No. 117/ENSAYO


 
Frida Kahlo y el nacionalismo mexicano


Luz de María Muñoz Corona
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS, UNAM

 

 

Al comenzar la década de 1920 y finalizada ya la lucha armada en contra del régimen dictatorial del General Porfirio Díaz, el nuevo gobierno, encabezado por el presidente Álvaro Obregón, se vio en la necesidad de organizar la reconstrucción del país y consolidar no sólo la estabilidad social, sino lograr, en lo fundamental, la unión y la cohesión dentro de los diferentes sectores de la población. Es en este periodo cuando el nacionalismo se percibe como un medio eficaz para afianzar en el poder a los nuevos dirigentes a través de la implantación de una política que integrara las principales demandas que habían dado origen a la revolución.

El nacionalismo en México a partir de la década de 1920 es, como ya lo mencionamos, pieza fundamental para la reconstrucción del país. El gobierno del General Obregón pretendió crear una línea de unión entre el Estado y las nacientes organizaciones agrarias y obreras, así como tender el puente que diera participación a la clase media con el fin de integrarlos en un todo que caminara conjuntamente hacia el futuro.

Podemos decir también que el nacionalismo, como ideología de Estado, implicaba principalmente una mirada retrospectiva hacia los elementos que se consideraban propios de México, tales como la historia prehispánica, las tradiciones y las costumbres, en un afán por llegar así a la expresión propia de la nación cuyos cimientos se encontraban en el pasado y en su lucha constante contra la invasión y el dominio extranjero.

munoz-luzdemaria01.jpgEra necesario así que el nacionalismo reflejara el ser del pueblo mexicano y lo integrara en un conjunto que le hiciera frente al embate económico y político de las potencias mundiales. De esta forma, dentro de las múltiples manifestaciones en que se despliega el nacionalismo encontramos que éste recoge un lenguaje que califica de “revolucionario” a toda expresión que incorpore las demandas de la clase campesina, trabajadora e indígena identificadas en general como “el pueblo”. En este aspecto, el arte fue un medio efectivo y a la larga uno de los más fructíferos con que contó el nacionalismo: la mayoría de los artistas se sintió comprometida y con el deber de coadyuvar a la construcción del nuevo Estado. La paz se había logrado y en conjunto todos debían trabajar para cristalizar los anhelos de la Revolución. Las instituciones necesitaban de su respaldo para llegar a todos y cada uno de los mexicanos. Era así como el pueblo debía encontrar en la estética un carácter que la identificara como algo propio. La pintura se convirtió por tanto en la máxima expresión de este sentimiento, ya que, con la anuencia del gobierno, los artistas hicieron suyos los muros de los principales edificios públicos, en los que recogieron gran parte del arte popular y la historia patria, y contribuyeron al objetivo gubernamental de crear una conciencia de lo nacional.

De entre los principales artistas que se destacaron en este movimiento, tres son los nombres más importantes: Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros. Cada uno contó con un estilo muy personal, aunque todos coincidieron en reflejar los problemas y sufrimientos de las clases más necesitadas. De Rivera podemos decir que en sus murales hay una fuerte carga de epopeya histórica y ansia de justicia social. El muralismo mexicano formó escuela y originó reacciones en otros países como Estados Unidos, a donde Rivera fue llamado para pintar un mural que por su carga ideológica de tinte comunista fue destruido.1

De hecho, al respecto cabe hacer la mención del discurso estético que estos artistas manejaban, el cual incorporaba, como en el caso de Rivera, elementos de tendencia socialista.

munoz-luzdemaria02.jpgLa Revolución en sí misma había sido un movimiento eminentemente agrario. La industria significaba un mínimo de la producción nacional. Sin embargo, al término de la lucha, los obreros, unidos en sindicatos, hicieron presentes sus demandas ante el gobierno. Obregón y los presidentes que le siguieron intentaron mantener buenas relaciones con este sector, así como darle cabida a sus exigencias. Por otro lado, en México jamás hubo un partido de izquierda que elaborara un proyecto concreto de nación y enarbolara la lucha obrera.2 El Partido Comunista Mexicano, creado en 1919, no constituyó nunca un elemento fuerte de oposición al Estado, mucho menos cuando, a partir de 1935, el General Lázaro Cárdenas asume la presidencia y pone en práctica una política popular cuyo respaldo procede esencialmente de la clase campesina y trabajadora.3 Es decir, aunque a partir de 1920 el Estado mexicano incorporó muchas demandas de carácter social a su proyecto de nación, nunca se decidió seriamente a adoptar el régimen socialista. Mientras tanto, obreros y campesinos ofrecían su apoyo a las instituciones oficiales de las que recibían cierta respuesta favorable y logros esenciales. La ideología comunista, no obstante, gozó de cierta simpatía y adeptos, a pesar de que no logró consolidarse como un contrincante peligroso para el gobierno. De ahí la razón por la que, especialmente en la obra de Rivera, el discurso pictórico incluya elementos de tintes socialistas.

