuesta. Uno intuye, al conocer su geografía tropical y húmeda, que tal disposición está relacionada de alguna manera con la exuberancia del paisaje, con el colorido de la primavera y con los ríos que rodean la capital; también con la oscilante inmediatez del carácter de los tabasqueños, terreno fértil para la poesía, como afirma María Zambrano.

Hablar de poetas en Tabasco es, pues, un lugar común. Durante el siglo pasado poetas nacidos en el estado se convirtieron en parte indispensable de la tradición literaria de nuestro país: Carlos Pellicer, José Gorostiza y posteriormente José Carlos Becerra (nacidos a pocos metros de distancia unos de otros). Pellicer fue profuso, pero no solamente un poeta del paisaje, como acertadamente afirma Dionicio Morales en el prólogo de Era mi corazón piedra de río. La escritura de Pellicer llena hoy un grueso volumen que conforma sus obras completas, publicadas en editoriales como el Fondo de Cultura Económica y la UNAM. José Gorostiza, por su parte, Bartleby al fin, tiene una obra breve pero igual de significativa. Su poesía florece en el lindero que divide la emoción y el pensamiento, parece unir esas dos áreas del conocimiento humano que desde Platón parecían ajenas: la filosofía y la poesía. Por su parte, José Carlos Becerra, muerto en un accidente automovilístico en Brindisi, Italia, a los 34 años, dejó gran parte de su obra inédita, misma que después fue publicada con el nombre de El otoño recorre las islas, al cuidado de Gabriel Zaid y José Emilio Pacheco, y con prólogo de Octavio Paz. En vida, publicó “Oscura palabra”, en la revista Mester, dirigida por Juan José Arreola, que luego editó ese pequeño y sentido poemario en una plaquette de reducido tiraje dentro de la colección El Unicornio. Posteriormente, Becerra vio publicado en la editorial Era su célebre Relación de los hechos, recibido con beneplácito casi unánime por el gremio literario de nuestro país. Con el tiempo, Becerra se ha convertido en uno de los poetas favoritos de las nuevas generaciones por su frescura, por lo actual de su temática (el impacto de la ciudad en el temperamento humano), por su escritura versicular, por su largo aliento. Además de esta triada de poetas, quisiera mencionar a otro que, por desgracia, trascendió poco más allá de las fronteras del estado de Tabasco: Ramón Galguera Noverola.

solis-2.jpg Para las nuevas generaciones de poetas tabasqueños, las figuras anteriores son inspiración y losa. Inspiración, en cuanto ejemplos a seguir; losa, porque sus figuras naturalmente opacan, obstruyen y amedrentan a todo aquel que osa dedicarse a la poesía en un estado con tan altos representantes de las letras mexicanas. A raíz de la muerte de esta triada poética ha quedado un vacío, lo que no implica que no hayan surgido nuevas voces en Tabasco. Por desgracia éstas no han tenido, en la mayoría de los casos, la oportunidad de trascender mucho más allá de las fronteras del estado. Esto no se debe a que su poesía carezca de calidad, si no al tremendo centralismo que sufre nuestro país. Quizá es por ello que uno de los grandes dilemas para los poetas es el de emigrar o quedarse en Tabasco. La tendencia dominante es la de permanecer, o bien emigrar temporalmente para luego volver al terruño. Salvo algunas excepciones, como Dionicio Morales (1943), que vive en el Distrito Federal, y Jeremías Marquines (1968), quien desde hace años radica en Acapulco, Guerrero, todos los demás poetas activos viven en algún punto del estado. Aun así, varios de los poetas radicados en Tabasco tienen resonancia en el concierto literario nacional, como Marco Antonio Acosta (1934), Ciprián Cabrera Jasso (1950), Ramón Bolívar (1953), Francisco Magaña (1961), Níger Madrigal (1962), Teodosio García Ruiz (1964), Antonio Mestre (1969), Sergio Arturo Ávalos Magaña (1970), Ervey Castillo (1973), Lorenzo Morales (1973), Pablo A. Graniel (1983), Beatriz Pérez Pereda (1983) y Audomaro Ernesto (1983).

