No. 113/EL RESEÑARIO


 
Tres para llevar


Andrés Acosta


Uno

Eduardo Antonio Parra
Nadie los vio salir
Era, México, 2001.


acosta-andres01.jpgEduardo Antonio Parra ganó en diciembre del año 2000 el primer premio del Concurso Internacional de Cuento Juan Rulfo, en el que participaron alrededor de seis mil obras. Sobresalir entre tal cantidad de textos y obtener el primer sitio no es nada fácil. Ahora tenemos la oportunidad de leer el cuento que llevó al escritor mexicano a conseguir la hazaña. Nadie los vio salir se consigue en librerías y se lee con gusto por la soltura y ritmo del narrador. En esta obra breve y precisa se halla la voz definida de un autor que figura ya en el plano internacional.



Dos

Salvador Castañeda
Papel revolución
Dirección Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Torreón,
Colección MM, México, 2000.


 

acosta-andres02.jpgOptar por el comercio ambulante en esta ciudad es lo mismo que insurreccionarse; escribir en papel revolución, salirse de las formas (de los formatos de Hacienda), es lo mismo que declararse indeseable. Hay una guerra que se derrama en nuestras calles, que se derrama púrpura; entre nuestro arsenal contamos con cocteles explosivos elaborados en botellas de seven up con gasolina y azúcar, por aquello de que el caramelo ardiente se pega a la piel y causa quemaduras mayores; hay generales de caballería que piensan que gracias a sus lecciones de estrategia en el Colegio Militar pueden ganar todas las batallas sobre la maqueta encharcada del Templo Mayor, y en esta guerra las serpientes son menos peligrosas que la abuela de un merolico: ¡regálame tu dolor!, ¡regálame tu dolor!, porque los maestros no pasarán, el gis chino los detendrá sin dañar plantas ni animales, sin dejar otra huella que un cúmulo de insectos igual que sobre el tablero masacrado de la plaza de Tiananmen después de las peticiones de los estudiantes chinos; y no hablo del gis que hace falta en alguna escuela de Nezahualcóyotl. Aprendemos algunas cosas en cada batalla: no se necesitan tres pies para usar tres calcetines marca Donelli, sólo se requiere extraviar la mano en una jornada de trabajo industrial; para comer una Ternera Wisconsin en Plaza Universidad hay que romperle los huesos a un niño de la calle, a una familia de la calle, para que el cuchillo entre con suavidad en la ternera hay que hundirlo en la carne de una familia indígena y que se la lleve la policía, que la encierre un rato, que no venga a ensuciar los pisos de mármol; los comerciantes organizados como los delincuentes organizados también amenazan y secuestran utilizando su automóvil Honda. Parece que ¡oh, paradoja!, la palabra organizado implica un peligro dentro del caos. En la Delegación Benito Juárez un edificio ostenta el título de Justicia y para alcanzarlo hay que subir las escaleras, pero sus vidrios polarizados amedrentan a cualquiera, seguro que adentro hay un judicial cuyo solo aspecto es imposible de soportar sin aterrarse tanto como en la parábola de Kafka. Y más vale fijarse bien, porque el rojo es nuestro número de IVA, para siempre, ya podemos oír el ruido de cadenas y candados que se cierran, porque en esta cárcel da lo mismo afuera que adentro, porque adentro, llámese Lecumberri o el moderno Reclusorio Norte, caminamos en un espacio delimitado, pero sabemos perfectamente a dónde vamos, hasta dónde podemos llegar, en cambio, afuera las figuras humanas se mueven sin rumbo definido, adormecidas, ajenas por completo a sí mismas. Contra la modernidad, la presencia de un vestigio del pasado, que nos recuerda lo que somos y lo arruina todo, lo echa a perder. Así el azul va ganando espacio, va sometiendo a los otros colores, se los traga, qué película de terror ni qué Stephen King, este azul que nos viste de penitentes, de reos, internos es la palabra oficial, este azul que no es el del cielo sitio el de la culpa, la responsabilidad jurídica que nos identifica y clasifica: asesinos, ladrones, defraudadores, violadores, insurrectos, ambulantes, pordioseros, maestros, trabajadores de la cultura, incitadores a la rebelión, escritores, todos en el mismo saco azul reglamentario de Santa Marta, Santa Tacha para los cuates. Cada delincuente en su zona y su dormitorio, que no es lo mismo que celda… la modernidad pues, que con nombrar las cosas de otra manera las transforma con su toque. Y en las calles del centro las bolsas de polietileno exhiben su ámbar de tepache, brillante al sol mientras una mujer camina en busca de papel revolución. Y de verdad que nadie quiere asistir a una función de teatro sin público, porque las consecuencias se sufren en carne propia, en huesos propios, mejor apandarse voluntariamente, resguardarse en la cárcel dentro de la cárcel y bloquear la cerradura del candado. Para sentirse libres realmente, el encierro, o bien, arrojarse desde la cornisa del segundo piso de la decepción durante un día del maestro, lanzarse con una penca de nopal en la mano y un cuchillo en la otra por más excéntrico que parezca, aunque la sensación dure tan poco, una fracción de tiempo antes de morir, aunque no se muera sino se termine en la cama de un hospital, en medio de otra guerra, en otra cárcel. Aquí todo es agujeros, lapsos impalábricos, en especial cuando la ciudad se preña de muertos dentro de su vientre de cemento y varilla, y las cajuelas de las patrullas vomitan torturados y la multitud solidaria se desborda y le rompe la columna vertebral a los planes gubernamentales de emergencia… Se chingó la Francia. Cada semana, un vale por cinco hojas, y una mirada sobre el hombro, que finge entender cada palabra, que piensa que lo controla todo.

¿Y si no es para redactar manuales de explosivos, entonces por qué demonios se llama así el papel revolución? ¿Alguien lo sabe?
 


Tres

Carla Patricia Quintanar
Recetario didáctico para una vida sensata
Universidad Autónoma de Querétaro/ Sindicato Único
del Personal Académico de la UAQ, México, 2000.


 

acosta-andres03.jpg¿Trabalenguas, instrucciones crípticas, recomendaciones sensatas, poema alfabético, principio y fin de la hecatombe cotidiana, deshágalo usted mismo, mecánica impopular, tratado alquímico, reglas de convivencia para los misántropos?, o lo que sea, este texto que caerá en sus manos, lector incauto, ofrece una mirada, una clave para interpretar el mundo. Las consecuencias que se deriven de su uso son responsabilidad sólo de usted.

Carla Patricia Quintanar, quien ganó el premio a fragmento de novela en el Concurso 32 convocado por Punto de partida, publicó este recetario, obra lúdica e inquietante que no respeta la división de los géneros.