El primer mural, realizado en 1922, fue pintado por Diego Rivera en la Escuela Nacional Preparatoria. Posteriormente éste realizaría trabajos en los muros de la Secretaría de Educación Pública, a donde la joven Frida Kahlo iría a verlo para mostrarle sus cuadros en busca de una opinión.

Esta muchacha que se acercaba al maestro poseía a simple vista una personalidad peculiar que reflejaba su carácter decidido. Nacida el 6 de julio de 1907 en Coyoacán, al sur de la Ciudad de México, fue testigo en sus primeros años de muchos acontecimientos de la Revolución que estallara en 1910, lo que seguramente influyó en ella y en la formación de su pensamiento de manera significativa ya que a los trece años comenzó a militar en las organizaciones estudiantiles de izquierda y a los diecisiete años ingresó a la Juventud Comunista.

En 1925, a los dieciocho años, sufre un tremendo accidente que la condenará a pasar gran parte de su vida en hospitales. Es en este momento, cuando la enfermedad le obliga a permanecer en cama, que descubre su pasión por la pintura. Comienza sus primeros trabajos y en cuanto el médico se lo permite, sale a buscar la opinión del pintor que más admira: Diego Rivera.

No nos detendremos aquí ante los pormenores, sólo mencionaremos que Frida Kahlo y Diego Rivera contrajeron matrimonio el 21 de agosto de 1929.

Sería imposible negar la influencia que el pintor, entonces de cuarenta y tres años, ejerció sobre su joven esposa. Sin embargo, a pesar de que ambos compartían los principios de la ideología comunista, eran ateos y respondían con entusiasmo ante el sentimiento de integración que el pueblo vivía a través del nacionalismo, Frida logró independizar tempranamente su arte para crear con el tiempo una obra cuyas características le proporcionarían una grandiosa originalidad. Frida fue destacando paulatinamente no por ser simplemente la compañera del conocido pintor, sino por su singular personalidad. Comenzó por adoptar la vestimenta típica de las mujeres del istmo de Tehuantepec, región del estado mexicano de Oaxaca, misma que se distinguía por sus faldas largas rematadas con encajes y por los llamativos bordados de vivos colores. La decisión de usar este atuendo respondía a varios factores: era una manifestación explícita de su mexicanidad y el símbolo de su propio mestizaje. Sin duda era una forma peculiar de acentuar su ideología, aunque también se afirma que Frida se valía de ello para ocultar a los demás las secuelas que el accidente dejara en su cuerpo. El arreglo personal, sin embargo, representó todo un discurso: desde el traje y el arreglo del cabello con trenzas y listones hasta la elección de múltiples collares, pulseras y anillos, la mayoría piezas de jade que representaban ornamentos prehispánicos.

munoz-luzdemaria03.jpgEn cuanto a su producción artística, a lo largo de su obra se puede encontrar elementos constantes. Frida manejó principalmente el autorretrato como una manera de expresar los sentimientos de dolor, soledad y enfermedad que continuamente la aquejaban. No obstante, practicó también un tipo de pintura que recordaba los antiguos retablos mexicanos, cuadros de pequeño formato en donde los fieles agradecían a Dios o a algún santo el favor recibido. Estos cuadros representaban comúnmente la situación por la cual se daba gracias (sanar de alguna enfermedad, escapar de una catástrofe, recuperar un objeto valioso, etcétera). Frida se inspiró en ellos y, combinando elementos fantásticos, también narraba episodios trascendentes de su vida. Por otro lado, incursionó también en el retrato haciendo cuadros de personas a quienes ella estimaba y rara vez por encargo. Uno de ellos, pintado en 1937, nos recuerda también la vieja costumbre colonial y de principios del siglo XIX de representar a los niños fallecidos prematuramente. En este caso, Frida pinta El difuntito Dimas, retrato de un niño indígena cuyo cuerpo descansa sobre un petate, lleva una corona de cartón y se encuentra rodeado de flores, circunstancia que nos remite sin duda a su condición de pobreza. El elemento indígena se vuelve parte de su pintura y poco a poco se irán incorporando a ella símbolos claramente articulados que recuerdan siempre la cultura prehispánica y la herencia que a través de los siglos ha llegado hasta nosotros. Tal es el caso del cuadro titulado Mi nana y yo (1937) en donde una gran mujer indígena con el rostro cubierto por una máscara alimenta con la leche de uno de sus senos a una Frida que yace en sus brazos. La recurrente alegoría a las raíces nos habla también de un conocimiento profundo sobre el arte precolombino. Al respecto de este cuadro, Hayden Herrera, una de sus biógrafas, opina que Frida

