No. 153/EL RESEÑARIO

 
La sabiduría en lo invisible



Rodrigo Martínez




Manuel Echeverría
Las tinieblas del corazón
Oceáno, 2008, 448 pp. 



portada-tinieblas.jpgAlguna vez Manuel Echeverría (Ciudad de México, 1942) aseguró que la novela “es el campo donde se dirimen los conflictos más dramáticos de la existencia humana” (Ignacio Trejo, “El desafío de la creación literaria”, Revista de la Universidad de México, núm. 29). Para el autor de Un redoble muy largo (1974) la literatura es una forma de aproximarse a la faceta más drástica del hombre. La ficción, en este sentido, no es un medio de representación, sino un concepto sobre el género humano y un recurso para evidenciar su condición dramática. Es por ello que su novelística está signada por la fatalidad, pero también por la posibilidad de redención. La maquinaria de sus relatos es la confrontación de la tragedia y la fortuna. Su obra más reciente, Las tinieblas del corazón, ha perfeccionado los mecanismos de esta forma de composición al lograr profundidad dramática, estética y temática sin relegar las posibilidades formales y rítmicas de la prosa; una suma inusual de elementos entre los autores contemporáneos.

En Las tinieblas del corazón, una investigación policial y un escándalo se han desatado tras el asesinato de Alejandro Valenti. El empresario competía con Máximo Arenas por una concesión bancaria, además de que sumaba años de conflicto con su esposa, Victoria Ríos, una mujer dedicada a la beneficencia pública, amante del asesor (René Conde) más destacado de la compañía de su marido, y pareja anterior de Jaime Falcón, un abogado adicto al juego, endeudado con un coronel y un recluso, responsable de la pensión de su hija y su esposa, y pupilo de Saturnino Dávalos, quien fue el mejor amigo de su padre ya muerto. La principal sospechosa del crimen será la mujer del difunto, quien intentará acercarse a Falcón luego de que veinticinco años atrás lo dejó para casarse con el artífice de las Empresas Valenti.

Tras su debut con Último sol (1968), y con la posterior publicación de Las manos en el fuego (1970), el estilo de Manuel Echeverría se caracterizó por un discurso descriptivo semejante al del nouveau roman y por un aire poético en la prosa. La aparición de Un redoble más largo colocó a este novelista entre los más destacados de su generación. Y es que aquella novela, inspirada en uno de los grandes referentes de la prosa latinoamericana (Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez), logró asir su modelo de origen sin caer en la mera imitación. Este relato generacional de dos familias vinculadas por el circo desde los tiempos de Porfirio Díaz consagró la búsqueda estilística del autor junto con su visión estética y sus afinidades temáticas: la fatalidad, la traición y la política.

Las tinieblas del corazón es una nueva exploración del infortunio. La temática es la misma, pero su forma se concentra en la intensidad dramática. La novena obra del autor de Historia de un desconocido (1995) está planeada como una reunión de convenciones narrativas donde sobresalen la novela de aventuras y el cuento policial. A ello se añade que la prosa hace a un lado el espíritu poético y descriptivo para dar lugar a un estilo directo —no por ello descuidado— que consigue un ritmo vivo complementado por una estrategia de suspenso que fortalece uno de los elementos exclusivos de los géneros mencionados: el misterio. El cometido de este andamiaje es curtir la faceta dramática de los personajes sin caer en el melodrama y brindar vigor trágico a la resolución del argumento.

Del mismo modo que El enviado especial (1984), Las tinieblas del corazón es una novela de filón cinematográfico. Toda la ficción está construida por escenas breves distribuidas con una exactitud notable. El momento inicial es el estruendo de un revólver y el hallazgo de un cadáver. Hay dos personajes: Victoria Ríos y el mayordomo de Valenti. El relato transita hacia el pasado en una serie de puestas en escena donde se dibuja gradualmente el temperamento de los protagonistas al tiempo que se revelan sus relaciones combativas. La novela mostrará hechos del futuro sólo en la resolución, cuando descubrimos que, a pesar de la voluntad traicionera de casi todos los actores, aún hay quien conoce el color de la lealtad.

Este vuelco revela que Echeverría ha encontrado una dialéctica propia. Casi todos los protagonistas persiguen sus ambiciones más oscuras. Sólo uno, que sobrepasa los setenta años de edad, es fiel a la memoria de un amigo y a su misión como protector. Más allá de que el final estará marcado por la fatalidad —como ocurre con el arquitecto Serrano en El último sol o con Quijano, el periodista, en El enviado especial—, en Las tinieblas del corazón Saturnino Dávalos encarnará la posibilidad de enfrentar la calamidad, el signo de que aún existe la nobleza y la señal de que la redención es posible, tal y como muestra el viraje en la vida de Florencio Casagemas cuando pierde todo lo que consiguió con ardides para encontrarse con su hijo y reconstruir lo perdido en A sangre y fuego (1999). La dialéctica del autor de La sombra del tiempo (2006) consiste en confrontar los matices del comportamiento humano del mismo modo que coloca frente a frente a la tragedia y la fortuna.