Los que han decidido quedarse en Tabasco tienen que enfrentar el hecho de que hay pocas posibilidades para las letras. En la entidad no existe una Facultad de Filosofía y Letras y, salvo los talleres literarios y la Escuela de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM), que desde hace unos años se asentó en Villahermosa, no existe la posibilidad de desarrollar un perfil más allá de la escritura. Aun así, la mayoría decide ser fiel al terruño. ¿Por qué? La profesionalización del estudio acerca de lo literario permite de alguna manera tomar la escritura como algo más que sólo un hobbie.

Aun la consolidación de una Facultad de Filosofía y Letras no tendría mucho sentido si no se crea un campo propicio para el fomento a la promoción de la obra de los más jóvenes. Uno podría preguntarse de qué sirve una obra si no existen las condiciones necesarias para que pueda ser publicada y difundida. Este derecho al que toda obra aspira, puede ser confundido en ocasiones con un afán de protagonismo, un poner por delante la vida literaria por sobre el valor de una obra en cuanto a sí misma.

La internet brinda ahora la posibilidad de romper las barreras geográficas. Proyectos como Punto en línea, Periódico de Poesía, La Otra Revista, Las Afinidades Electivas o el Círculo de Poesía (único espacio que se promueve desde provincia), entre otros, nos dan muestra de ello.

Tabasco, víctima del centralismo, ha procurado no centralizar los medios por los cuales se fomenta la escritura. Además de Villahermosa existen centros ya de tradición donde se llevan a cabo talleres literarios, y se han consolidado grupos que han desarrollado proyectos muy importantes. En el municipio de Cárdenas, Níger Madrigal ha puesto en marcha la revista Parva, que ahora vive una nueva época. En Comalcalco, por su parte, tiene lugar el proyecto editorial Monte Carmelo, encabezado por el poeta Francisco Magaña. Su catálo go se compone de autores como Rubén Bonifaz Nuño, Raúl Zurita, Juan Gelman y Francisco Hernández, por citar algunos de los más relevantes.

Otro espacio importante para la difusión de la obra de autores tabasqueños ha sido la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, que creó dos colecciones, la denominada Carlos Pellicer para autores con trayectoria, y la José Carlos Becerra para autores noveles. Por desgracia, no se ha dado seguimiento a este proyecto y hoy se publican dos o tres libros al año, y sus títulos no circulan fuera de los límites del estado. Un caso similar es la institución cultural del gobierno de Tabasco, que si bien mantiene un premio estatal de poesía, ha dejado en realidad pocas opciones de publicación para las generaciones más nuevas, que son las que conforman la presente muestra, y sus libros tampoco circulan fuera del estado. Una solución a este problema sería la coedición con alguna editorial que garantice la distribución de los libros.

En cuanto a la selección de los autores que integran la muestra, el lector encontrará aquí poetas distintos entre sí, con variados intereses, distintos tratamientos del verso. Es importante señalar la presencia significativa de poetas mujeres que ahora son parte in dispensable en la conformación de la nueva lírica tabasqueña, tal es el caso de Verónica Sánchez Marín (1980), Beatriz Pérez Pereda y Diana Juárez (1985).