[…]hace patente su fe en la continuidad de la cultura mexicana, en la idea de que el antiguo patrimonio de México renace con cada nueva generación y de que Frida, como artista adulta, seguía siendo nutrida por su ascendencia indígena. Funde lo que ella siente acerca de la propia vida con el énfasis que la cultura precolombina ponía en la magia y el rito, el paso cíclico del tiempo, el concepto de la cooperación entre las fuerzas cósmicas y biológicas y la importancia de la fertilidad.4

Así como se convierten en una característica de su producción la herencia indígena y las ondas raíces que la unen al pasado y a la tierra mexicana, estilísticamente la autora se valió del primitivismo como otra manera de ligarse a las formas de expresión del pueblo. La misma Hayden Herrera opina al respecto que:

La adopción del primitivismo como una manera de tratar el estilo y las imágenes le ofrecía varias ventajas a Frida. Además de reafirmar su compromiso con la cultura indígena mexicana, hacía una declaración política de izquierda, pues expresaba su sentimiento de solidaridad con las masas.5

Dentro del género de naturalezas muertas, además de la representación de los frutos típicos de México, Frida incluyó alusiones a la fertilidad, tan recurrentes en el arte prehispánico, y las utilizó una vez más para manifestar su mexicanismo. De la misma manera, el tema de la muerte y la representación en ocasiones grotesca de la sangre nos hablan una vez más de la poderosa influencia que la tradición indígena tenía en ella. Con el tiempo, su estilo maduró paulatinamente sin que estos elementos desaparecieran, mejoró su trazo y el pincel llegó a proyectar un trabajo minucioso a lo largo de los múltiples autorretratos que conforman el grueso de su producción.

Podemos decir que gracias a su personalidad abierta y desinhibida, Frida logró rodearse de muchos amigos, testigos del esmero con que se dedicaba a cada cuadro y del talento innegable que se plasmaba en ellos. Por eso la alentaron a que expusiera de manera individual en Nueva York y posteriormente en París, en donde recibió críticas favorables por parte del público, de conocedores y aun de artistas renombrados como Pablo Picasso. André Breton, padre del surrealismo, escribió un artículo sobre el trabajo de la pintora mexicana, a partir del cual se le catalogó bajo la corriente surrealista.6

Finalmente habremos de mencionar, con respecto a su producción artística, que en 1940 Frida Kahlo participó en una exposición que reuniría la obra de varios artistas de la corriente surrealista en la Galería de Arte Mexicano, en donde se presentó la que tal vez sea su obra más conocida: Las dos Fridas.

Su producción artística no se detuvo sino hasta poco antes de su muerte en 1954, cuando ya la enfermedad le impedía tomar el pincel. No obstante, los rasgos que la caracterizaron conservaron el carácter vital y autobiográfico ligado íntimamente al sentimiento de orgullo por la herencia histórica de la cultura indígena y alimentado continuamente por las tradiciones y costumbres del pueblo humilde y sencillo al que ella tanto admiraba.

Otro aspecto que no queremos dejar de mencionar es el relacionado con la participación de Frida dentro de la sociedad. Su lazo más estrecho con el comunismo fue sin lugar a dudas la unión con Rivera, quien era miembro del Partido desde 1922. Ella compartió los ideales de su esposo. Deseaba el cumplimiento de la justicia social y se manifestaba abiertamente en contra del imperialismo. Una de sus experiencias más impactantes se dio durante los primeros viajes que realizó a Estados Unidos al lado de Rivera. Ahí conoció de cerca la situación real de los trabajadores, vio los contrastes trágicos entre riqueza y pobreza y reprobó muchas actitudes de la sociedad norteamericana. Frida buscaba que se alcanzaran las metas de las clases obrera y campesina. Manifestó su apoyo y colaboró activamente en contra del triunfo de Francisco Franco durante la guerra civil española, fue anfitriona de León Trotsky cuando éste recibió asilo político por parte del gobierno mexicano y participó hasta el último momento apoyando las demandas sociales. Es importante señalar por ejemplo, que en 1954, días antes de que muriera y ya encontrándose muy grave, insistió en asistir a una manifestación en contra de la caída del gobierno democrático de Jacobo Arbenz en Guatemala.

