No. 126/EL RESEÑARIO

 
Al interior de la máquina


Iván Cruz Osorio
 

 

 


Evodio Escalante,
La vanguardia extraviada,
Textos de Difusión Cultural,
Dirección de Literatura, UNAM. México, 2003


 

portada-vanguardia.jpgEnrique González Rojo (1928), Eduardo Lizalde (1929) y Marco Antonio Montes de Oca (1932), son nombres canónicos dentro de lo mejor de la poesía mexicana del siglo XX. Su obra se ha leído y estudiado en el plano individual, pero poco, casi nada se ha analizado el “poeticismo”, movimiento de vanguardia creado hacia 1948 por González Rojo y Lizalde, al que se uniría, en 1951, Montes de Oca, y que sería el punto de partida de sus carreras poéticas. Desde luego, aquí observamos un vacío que es preciso ocupar con críticas, estudios, tesis. En el análisis de estos tres autores, el poeticismo aparece como un experimento juvenil que a la distancia se percibe como poco trascendente en su obra madura.

Por desgracia, los más interesados en hablar, en analizar este movimiento, han sido los propios protagonistas: ya es célebre la Autobiografía de un fracaso de Eduardo Lizalde, publicada en 1981, en la que el autor narra las vicisitudes del movimiento poeticista de forma duramente crítica, al grado de desacreditarlo: “El poeticismo era, más que un proyecto ignorante, un proyecto equivocado, que se salió de madre a destiempo.” Este tono terriblemente duro, no lo es tanto en la visión de Marco Antonio Montes de Oca sobre el mismo movimiento, en el “Prólogo autobiográfico” de su Poesía reunida (1971): “En esencia fallido, el poeticismo no deja de ser interesante por el esfuerzo teórico que sus fundadores aportaron.” Es claro que, mientras Lizalde descalifica el movimiento, Montes de Oca le da cierto crédito; su intención no es borrar esa experiencia de su pasado, como podría pensarse de lo expresado por Lizalde, y es esta visión la más generalizada entre los críticos, quienes intentan res tarle importancia al movimiento.

Desde luego, las visiones de Lizalde y Montes de Oca son las vistas al interior de la máquina poeticista, pero, como ya ha sido señalado, pocos se han acercado, desde el exterior, a tratar de analizar y de explicar el lugar que ocupa el poeticismo y su trascendencia en la poesía mexicana del siglo XX. Ante este panorama, La vanguardia extraviada viene a ser para el poeticismo, en palabras del autor, “el primer intento serio de ubicar su alcance y sus consecuencias”. A diferencia de los críticos que han escrito sobre los tres poeticistas, Evodio Escalante no ignora o descalifica el poeticismo para apurarse a analizar la obra madura de estos autores; Escalante sabe que en este movimiento juvenil encontrará las raíces de la asombrosa obra madura, por eso profundiza en el análisis, expone el marco histórico, las ideologías, las lecturas, las influencias que hicieron posible la creación de este movimiento.

Evodio Escalante analiza e intenta explicar lo que fue el poeticismo, y cómo influyó en las carreras en solitario de sus protagonistas; para esto se sirve de los poemas que considera resultan herederos de la ideología poeticista. En el caso de Enrique González Rojo analiza Dimensión imaginaria; en el caso de Eduardo Lizalde, Cada cosa es Babel, y de Montes de Oca, analiza varios, pero en particular Ruina de la infame Babilonia. Escalante trata de encontrar un “aire de familia” entre estos poemas y hace múltiples analogías entre uno y otro, además de que trata de comprobar que varias de las ideas poeticistas aún viven en estos autores y no han desaparecido al paso de los años. La vanguardia extraviada es un ensayo que cobra gran importancia, ya que no sólo explica el movimiento donde surgen tres de los grandes poetas mexicanos del siglo XX, sino que también explica y pondera una vanguardia que, ignorada o menospreciada por muchos, es una de las más lúcidas y lúdicas de la poesía mexicana.

Evodio Escalante ha puesto el dedo en la llaga, ha puesto en la mesa de discu sión uno de los olvidos más injustos de nuestra literatura, y con esto le regresa parte de su honestidad a la poesía mexicana. Si bien La vanguardia extraviada no llena esarlo, y deja la mesa puesta para que otros completen la labor.