solis-4.jpg Considero que a partir de la obra de Jeremías Marquines, incluido junto con Antonio Mestre en el Árbol Genealógico de este número, se da un cambio definitivo en el rumbo de la poesía en Tabasco. Se trata de un autor en el que de manera evidente las figuras de Pellicer, Gorostiza y Becerra son un motivo; más que losa, son inspiración. La poesía de Marquines se caracteriza por el acendrado manejo de la construcción verbal, por un larguísimo aliento y por una búsqueda constante de tematizaciones por medio de las cuales intenta encontrar nuevos rumbos, nuevas posibilidades de expresión. Su libro más logrado es De más antes miraba los todos muertos (Gobierno del Estado de Chiapas, 1999), poemario que obtuvo el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines en 1998. A partir de Marquines, ningún poeta de las nuevas generaciones (nacidos en los setenta y ochenta) parece ver en aquella triada una barrera insalvable. El registro de referencia de varios de los poetas jóvenes se trasladó hacia la obra del autor de El ojo es una alcándara de luz en los espejos (Fondo Editorial Tierra Adentro —FETA—, 1996). Su obra, al estar aún en construcción, es más cercana a la sensibilidad de los más jóvenes. Los poetas posteriores a Marquines pueden hablar del paisaje sin que por ello se consideren copias de Pellicer, o escribir en torno a la modernidad de las ciudades sin ser necesariamente clones de Becerra. Pero este traslado del punto de referencia poética no surge de manera total y espontánea en la obra de Marquines, sino que en realidad responde a un proceso que se dio a través de la obra de otros poetas importantes como Ciprián Cabrera Jasso, Francisco Magaña y Teodosio García Ruiz.

Ciprián Cabrera Jasso es un poeta reflexivo. Con Trilogía de sombras (Gobierno del Estado de Tabasco, 1985) se mostró como un autor con dominio de la tradición, como un constructor de poemas más bien melancólicos, de tono intimista. Cabrera Jasso ha publicado muchos otros libros, no sólo de poesía, sino de narrativa, dramaturgia y ensayo, como Escudriños (Gobierno del Estado de Tabasco, 1991).

Francisco Magaña, quien obtuvo, entre otros, el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines por su poemario Fiebre la piel y adonde la manzana (Gobierno del Estado de Chiapas, 2002), dirige la editorial Monte Carmelo. Él mismo coordina desde hace años una cofradía literaria en Comalcalco, de donde han surgido voces ya significativas en el contexto literario de Tabasco, entre quienes se encuentran varios de los integrantes de esta muestra, como Ervey Castillo Alcudia, Ulises Guzmán y Pablo Graniel. Seleccioné otro autor formado en esta cofradía, Juan Carlos Castillo, de quien por desgracia no recibí autorización para publicar sus textos. Todos los integrantes de este grupo forman lo que quizá sea la única generación de poetas en Tabasco, ya que tienen entre sí afinidades fácilmente reconocibles, sobre todo en el aspecto temático, como el tratamiento de la divinidad y el diálogo constante con ella a lo largo de varios poemas. Monte Carmelo es el medio natural por el cual los autores pertenecientes a este grupo han dado a conocer su trabajo.

Por otro lado, Teodosio García Ruiz, autor de Furias nuevas (FETA, 1993), libro paradigmático en la nueva lírica tabasqueña, es un poeta que se caracteriza por una escritura que ha encontrado su expresión en el uso del lenguaje cotidiano; sus tematizaciones lo mismo le permiten hablar de los pozos petroleros, de las tortillas o de alguna populosa colonia de la ciudad de Villahermosa. García Ruiz también ha impartido talleres de poesía, sobre todo a través de la Sociedad de Escritores de Tabasco; ha desarrollado diversos proyectos incluyentes con las generaciones más nuevas. Entre los poetas de la presente muestra formados bajo la tutela de Teodosio García Ruiz se encuentra Beatriz Pérez Pereda. Luis Alonso Suárez Fernández (1952) impartió durante algún tiempo un taller literario en la Sociedad de Escritores; con él se formó Lorenzo Morales. Otro de los talleres importantes lo tuteló durante varios años Maximino García Jácome (1946) en la Biblioteca Pública José María Pino Suárez; en él se formó Jaime Ruiz. Por su parte, Antonio Solís Calvillo coordina el taller literario de la galería de arte El Jaguar Despertado, al cual asiste, desde hace varios años, Diana Juárez. Por otra parte, Verónica Sánchez Marín surgió del taller literario En Busca del Tiempo Perdido, que se alojó en el Centro Cultural Villahermosa, un proyecto que duró aproximadamente dos años, coordinado por Jaime Ruiz, Daniel Peralta Guzmán y Benjamín Sumohano. En Cárdenas se ha mantenido vigente el Taller Literario Juan Rulfo, que actualmente es coordinado por el poeta Níger Madrigal. Por otro lado, de los talleres de poesía impartidos por escritores foráneos, uno de los que más influencia ha tenido en las generaciones noveles fue el de la poeta chiapaneca Elva Macías, quien durante un año coordinó, a través de visitas mensuales de cuatro días de duración, un taller del cual surgió Audomaro Ernesto.

