No. 124/DEL ÁRBOL GENEALÓGICO

 
Divino tesoro
(Fragmento)


Bernardo Ruiz



“Hay a quienes les gustan los caballos y quienes prefieren los toros”, afirma Yoni contundente, atrás de su puro, con la soberbia napoleónica de que hace gala cada vez que medita alguna prueba —cualquier chingadera, digámoslo sin rodeos— para quienes compartimos con él la travesía, cualquier cosa que esto signifique.

La travesía, aquella vez, significaba precisamente ese instante:

La mitad del día, el principio de la preparatoria, y luce el sol en la Ciudad de México el martes de mayo de 1967 —como afirma el lugar común: inmenso y primaveral en el azur. Apenas un leve viento, y a nuestro alrededor el agua oscura de la Estigia y su reflejo de jade, el lago menor de la segunda sección de Chapultepec, ese día de pinta. (¿Y por qué nuevo si es un bosque varias veces centenario?) Y uno imagina que los árboles del bosque son abetos y que esto es un viaje a Canadá, más lejos que Disneylandia. Dios y los Estados Unidos (Yankees, go home. Gringas, come home: mi sueño líquido).

Oh, maravilla, la impunidad de los quince años, una impunidad como de titular de la PGR. Si no, para prueba, obsérvese con mayor detalle: Yoni trae un cigarro, un puro, un habano en la boca. Va en la proa y tiene la pose de una gaviota invertida, es decir, los brazos como en M, desbordados por encima de la borda. Despatarrado, echa hacia atrás la nuca, para que el cigarro sea una chimenea color tabaco, que sobresale de la piel tabaco del Yoni.

Frente a él, echado en la popa, con las piernas abiertas como si acabara de descubrir la V, Goss lleva su habano a la boca como si Rodolfo Valentino y él compartieran la inicial del apellido. No el apellido, mas sí la galanura, reafirma su pose de banquero en yate. Goss tiene un inusitado éxito con las mujeres. Triunfos que él nunca menciona para evitar las envidias. Lo que no sucede a raíz de una noble causa: es el cuñado más cotizado de la institución escolar. Nadie en sus cabales quiere estar mal con él. Tiene una madre hermosa, distinguida, de modales impecables: educación inglesa, silenciosa. Y un par de hermanas buenérrimas, apetecibles como los senos de las actrices más cotizadas del momento: Raquel Welch y Jane Fonda.

Mas Goss no es el último pasajero.

¿Funciona la nave con propulsión atómica? No. ¿Se permiten los buques de vapor o motores fuera de borda en la superficie del lago menor de la segunda sección del nuevo Chapultepec? Respuesta negativa. ¿Impulsa el viento alguna vela del navío? Ni vela, ni viento. Y cesen las especulaciones: el medio de transporte lacustre por excelencia en el lago menor no es ni góndola, ni chalupa, tronco, balsa o submarino: es una lancha a remos. Una lancha de dos remos fabricada con fibra de vidrio.

Lo cual nos conduce a una importante distinción: en el lago navegan lanchas de remos y bicicletas acuáticas para parejas. Preferentemente, los enamorados escogen las bicicletas para sus paseos lacustres. Tienen con ello la oportunidad de tomarse de la mano, suspirar sobremanera, y darle un toque cursi al lago cuando se cruzan con los eventuales patos. Los suspirantes, favorecidos por las alucinaciones que provocan los impulsos hormonales, incluso han de bautizar como cisnes a los menos desfavorecidos patos, porque amor sin cursilería, se sospecha, es mera pasión.

Por la pose descrita tanto para Yoni como para Goss, el imaginativo auditorio estará cierto de que ellos no navegan en una bicicleta acuática. Miramos ahora con más atención y vemos dos figuras contrastantes en el medio del bote. Cada una de ellas en posición de E, sostiene un remo. La E más compacta y corpulenta se llama Tonko; la más estilizada es el Enano.

