No. 125/EL RESEÑARIO

 
El mundo raro de Quim Monzó


Víctor Cabrera




Quim Monzó
El mejor de los mundos
Anagrama, Barcelona, 2002


victor-cabrera1.jpg El de (Joa)Quim Monzó (Barcelona, 1952) es el universo atípico desde el que, cada tanto, caen a la tierra de las novedades literarias uno o dos especímenes de esos que Rubén Darío denominó “los raros”. Autores —en un principio— marginales, olvidados por las listas de best sellers y reacios a las esquematizaciones académicas. Escritores que “nos enseñaron y enseñan a (re)leer, y cuando los recuperamos de otras épocas, nos iluminan respecto a cómo domar lo contemporáneo”, como ha escrito el ecuatoriano Wilfrido H. Corral en una rara “¿Teoría de los raros?”.* Y para domar lo contemporáneo hay que serlo plenamente. La rareza de estos autores consiste, entonces, en asumir su contemporaneidad —su singularidad, su originalidad, su extravagancia— a pesar —y sobre todo en contra— de cánones, modas y tendencias imperantes. Si lo raro es lo ralo, lo “poco numeroso”, lo infrecuente (Corominas dixit), en la historia de la(s) literatura(s) los raros brotan como una anomalía. Son, en el Jardín de las Bellas Letras, la hiedra ponzoñosa.

En el caso de Monzó se trata de una anomalía muy particular: su narrativa, inserta en la mejor tradición del cuento contemporáneo hispanoamericano, ha sido escrita en catalán. Quim Monzó abreva en esa tradición y, a su modo, la renueva al mismo tiempo que se incorpora —y acaso la refunda— a la tradición del relato en Cataluña. En él —en sus cuentos— se hacen visibles los fantasmas de Max Aub y de Ramón Gómez de la Serna, de cierto Borges y del Bioy más puntilloso, de Cortázar decantado de su rémora ideológico-panfletaria o de un Julio Ramón Ribeyro puesto al día. Esos, por sólo mencionar ciertas rarezas.

Él mismo traductor a su lengua de otros freaks (en algún momento de la historia literaria) como Truman Capote, JD Salinger, Mary Shelley o Ray Bradbury, en El mejor de los mundos —su mundo absurdo, grotesco y abigarrado— Monzó acomete una empresa acaso más ardua: reinterpretarse él mismo en su otra lengua. Y el resultado, se adivina por la exactitud con la que fluyen estas “versiones” castellanas, es impecable. Es precisamente la exactitud, una de las cualidades propuestas por Italo Calvino para la narrativa de nuestro milenio incipiente, la mejor virtud de Quim Monzó. En una época en que cierta narrativa tiende a demorarse en detalles superfluos, chistosos o pretenciosamente cultos, la de Monzó fluye porque en ella nada sobra. Monzó arma sus cuentos con la precisión del dinamitero que construye una bomba de palabras: cada detalle, cada elemento narrativo, está diseñado para explotar en el momento justo.

Quien se haya acercado previamente a la obra de Joaquim advertirá inmediatamente en este título el dardo envenenado de la ironía; bastará leer un par de cuentos para que, quien lo hace por primera vez, ingrese a ese mundo “ideal” en el que, por ocultar una verdad inobjetable como la muerte, un chico pasea con la momia de su hermano o, al revelar otra que sólo es un absurdo malentendido, un pequeño “hijo de puta” desencadena un drama familiar. Precisamente la familia ocupa en esta colección de cuentos un sitio central: aquejado por el cáncer o por el tedio, el núcleo familiar se revela como una utopía amarga, la paternidad como un entorno reservado para la frustración, y el matrimonio como un perpetuo y mutuo sabotaje.

A mitad del libro, entre las dos secciones de cuentos que lo integran, se incluye la nouvelle “Ante el rey de Suecia”, relato delirante y genial del poeta Amargós, sempiterno candidato al Premio Nobel quien, en una absurda sucesión de causas y efectos, para hacerse acreedor al galardón tiene que enfrentar una serie de vicisitudes habitacionales-vecinales-emocionales que terminan por, literalmente, encogerlo.

Si Ochentaiseis cuentos (la colección de sus libros de cuentos previos reunida en 2001 por Anagrama) es el testimonio del aprendizaje y el dominio paulatino del oficio narrativo del autor, El mejor de los mundos es la confirmación definitiva de Quim Monzó como un indiscutible maestro del género.



* Wilfrido H. Corral, “¿Teoría de los raros?”, en Paréntesis, año 1, núm. 8, marzo 2001, México, pp. 8-13