Si bien la forma y el estilo de la novela se subordinan a la construcción dramática, los personajes son la base de estos elementos y el hilo conductor del argumento. Hay tres protagonistas cruciales: Victoria Ríos, Jaime Falcón y Saturnino Dávalos. En casi todo el relato, la mujer aparece como una criatura indefensa que consigue fascinar a quienes la rodean por su aire de angustia, pero también por su belleza y su personalidad. Falcón, adicto al juego y falto de carácter, parece destinado al fracaso por su necedad y también porque no es capaz de gobernar su orgullo varonil. Dávalos, quien fue testigo de la difícil ruptura entre Victoria y Jaime, aguarda el momento en que pueda solventar las complicaciones que rondan la vida del vástago de su mejor amigo.

En un momento clave de El corazón de las tinieblas, la esposa de Valenti entrega a Saturnino cien mil pesos que deben llegar a Falcón. El jurista recibe el dinero con la orden de entregarlo sin que se conozca la fuente. La mujer sabe que su pareja anterior tiene que cubrir la pensión de su hija, una hipoteca y deudas de juego. Dávalos asume el obsequio como un acto de reconciliación que lo obligará a convencer a Jaime de que deben apoyar a Victoria cuando la recluyen como principal sospechosa del asesinato de su marido. A partir de esta escena, que ocurre casi a la mitad de la novela, los protagonistas se transforman: la zozobra de Victoria se desvanece; Falcón deja su necedad habitual y se torna más tolerante; Dávalos, inspirado por la mujer, se despoja del resabio sombrío de su personalidad pues cree que ha encontrado un nuevo sentido para su vida: reconciliar a Victoria con su pasado y asegurar el futuro del hombre al que considera su propio hijo. En un segmento posterior, pero que pertenece al pasado, el empresario asesinado pregunta a su mujer: “¿Qué vas a hacer para destruirme que no haya hecho yo en los últimos cuarenta años?” La respuesta de Victoria reza así: “Rasgar el velo y sentarme en una piedra hasta que pase tu cadáver.” Ahora el diálogo potencia el giro de temperamentos y revela la verdad de cada uno de ellos.

Además de la profundidad de los protagonistas, hay dos rasgos en la novela que son constitutivos de los mejores trabajos de este autor. Uno de ellos tiene carácter formal y radica en que las novelas de Echeverría tienen una técnica cuentística. El otro consiste en que el autor armoniza las situaciones novelescas con el contexto político. Casi todos los personajes de Las tinieblas del corazón —incluidos aquellos de perfil secundario— tienen un papel determinante en alguna de las secuencias del relato. La obra fue construida como un cuento, ya que todos los elementos, las escenas y los diálogos tienen un sentido argumental. No hay actor, acción, objeto o lugar que no tenga una razón de ser dentro de la lógica narrativa y dramática.

Al igual que en Un redoble muy largo, el autor concentra su imaginación en la trama, pero aprovecha el espacio para mostrar el paisaje político de México: vemos el contrabando como la base de las grandes riquezas; el soborno como el medio más efectivo de negociación; la ilegalidad en el manejo de la justicia; y la traición, ya entre empresarios o políticos, como táctica para asegurar prebendas. En una entrevista reciente, Juan Madrid declaró que la novela negra no sólo es la mejor crónica social de nuestro tiempo, sino la única (José D. Cano, “El género negro es la novela social de la posmodernidad”, El Financiero, 24 de noviembre de 2008). Si asumimos que Las tinieblas del corazón es una reunión de convenciones novelescas diversas donde hay elementos del género negro, la idea del escritor español puede acuñarse para describir esta novela. Se trata de un drama casi intimista, pero que no renuncia a convertirse en el diagnóstico de una sociedad y de sus numerosas corrupciones.

Las tinieblas del corazón es la novela más pura de Manuel Echeverría. Se trata de una historia que encontró una dialéctica, un lenguaje y una arquitectura que no existen en los primeros trabajos del autor. Es así su novela más intensa y, también, la revitalización de una mirada sobre el hombre. La novena obra del autor de La noche del grito (1987) —quien fuera calificado por John Brushwood como “inventor supremo”— está en plena comunicación con la semántica de su trabajo anterior: en las escenas iniciales de Un redoble muy largo se lee que “la verdadera sabiduría humana reside en descifrar oportunamente la cara oculta de los acontecimientos”. No cabe duda de que el conflicto que se desata tras el crimen de Alejandro Valenti se funda en esta idea de que lo invisible es la vía del conocimiento. Es hasta el final del relato cuando Saturnino Dávalos encuentra los hilos que gobiernan el infortunio de Falcón. Sólo entonces descubre que él mismo es una marioneta y comprende que el único camino para solventar la tragedia es el sacrificio. Este antihéroe es una de las creaciones más memorables de Echeverría porque se trata de un signo disonante, pero lleno de vida, dentro de una novelística sólida y seria sobre la fatalidad.


Rodrigo Martínez (Ciudad de México, 1982). Es comunicólogo por la UNAM. Ha publicado en las revistas Punto de partida, El Universo del Búho, Viento en vela y Periódico de poesía (versión digital). Obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Universitario Agustín Yáñez convocado por la revista Tierra adentro y el Conaculta (2004). Ganó el premio de cuento del Concurso 35 de Punto de partida (2004) y el de crónica del mismo certamen (2005). Escribe colaboraciones sobre cine para la revista digital Punto en línea (www.puntoenlinea.unam.mx) y es profesor de asignatura en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.).