Raquel Tibol, escritora y también biógrafa de la artista, afirma que aun en las condiciones físicas en que se encontraba, Frida Kahlo tuvo fuerzas suficientes para “expresar su desacuerdo con el imperialismo y sus lacayos, en vez de encerrarse a gemir por su enorme desventura personal”.

Frida no sólo compartió las ideas y sentimientos del nacionalismo mexicano, sino que en su momento representó la imagen del país en el extranjero. Ella se creó a sí misma como figura exótica, amante de las particularidades de su patria, tal como la política del Estado buscaba proyectarse tanto hacia adentro como hacia el exterior a través de las características peculiares que conformaban la idiosincrasia y el ser del mexicano, con cuyos elementos se pretendía incentivar el amor hacia la tierra y al mismo tiempo, la tan esperada unidad nacional. Frida se encontró inmersa en aquel revuelo de sentimientos. Se identificó claramente con las manifestaciones típicas de México como la comida, el lenguaje popular, la vestimenta y el rechazo hacia la injusticia social y la intervención extranjera.

Para concluir, diremos simplemente que con el correr de los años, la imagen de Frida Kahlo sigue generando admiración, tanto por el impacto de su obra como por su propia personalidad. Su nombre permanece ligado al de Diego Rivera sin que se confundan sus rasgos. Ambos gozan de diferencias esenciales y características que los hacen únicos, y han pasado a ser representantes de una época de formación de la conciencia moderna mexicana. Frida supo asumir ese papel hasta hacer de ella misma un símbolo que nos refiere siempre a lo típico mexicano. Por lo tanto, Frida Kahlo y su obra forman parte indispensable del legado cultural que todo aquel que pretenda conocer y acercarse a la historia de México no puede evitar. munoz-luzdemaria04.jpg

 


Rivera y Siqueiros frente a la embajada de Estados Unidos.
Foto: Juan Guzmán, c. 1948. Archivo Fotográfico IIE-UNAM.

Frida Kahlo en su casa de Coyoacán.
Foto: Juan Guzmán, s/f. Archivo Fotográfico IIE-UNAM.

Frida Kahlo en el Hospital Inglés.
Foto: Juan Guzmán, 1951. Archivo Fotográfico IIE-UNAM.

Diego Rivera y Frida Kahlo con miembros de la Unión de Artistas
en el desfile del 1º de mayo de 1929.
Foto: Tina Modotti. Archivo Fotográfico IIE-UNAM.


1 Se trata del fresco El hombre en una encrucijada que se comenzó a pintar en el Rockefeller Center de Nueva York y fue destruido en 1933 antes de que el artista lo concluyera. Más tarde Rivera lo reproduciría en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México.

2 Adolfo Gilly. “Los dos socialismos mexicanos” en El nacionalismo en México. México, El Colegio de Michoacán, 1992. p. 359.

3 Adolfo Gilly. Vid Supra. p. 364-365.

4 Hayden Herrera. Frida: Una biografía de Frida Kahlo. México, Diana, 1998. p. 188.

5 Hayden Herrera. Op. cit. p. 191.

6 Raquel Tibol. Frida Kahlo, crónica, testimonios y aproximaciones. México, Ediciones Populares, 1977. p. 63.

7 Raquel Tibol. Op. cit. p.8.

 


Bibliografía

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Brading, David. Los orígenes del nacionalismo mexicano. Traducción de Soledad Loaeza. México, Ediciones Era, 1985. 132 p.

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Goldman, Shifra M. Pintura mexicana contemporánea en tiempos de cambio. México, Instituto Politécnico Nacional-Editorial Danés S. A., 1989. 284 p. Ilus.

Herrera, Hayden. Frida: Una biografía de Frida Kahlo. México, Diana. 1908. 440 p. Ilus. Fotos.
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Sheridan, Guillermo. México en 1932: La polémica nacionalista. México, Fondo de Cultura Económica, 1999. 508 p. (Colección Vida y Pensamiento de México).

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VIII Coloquio de antropología e historia regionales. El nacionalismo en México. Cecilia Noriega Elío, editora. Zamora, El Colegio de Michoacán, 1992. 772 p.