No. 152/POESÍA

 
 
Cinco poemas


 

 

Migrar

Matrimonio de vocales: nada ahora.
Queda la distancia entre el cuerpo y la palabra.
Ni la marca del sol o de la zarza.
Faros de color azul en la memoria, y nada más.

Más allá del mar, el tiempo no devora.

Gaviotas se zambullen sin regresar al cuadro.
Ningún nombre persiste a no ser el enigma: migrar siempre.
Y esta noche es todo lo que tenemos.

Todas las palabras son precarias: flor, pauta de las aves, rosa clara.
No permanece ningún rastrillo, apenas la herida abierta.
Sus momentos de amor, el sudor y el tacto, la ensenada.
La soledad no une. Todo nos separa.



Más allá del mar

Negro, mi espíritu recuerda el largo exilio.
El golpe de sol no cambia esta noche, mi piel.
Todo nombre es grave y transfigura.
Sólo puedo ofrecer esta noche, y nada más.

La muerte estalla en cada verso. Desnudez necesaria.
Y sólo puedo ofrecer esto: el sueño primitivo de los cuerpos sin busca.
La congoja.
Renuncio al amor, pues soy precaria.

Otros amantes esparcen gemidos por la casa.
Todos ellos son comunes en sus homicidios y medias verdades.
Una vez se ha dicho: es para siempre. Al mediodía, una vez y basta.
El espejo siempre nos muestra lo que nos falta.

Incluso el paisaje sucumbe en sus vocablos.
Es bello naufragar entre mis labios.
Renuncio a ti, amor, pues soy precaria.
Más allá del mar, un país sin nombre me aguarda.



Marca de los orígenes

Dios despeja su ira: el Cuerpo.
Y la vida está abierta y todo es posible.
Tú abandonas su fuerza en mi espalda,
y la marca de los orígenes
viene a herir mi piel que suavemente brilla.

Yo no soy solamente el cuerpo ni sólo cuerpo me habita.
Soy lo que mueve el mundo y su canto,
alma que va más allá del sueño de las partículas:
penetra más hondo para sentirla.

Dioses bárbaros pueblan las costillas.
Sirenas minúsculas sumergidas en la vagina.
La congoja de Dios, océano:
azul-verde mariposa que se debate infinita.

Sus músculos, la cara, un coágulo
pescado bajo del útero: la flor carnívora.
Soy de nuevo el cuerpo y más allá del cuerpo
el alma de las partículas:
                       Penetra más hondo para sentirla.



Otra vez el cuerpo

El fruto de la bondad
no explotó en el suelo rudo.
Somos el Cuerpo y otra vez el cuerpo.
Animal divino que saquea y hiere,
cubre de lirios ese vientre estrangulado.



Sumidero

Alrededor del cuarto
migra un cortejo de aves. No vemos
porque estamos encerrados.
Alrededor del cuarto
un barco reposa en un mar sin olas. No vemos
porque estamos partiendo.
Alrededor del cuarto
ballenas abiertas y peces muertos cubren la ensenada. No vemos
porque estamos sangrando.
Porque estamos solos no vemos
suicidas engolfados en las branquias tóxicas
de los bancos de peces. No vemos
la solitaria muerte de los corales. No vemos
la vacía embarcación permanecer
en el silencio del agua. No vemos:
porque estamos en la oscuridad.

 


Maiara Gouveia (São Paulo, 1983). Poeta. Sus poemas y artículos sobre el cine y la literatura se encuentran en diferentes sitios de Internet, revistas y periódicos. En 2006 fue finalista del Premio Nascente, con el poemario El silencio encantado, el cual ha sido modificado y hoy se llama Pleno desierto. Mantiene el blog A Certeza de Fazer o Mal (http://maiaragouveia.blogspot.com).