Una figura insoslayable de la actual poesía tabasqueña es Dionicio Morales (1943), proyectado por su obra a los más altos niveles de la lírica nacional. Como crítico literario ha tenido también una labor destacada; ha sabido capitalizar su conocimiento del entorno literario para proyectarlo en diversos estudios acerca de la obra de autores como Carlos Pellicer o Abigael Bojórquez, de quien prologa, presenta y selecciona el que hasta hoy es el trabajo más completo acerca de este, por desgracia, desatendido poeta sonorense. La obra de Morales es poco leída en Tabasco debido a razones que escapan a mi comprensión.

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Por último quiero señalar la presencia importante, en la formación de los nuevos poetas, de Fernando Nieto Cadena (Ecuador, 1947), quien ha alternado su residencia entre Ciudad del Carmen y Villahermosa. Su percepción de la poesía dio a más de uno la posibilidad de vislumbrar nuevos horizontes a través de autores, libros y actitudes, desplantes que hasta antes de su lle gada eran prácticamente desconocidos en Tabasco, motivo por el cual se ha desdeñado en ocasiones su obra y su figura, no así su aporte en la formación de varios poetas nacidos sobre todo en los años sesenta. Poetas como Teodosio García Ruiz y Juan de Jesús López (1967) son algunos de los autores que durante algún tiempo estuvieron bajo la tutela del autor de Somos asunto de muchísimas personas (J. Boldó i Climent, 1985).

Como es evidente, es a través de la figura de los talleres literarios que se ha propagado esta costumbre de escribir. Muchos nombres han pasado por las filas de cada uno de estos espacios dedicados al fortalecimiento de la vocación literaria, pero al final pocos han sido los que se han mantenido con la tenacidad necesaria para seguir en el camino de la poesía.



Finalmente, agradezco la colaboración del taller de fotografía independiente El Ojo Intruso. La mayoría de las fotografías de los poetas incluidos son de su autoría, realizadas ex profeso para esta muestra. Sus integrantes son Ricardo Cámara, Juan de Jesús López, Ricardo Torres y Edmundo Segura. “Salvo el maestro Segura, todos provienen de formaciones disonantes como la contaduría, la literatura y la pintura pero los mantiene convocados el amor y los misterios de este oficio, de ahí que, antes que aficionados son por acuerdo propio unos intrusos en el arte de la lente, ese ojo facultativo que da cuenta de la vida” (catálogo de la exposición Intromisiones, Centro Cultural Villahermosa, Tabasco, 2007).

También agradezco la valiosa colaboración de Javier Pineda, artista plástico que ha proporcionado su trabajo para ilustrar este número.



solis.jpgÁlvaro Solís (Villahermosa, 1974). Es licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma de Tlaxcala y maestro en Literatura Mexicana por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Ha publicado los libros de poesía Ríos de la noche oscura (Universidad de Nayarit/Consejo para la Cultura y las Artes de Nayarit, 2008), Los días y sus designios (Educación y Cultura/El Errante Editores/Profética, Puebla, 2007), Cantalao (Universidad de Guanajuato, 2007), Solisón (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2005), También soy un fantasma (Gobierno del Estado de Tabasco, 2003) y Querido Balthus, yo también perdí a mi gato (Gobierno del Estado de Tlaxcala/Alas y raíces/Conaculta, 2007). Es coautor de La luz que va dando nombre. Veinte años de la poesía última en México 1965-1985 (Gobierno del Estado de Puebla, 2007). Ha obtenido el Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2006 y el Clemencia Isaura de Poesía 2007.