No. 153/ENSAYO

 
Llamadme Álvar


Víctor Álvar Cabrera



No me llamo Álvar, pero me encantaría: hay ahí concisión, firmeza, cierta templanza que no encuentro en mi nombre por mucho que me empeñe en recordar su lustrosa etimología, sus aires de grandeza. A la inmodestia del romano Víctor prefiero la germánica prudencia de Álvar: será que mi espíritu apocado tiene menos del César fanfarrón que del taciturno Werther.1

cabrera-1.jpgNo es que mi nombre me desagrade… no del todo. Creo que después de treintaitantos años me he acostumbrado a él y él también se lleva bien con mis facciones —que no me parecen, definitivamente, las de Yonatán, Brayan o Tonatiúh. Sin embargo, su gloria se me hace dudosa: a fuerza de anteponer la victoria a los nombres de varones antiguos —el victorioso Marco, el vencedor Alejandro—, el mío ya me sabe a triunfo ajeno. Cacharro oxidado, resto del botín que otros se llevaron, Víctor es la rumia de una nobleza ida.

Si al escuchar Álvar me vienen inmediatamente a la memoria la lealtad inquebrantable de Minaya y la odisea asombrosa de Cabeza de Vaca, cuando oigo Víctor me acuerdo de “El Pirulí”, aquel cantante.2

Llevo, además, el estigma de ese otro patronímico. Convencido tal vez de que al hacerlo fundaba una linajuda dinastía, mi padre me heredó el balbuceo con que se llama: Hugo. “Mis amigos me llaman Juan —contaba Huberto Batis que decía Rulfo—, y los hijos de la chingada, Juanito.” A mí, se empeñan en decirme Hugo.

Como Álvar, Hugo también tiene origen germánico y —aclara Tibón— proviene del vocablo hugu, que es “espíritu, inteligencia, razón, pensamiento, mente”.3 O sea que, si me atuviera a una interpretación etimológica, por mi nombre yo tendría que ser una lumbrera. No sólo listo o ingenioso. No. Víctor Hugo: la Razón tonante.

Nada más falso. Si algo me caracteriza es mi inconsistencia, mi falta de rigor. Como Lichtenberg, yo también “he notado claramente que tengo una opinión acostado y otra de pie”. Sólo cuando estoy sentado surge la extensión mediocre de mi ingenio. Una de dos: o me quedan grandes mis ideas o les queda chica mi cabeza. Mis pensamientos más lúcidos me asombran como si fueran de otro: “Si esto lo hubiera imaginado Stendhal, habría escrito su mejor novela”, concluyo casi siempre.

cabrera-2.jpgLamentablemente para los que somos Víctor Hugo, ya antes alguien —ése sí una inteligencia avasalladora— nos comió todo el mandado. Y lo malo de tener semejantes precursores es que a uno le dé por emularlos. Durante toda mi niñez tuve que responder con un gesto de ignorancia a quienes al preguntarme: “¿Cómo te llamas, niño?”, hacían el mismo comentario irónico al conocer mi respuesta: “¿Y tú también eres poeta?” Supongo que de tanto oír la pregunta machacona terminé por creerme escritor, con las consecuencias que mis hipotéticos lectores tienen ahora ante sus ojos. Escribo, entonces, bajo la sombra abrumadora de mi tocayo el de Besançon y, conocedor de mis limitaciones, me he resignado a no ver jamás el título de ninguna de mis breves obras en algún miserable musical de Broadway.

¡Ah!, ¿cuál hubiera sido mi destino de haber sido yo Álvar? La ignorancia de los necios me habría ahorrado escrutinios enfadosos. Nadie me habría preguntado: “¿Tú también eres leal y valiente? ¿También tú explorarás tierras ignotas?” Jamás me habría pasado, pues, por la cabeza armarme caballero ni conquistar nuevas regiones. Sería tal vez un hombre más sencillo, o acaso solamente otro hombre —quizá un médico o un coleccionista de arte y no un poeta. Alguien a quien los demás, por llenarse las bocas de eufonía, por repetir la contundencia de su nombre, querrían siempre saludar: “¿Qué hay, Álvar?” “¿Cómo va todo, Álvar?” Y no me empeñaría, como ahora, en encontrar la frase exacta, el verso limpio, el cierre demoledor.



1De acuerdo con la segunda edición del Diccionario etimológico comparado de nombres de persona, de Gutierre Tibón (Fondo de Cultura Económica, México, 1986), Víctor proviene del mismo vocablo latino, cuyo significado es “vencedor” (p. 238); Álvar, en tanto, es variante del castellanizado Álvaro, que tiene su origen en la aglutinación germánica “Alwar, de all, ‘todo’ […], y wers, ‘prudente’: ‘todo prudente’, ‘enteramente precavido’” (p. 23).

2Los mexicanos nacidos después de 1980 seguramente recuerdan, conmovidos, tanto las hazañas del primo y (supuesto) lugarteniente del Cid, Álvar Fáñez “Minaya”, el que “en buena hora ciñó espada”, como los avatares padecidos por el malogrado conquistador —y al fin explorador— Álvar Núñez Cabeza de Vaca durante los cerca de nueve años de travesía que le llevó ir de La Florida a lo que hoy conocemos como Sinaloa. En cambio, tal vez ninguno conozca a Víctor Yturbe “El Pirulí”, exquisito cantante de cabello ensortijado y voz meliflua quien, gracias a su “romanticismo” bien temperado, hizo las delicias de los enamorados desde los lejanos años setenta hasta finales de los fabulosos ochenta del siglo pasado. “El Pirulí” murió asesinado por misteriosos sicarios en circunstancias poco claras. De él nos queda el recuerdo de su voz.

3Gutierre Tibón, op. cit. (p. 129).


Víctor Cabrera (Arriaga, Chiapas, 1973). Es autor del libro de fábulas y ficciones breves Episodios célebres (2006), de la plaquette Diez sonetos (2004) y del poemario Signos de traslado (2007). Ha colaborado en distintas publicaciones periódicas como Luvina, Alforja, Revista de la Universidad de México y Punto de partida. Fue becario, en el rubro de poesía, del programa Jóvenes Creadores, del Fonca, durante el periodo 2006-2007.