No. 155/DEL ÁRBOL GENEALÓGICO 


 
Poemas


Antonio Mestre-Dommar
 
 
 

Calle de la noche

La plantación de festines insípidos da resultado en la niebla.
Los pasos atraviesan el color de la noche y el brillo de baldosas como vaselina.
El alma está incluso en las negociaciones raudas
de estas mujeres diseminadas en las puertas de la calle,
que el tiempo atestigua y absorbe con ansiedad.
Tiempo voraz: ¿qué habrá quedado de estas horas
y de las tibiezas comerciales cuando hayas pasado tu mano
lamida de sentidos ancestrales?
¿Qué habrá quedado de las monedas y de la mercancía
que buscan los hombres en este lugar?
Habrá quedado el sabor del interés, la ignorancia del tiempo ido…

*

Brazos que se mueven alrededor del humo de cigarro.
La historia es el instante del claqueo de las zapatillas,
del chasquido de la carne en las sábanas que abren un zurco en la penumbra.
Siempre es la misma comparsa, el mismo afán de no dejar evidencia,
de construir la disolución del dolor, el alivio en un momento de vida.
Sin embargo para ellas no es lo mismo cada vez.
Aunque estén concentradas en el acto de aceptar compartir los cuerpos, el 
     adentro de un
cuerpo, cada vez es un inicio.
Ellas detentan la plenitud. Plenitud de llorar y de apresar liberando.
Plenitud de torcer la casualidad y obligar al deseo a olvidar sus fuentes.
Por eso todas sus huellas son arados,
y sus cuerpos palpitan con aburrición y costumbre.

*

Miran la cuenca de la noche, el corro de hombres que la atestan.
¿Cómo no pensar que ellas alteran cualquier vida
al espesar la tibieza en las sábanas añejas de otras tibiezas?
Alteran el dolor y la percepción del dolor,
la timidez que carcome a los heridos de vida,
el calcio de amor marginal que no alcanza a todos los hombres…
Crean un sentido en la memoria de aquellos cuyo único futuro
es volver de nuevo sobre sus pasos a esta calle.
¡Tiempo voraz! ¿Qué habrá quedado de esta escala de horas
cuando las almas se trastoquen y se alejen, hartas de nosotros?
Qué habrá quedado: las baldosas vueltas lápidas terrestres,
y el orden elemental de la noche
con el oficio que fertiliza vidas sin necesidad de la gloria.




Place Saint Sulpice

A Samuel Gordon

Las arcadas se entrecruzan y disgregan sus formas.
Las torres habitan un fragmento tardío de la noche.
Los faroles despabilan las incisiones en la piedra,
la corrección que el tiempo ha hecho en las numeraciones circulares de los
     muros.
En la plaza la geometría de las bancas es un placer innecesario.
El ruido del agua de la fuente es un presente verbal,
un corro de partículas inmunes a una temporada cósmica.

Puntos cardinales de chasquidos, ávida actitud de un lenguaje, es el agua.

*

Los ruidos tienen un orden premeditado en nuestras cabezas.
Se alargan como huesos dentro del tiempo,
pasando de una estación a otra con inocencias exactas.
La plaza detiene la noche con el olor de las ostras que se orean
en el hielo de mostrador de la brasserie
o con el golpe de los euros que el mesero nos devuelve.
Todo es posible: como la noche que cae sin razón dentro de su razón,
o las ventanas que a veces se abren y uno descubre que adentro hay gente.
Plaza de penumbras que son ortigas de la edad momentánea:
en la comparecencia de la rutina que se da en la noche
hay un olor a instante.

*

A la hora en que todos pasan de largo junto a la fuente,
las puertas cerradas de la iglesia se transforman en labios mudos,
irritables desde la primera escalinata.
Bóveda insomne es la nave,
clavos de la indiferencia los crucifijos.
La noche devana la misericordia,
la vuelve frígida como una baguette después de unas horas.
Miramos la noche y el cetro de la noche que es la iglesia.
No sabemos quién es la más ruin ahora que las conocemos.

*




Temps vierge
(fragmento)

Necesidad de movernos y dejarnos atravesar por cierta calidez del tiempo.
Necesidad de vivir y tener avidez de lo desconocido.
Las cosas marchan en sentido incorrecto (según los otros)
cuando nos acercamos al sistema de honras interiores que llamamos plenitud.
La voluntad se contempla en el fruto, según Boehme,
y es confianza en las edades que nuestro tiempo descubre
en el tiempo de la ligereza.




La certidumbre nace del fragmento

…y allí crece también lo que fragua las verdades:
en las horas de París el consuelo devana el ansia,
en los muros estables de Florencia la incertidumbre se arruina,
y en las aguas estacionadas de Ámsterdam
el día cae como una negociación del entusiasmo.
El augurio de un hombre para los hombres es la inestabilidad
y la fugacidad se confirma parte del ritmo.
No arenguemos el granito ni la paz interior:
allí la noche se mueve como una fiera gastada por la costumbre,
contoneando su lerdo acento a profundidad.
La certidumbre nace del fragmento,
y llega a nosotros como una savia
a través de los días que se han desvencijado…


Antonio Mestre-Dommar (Villahermosa, 1969). Ha publicado Transparencia en llamas (Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, 1989), Historia natural del olvido (UNAM, 1993), Intemperies (Fondo de Cultura Económica, 1998), El Cardenal salió a comer y sus amantes perdieron su fe más dulce (Gatsby, 2008). En 2004, la revista Letras Libres lo clasificó como uno de los doscientos mejores poetas del país. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores del Conacyt, e investigador del Centre de Recherches Inter-Universitaires sur les Champs Culturels en Amérique Latine (CRICAL) de la Universidas de la Sorbona, París III. Es fundador y director de Gatsby Ediciones.