No. 129/CUENTO

 
Víctima


Édgar Mora Bautista 
facultad de filosofía y letras, UNAM 

 

 

bautista-mora01.jpgSabía que todo había pasado. Con su mano limpió el sudor frío que comenzaba a escurrirle por el rostro. Su respiración se empezaba a normalizar. No tenía nada que temer, ahora el miedo era solamente un mal recuerdo en su mente. La sensación de malestar se alejaba con velocidad de su cuerpo y le permitía moverse normalmente. Una sonrisa se dibujó en su boca dejando ver la pulcra limpieza de sus dientes, estaba orgullosa de ellos. Sonreía a la menor provocación para que el brillo de éstos causara el efecto deseado: dejar lo suficientemente impresionado al que la viera como para que no se resistiera a sus encantos. Esa noche, sin embargo, estuvo muy cerca de convertirse en la víctima.

El recuerdo le nubló la vista y un escalofrío recorrió su espina dorsal. Sintió frío. En su mente dibujó lo que acababa de suceder; el chico guapo, seguramente de buena familia, con un extraordinario auto deportivo, se había acercado a ella con intenciones que iban más allá de simplemente invitarle una copa. Ella lo sabía, lo olió en el ambiente. Si el tipo quería algo más le iba a costar. Tal vez no mucho, todo dependía del valor que le otorgara a las cosas. No todos tenemos las mismas prioridades. Después de dos martinis, ella estaba lista, sabía qué hacer. El chico la invitó a “un lugar más íntimo”. Ella sonrió coqueta y sólo pidió el tiempo necesario para ir al baño. Él enseguida pidió la cuenta.

Afuera, el motor del auto rugía virilmente, como si el conductor le transmitiera sus pensamientos. Ella jugueteaba con el lóbulo de la oreja de su guía, esparcía su respiración cálida por el cuello y los hombros. Entonces sucedió. Bruscamente, el auto frenó. Pudo ver por el retrovisor cómo las pupilas de su acompañante se contraían en una mueca entre asombro, sospecha y ansiedad. Nunca pudo saber qué fue lo que sintió en ese momento. Sabía que tenía que correr con la suficiente velocidad como para impedir que algo irremediable sucediera. La distancia era cada vez más corta, sintió el aire nocturno, frío, golpear su rostro. Después, una cortina roja cubrió sus ojos. Estaba ahí, respiraba con dificultad pero a salvo. El tipo corrió velozmente pero no lo suficiente. Por un momento ella creyó que se podría escapar, pero cuando calculó la distancia correcta, de sus manos salieron los golpes certeros y mortales. Ahí estaba, respirando tranquilamente a sabiendas de que el cuerpo que aún se movía a sus pies no podría ya escapar. el miedo de tener que esperar una nueva presa hasta la siguiente noche había desaparecido. El chico gemía pero sus movimientos eran cada vez más débiles. La calle estaba desierta. Con cuidado, lentamente, ella lo levantó del suelo con facilidad y lo arrastró hasta la oscuridad del parque. Una vez ahí, lo despojó de la ropa y, con un mordisco certero en su abdomen comenzó tranquilamente a devorarlo.
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Ilustraciones:
Francisco de Anda, Escuela Nacional de Artes Plásticas