Tonko, de la familia de los Cacos, se apoya en el remo y medita si fumará uno de sus Delicados™ o lo dejará para el final de la comida. El Delicado tiene un aroma espléndido, como su nombre; como desventaja se encuentra que las motas de tabaco se adhieren a los labios y lengua del fumador, quien para quitárselas de encima debe escupirlas, maleducadamente, o pizcarlas con los dedos, con la misma mala educación, y embarrarlas en un pañuelo, en una servilleta o en prenda equivalente. Tonko, de la mítica familia de los Cacos, sólo se refugia en el cigarrillo cuando quiere entrecerrar un poco más los ojos, sea porque la luz le molesta siempre —o ignora que es un poco miope, sus ojos no son claros— y cuando mostrar algún escepticismo.

¿Enano por qué no fuma en este momento de paz a la deriva? Enano es un caso inusual: su trayectoria entre el humo es la más larga de todas. Él fuma descaradamente desde la secundaria, en cualquier parte. Sin embrago, desde niño, Enano teme a los habanos. Tiene un respeto sobrenatural a sus efectos: a los cuatro años, la primera vez que quiso ser grande y fumar, su padre le dijo: “Está bien, fuma”. El hombre le dio un puro Te Amo y Enano lo fumó de principio a fin. Había que verlo: orondo y gozoso, allá en 1958, en una ciudad sin límites, en un país magnífico, de un mundo inmenso y desconocido, aspirando con intensidad aquel humo blanco, a veces azul, por momentos densamente amarillo, que producía figuras caprichosas y seductoras en el aire, como una danza magnífica de espíritus benefactores que en algún momento inesperado se volvieron mareo, náusea y pesadilla condenando a Enano para el resto de sus días a percibir el humo del cigarro como un placer inmenso que terminaba en un miedo real, profundo: en rechazo.

Enano fuma descaradamente un SM con filtro cuya colilla flotará al final en la superficie del lago.

Los ociosos meditan un instante.

Esa tarde corre Noble Boy en el hipódromo y se medita la posibilidad de acudir a apostar por él. Noble Boy, unos meses antes, permitió que Enano tuviera una vida holgada durante varias semanas, va que pagó ocho a uno la inversión inicial. Desde entonces Enano ha cambiado sus costumbres: se aparta de la mafia y se encierra horas y horas elaborando documentos de carácter confidencial: informes de lectura, de laboratorio de biología y de química o de física; y eso ha destruido la vida interna de los salones. A Yoni no le gusta que alguien tenga más poder o influencia que él.

En su posición de E, mirando el horizonte verde y azul, Enano sabe que la travesía —esta vez— no es un viaje de placer, ni un pacto de amistad. Su juicio está a punto de iniciarse. Lo compacto del grupo se lo anuncia, junto con el rostro relajado de los demás y el aparente desgano de Yoni, en la proa. Tanta paz le produce a Enano una tensión enorme: nunca ha habido paz en su vida. A veces cierta tranquilidad. Su destino ha sido siempre a salto de mata, con vueltas inesperadas de la fortuna, pero siempre una constante lucha: el cálculo constante de lo que el futuro depara.

Cuando Enano mira las líneas de su mano, encuentra un laberinto. “No confíes en nadie”. Cree que adivina el mensaje inscrito en la palma de su mano izquierda. Ésa es su vida. Poner ese rostro relajado de jugador de pókar mientras acaricia bajo la mesa la cacha de la pistola y se asegura de que el gatillo conserve su ductilidad. Así es Enano.

 



Bernardo Ruiz nació en la Ciudad de México en 1953. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha publicado los libros de cuentos Viene la muerte, La otra orilla, Vals sin fin y La sangre de su corazón; y seis de poesía, donde destacan Juego de cartas y Pueblos fantasmas (1978-1999); además, las novelas Olvidar tu nombre y Los caminos del hotel, entre otros. Algunos de sus libros han sido traducidos al inglés, al francés, al rumano y al portugués. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores, profesor de la Escuela de Escritores de la SOGEM y coordinador de narrativa en la Fundación para las Letras Mexicanas. Entre 1972 y 1975 colaboró con varios cuentos en Punto de partida, y en 1976 publicó su primer libro, Viene la muerte, en las Ediciones de Punto de partida.