No. 142/EL RESEÑARIO

 
La trilogía de las obsesiones:
el nuevo ciclo de Daniel Sada


Rodrigo Martínez



Luces artificiales
Joaquín Mortiz, México, 2002




Ritmo delta
Joaquín Mortiz, México, 2005




La duración de los empeños simples
Joaquín Mortiz, México, 2006



punto de partida 142 En una entrevista, Daniel Sada (Mexicali, 1953) declaró lo siguiente: "No soy un au­tor que se identifique con sus primeros libros [...]. Aquellas fueron obras vibrantes realizadas con todas mis fuerzas, pero ahora estoy muy lejos de escribir así. Uno cambia y se vitaliza. Si me hubiera repetido me hubiera podrido como escritor. Ya no daría para más."1

En efecto, el ciclo que abrió Luces artificiales dio un giro a la narrativa del ba­ja­californiano. Antes, en novelas como Albedrío (1989), el lector se encontraba con el desierto, con el lenguaje regional del norte (elaborado con disciplina de escultor y verso medido) y con personajes que partían real o imaginariamente en búsqueda de una identidad. Ahora, como en Ritmo delta y en La duración de los empeños sim­ples, el am­biente es urbano, el lenguaje aspira a una picaresca contemporánea y los per­so­na­jes están sometidos a la incomunicación y a la soledad de la sociedad actual.

Luces artificiales, Ritmo delta y La duración de los empeños simples tienen nume­rosos hilos en común. Las tres son novelas de ambiente urbano; novelas sicológicas y humorísticas. Sus personajes son grotescos y pícaros. Las tres siguen pre­do­mi­nan­temente el mecanismo del drama (las cosas parten de una normalidad, luego se complican y vuelven a su estado original). Pero, sobre todo, las tres contienen una burla constante a ciertas obsesiones de nuestra época: la riqueza, el amor, la salud, la belleza, el éxito y los buenos matrimonios.

punto de partida 142 Lo único que no tienen en común es el resultado. Ritmo delta es la mejor, la más literaria y la más verosímil (de allí que fuera galardonada con el Premio Nacional de Narrativa Colima para obra publicada 2006). El personaje, Roberto Pastrana, es un corrector de estilo que sugiere el libro de su abuelo ciego a una editorial de best-sellers. El texto resulta exitoso y deja ganancias importantes al muchacho, quien se aísla de la hi­po­­cresía que lo rodea. La pérdida de su empleo y la muerte del anciano desen­ca­de­nan una serie de situaciones (equivocaciones) que devienen infortunios.

Con esta novela Sada logró el cambio que pretendía. A diferencia de Luces arti­fi­cia­les y La duración de los empeños simples -cuyos personajes recuerdan cue­n­tos como "Bahorrina", "El fenómeno ominoso" y "El arte de la briba" de Registro de causantes (1992)-, el estilo, que combina una tercera persona con un lenguaje hu­morístico, sostiene el ritmo y el suspenso del relato a pesar de sus casi qui­nien­tas páginas. Los personajes se definen. Hay un conflicto que libera las ob­sesiones de los protagonistas y produce enfrenamientos en una especie de tragicomedia. Se tra­ta de una obra construida con habilidad donde el lector ha­lla varias claves que re­sultan necesarias en el desenlace. Al final, el sistema del dra­m­a se desvanece para dar lugar a una auténtica novela, con recursos de ex­celente argumentista, que deja ese sabor amargo y cómico propio de la soledad del hombre en su entorno actual.

Aunque Luces artificiales y La duración de los empeños simples pertenecen al mis­mo ciclo, y aun cuando juegan con los mismos significados, se trata de novelas que nunca se definen por completo. La primera es más cercana a la época regionalista del autor. En ella Ramiro es expulsado de su estado natal hacia la capital. Su pa­dre le da una herencia formidable a cambio de que se opere el rostro para quitarse la feal­dad. Su nueva imagen coincide con la de un criminal. Perseguido por seres reales e ima­ginarios vuelve a su terruño. En la escena final se consuman una burla hacia la ce­rrazón provinciana y la idea de que la condición humana se caracteriza por el ine­vi­table retorno al origen.

punto de partida 142 En La duración de los empeños simples, Leonora Godínez (la mujer) bebe su ori­na todas las noches para mejorar su salud; Alberto Junco (el hombre) es un desempleado que tras treinta años de labores burocráticas dibuja mapas de tierras imaginarias; Luis Lauro (el hijo) abandonó la marihuana para escribir supuesta poesía de van­guardia. Sus manías los confrontan y los alejan. Se trata de una familia que apa­rentemente se dispersa, pero que desemboca en una misma condición. En ambas novelas la red del drama es demasiado evidente. La normalidad se vuelve rareza, ni­do de equivo­ca­cio­nes, y luego se normaliza. En otras palabras: parece que no ocu­rre nada memorable.

En su primera época, Sada escribía con un estilo predominantemente semán­ti­co. Su apuesta era el lenguaje y el significado; el ritmo y la connotación. Su bús­que­da lo convirtió en un buen argumentista. Ahora intenta una literatura sico­ló­gica, pero su estilo fugaz apenas le permite trazar la conciencia de los personajes. Ramiro y la fa­milia Junco son bocetos y sus peripecias parecen meras anécdotas derivadas de cier­tas obsesiones. Por ello la trama no funciona. Al final, personajes y cir­cuns­tan­cias parecen inspirados en Kafka (El proceso), pero, a diferencia de las obras del checo, éstas no tienen una resolución efectiva, novelesca. Ejemplo de ello es el romance fracasado de Alberto Junco con una joven que, sin razón aparente, se suicida an­te él. El hecho no es más que una rareza en la vida del hipotético geógrafo cuando pudo ser el detonante de un argumento entrañable como el de Ritmo delta.

En su ciclo actual Sada ha inventado héroes idénticos para cada novela. Ramiro Cinco, Roberto Pastrana y Alberto Junco parecen ser uno mismo. Todos están ator­mentados. Andan entre la soledad y el anonimato. No se comunican. Tienen pocas ambiciones. No buscan problemas, pero se meten en líos graves por su necedad y su torpeza. En pocas palabras, antes que seres, son significados. Y el principal sen­tido al que apuntan son las obsesiones. Estos motivos indican una transición en la prosa del bajacaliforniano. Como he dicho, Sada obtuvo el cambio que deseaba. Lo que no logró fue revitalizar su obra, especialmente su poética. Y es que ninguna de las obras de esta trilogía de las obsesiones está a la altura de novelas como Albe­drío, Una de dos (1994) o Porque parece mentira, la verdad nunca se sabe (1999).

Son pocos los narradores mexicanos que han logrado transitar exitosamente ha­cia géneros o estilos diferentes. Las obras más sólidas han sido, de manera general, aque­llas que se forjaron a través de una sola poética o estética. Pensemos en Rosa­rio Cas­tellanos, José Revueltas, Ricardo Garibay o Jesús Gardea. Otros prosistas, en cambio, obtuvieron obras menores al explorar nuevos ámbitos. Sada apostó por este rumbo y, hasta el momento, los resultados han sido discretos. Ritmo delta es la mejor re­pre­sentante de este camino, pero aún falta que su autor logre consolidar una poética más consistente y mejor lograda. De lo contrario tendrá que volver -co­mo Ramiro Cinco- a los orígenes de su novelística.

1"Daniel Sada: Mis libros se van a olvodar"; entrevista realizada por el autor de esta reseña para la tesis de licenciatura titulada En el ombligo del universo: una caracterización de la narrativa regionalista en México.