No. 117/CUENTO

 
 
El cíclope (el movimiento y el sentido)
Relato circular en trece partes


Rafael Mondragón Velázquez
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS, UNAM

 

 

                                                                   I

Es cualidad del cíclope el no dormir: con la mirada callada, viendo el techo, los brazos abiertos hacia arriba, tensando la piel blanca en donde los huesos se entrevén, tímidos. No dormir, y sin poder dormir, es parte de la cualidad del cíclope.
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                                                                  II

La mujer es el mar.

Uno es el marinero, y el espacio donde el mar se encuentra con nosotros será llamado destino.

Luchar con el mar es abrir con las manos surcos, sobre la piel que ahoga.

Girar sobre el centro de uno mismo, tuerto y ciego: no tengo ojos, pero hay una luz que brilla entre mi frente.




                                                                  III

Uno tiene la piel quemada y dura, llena de grietas secretas. La piel de uno es tan amarga que parece vino. Las uñas son de piedra. Uno se levanta, desde su augusta altura, y el polvo cae del cuerpo en bocanadas. Uno tiene esa mirada que arde. Con el fuego en los ojos, uno voltea, y observa. El campo devastado yace a los pies de uno.

Uno ya no tiene nombre.




                                                                  IV

Luchar por conseguir la orilla; la orilla es ese lugar de arena, en donde palpita aún la humedad de los cuerpos que se fueron, y que no han de volver más. Es el lugar donde se desarrolla el insomnio; las manos secas, cansadas, tocando la pared, la orilla de la pared. El sentimiento de la pintura blanca, corriendo solamente entre los dedos.




                                                                  V


Mi padre es llamado Polifemo; él es el primer cíclope. El padre de todos los cíclopes.

Sí. Polifemo. Al pronunciarlo, el nombre se alarga, es uno de esos nombres mágicos. De esos nombres sagrados que tienen capacidad de invadir los espacios.

Pooo-líf-eee-mo. Un nombre tan grande que uno no puede ser capaz ni de imaginar qué significa.

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                                                                  VI

Después del huracán hace frío. La humedad y el frío se filtran, y yo me abrazo a mí mismo, y el viento silba.

Debería tener una manta o ropa para cubrirme de este frío.

Pero el problema es que soy tan grande.

Debería tener una manta o ropa para cubrirme de este frío.

No he conseguido un ropaje que cubra mi cuerpo de lleno. Camino por el bosque, con paso fuerte y duro, y junto los dientes para que el frío no pase. Soy muy grande. Soy muy alto. Estoy cargado de altura.

Cargado de altura inerte.
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                                                                  VII

Tengo un sólo ojo en las mañanas.




                                                                  VIII

Y es que es levantarse, y ver la ceniza cayendo de mi cuerpo, haciendo ríos. Contemplar éste mi Reino, ésta ¡oh, mi tierra!

Ver la catástrofe dejada por el fuego, y llorar desconsolado.




                                                                  IX

Y es que ¿quién eres? Pregunta la mujer de piel salada. Y a pesar del naufragio en el que uno lucha, amedrentado, uno hace su mejor esfuerzo, es honesto, y dice lo que cree que puede.

mondragon-rafael04.jpgLas pieles de uno y de otro se juntan, violentamente. Las miradas se abrazan, y las palabras van perdiendo significado. ¿Quién eres? Dice ella. Y uno no tiene palabras, pero quiere ser honesto.

Soy de la raíz de Polifemo, dice uno. Y piensa también que, lo más probable, ésa sea una respuesta que ella esta vez no entienda.




                                                                  X

El movimiento. El movimiento silencioso, hacia la piel de ella, apartando la piel, buscando algo dentro de la piel. La escena es silenciosa. Sólo hay roces, y suspiros que no se escuchan, y luces cálidas que llueven de la ventana, y movimiento. Uno está ahí, solo, Polifemo en el campo devastado, con la piel de piedra que cruje, que amenaza con romperse. Hijo de algo innominado, que se aleja dejando las casas en desorden y las mujeres preñadas. No puede uno. Es cualidad del cíclope quebrarse, cuando está a punto de encontrar el milagro. Es cualidad el no dormir: la mirada devastada, ardiendo, un sólo ojo, brillando, de fuego. No hay palabras. Solamente hay movimiento.

Estás vacío.



                                                                  XI

Pasos en la grava, el pavimento. Sonido rítmico. El cíclope con su disfraz de hueso, sonriendo a medias, cabello arreglado. Y sí, ése eres tú —te dices—. Quién lo diría, con tu disfraz de hueso. Tu media sonrisa melancólica. Incluso parezco alguien normal.

Tienes miedo de ver a la gente. Caminas con tus ojeras, pasos que resuenan en el suelo de grava. Las manos en el bolsillo. La gente pasa alrededor tuyo. El pasar de la gente está hecho de música.

Esto de aquí, sabes, es el principio de la historia.




                                                                  XII

Ella, a quien tú no conoces, pasea con su mirada por la calle, ese hermoso par de ojos café, que miran como buscando algo. Tú la miras, sonríes. Tu mirada y la de ella se cruzan. Tú sabes que aquí comienza la historia, y, con una sonrisa ojerosa, te atreves todavía a imaginar.

Cierras los ojos a medias, el sol arde. Tienes el cuerpo de piedra invadido por las sílabas de la raíz de donde vienes. Estás solo.




                                                                  XIII

Caminas hacia ella.

Fin

 

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Dibujos de Arturo Durán Ramos, Escuela Nacional de Artes Plásticas