No.131/EL RESEÑARIO

 
Hernán Lavín Cerda: algebrista
de voluntades atribuladas

 

Carlos Pineda

 

 

 


Hernán Lavín Cerda
Discurso del inmortal
Hotel Ambosmundos, 2004


  a Tobele Toriz, por ese otro discurso inmortal

 

discurso-del-inmortal.jpgEl enigma que seduce al pensamiento; el asombro entre la luz y el silencio que encarna en signo poético… Acaso sean estos, y algunos otros más, que por el momento se escapan a la pluma, los ingredientes con que han sido concebidos el andamiaje y el aliento de la obra más reciente de Lavín Cerda, Discurso del inmortal, libro de poesía sin ataduras que lo encasillen en tal o cual forma, en aquella o acuesta moda.


Tal cual viejo demiurgo, el poeta Lavín Cerda (nacido en Chile en 1939) demuestra en este volumen su oficio órfico, y a la vez su cultivo de la paciencia. Gracias a ello los versos en que son formuladas las sensaciones y las reflexiones, son exactos, suerte de saetas disfrazadas de viento, que hasta después de haber dado en el blanco uno siente su presencia. En este volumen poético, como en anteriores ocasiones, el vate chileno le apuesta con gran fortuna a cierto humor al que uno no acierta a enunciarle el apellido. Humor matizado con una sutil ironía que sólo a trasluz puede ser vista, ya que en la mayoría de las ocasiones se encuentra en el rincón oscuro del cuadro, puesta como por accidente, como si el poeta la dejara ahí por olvido.

Muestra de lo anterior es el poema que da nombre al libro: “Discurso del inmortal”, en el cual el autor nos advierte: “Me gustaría ser inmortal, pero gringo: / nada es más concupiscente, / menos metafísico y más estimulante”; y más adelante: “Sospecho que no sólo Publio Virgilo Marón sino / también Dante Alighieri, / además de William Shakespeare, hubieran deseado, / ser gringos / y luego inmortales.” Sin embargo, esta estrategia seguida por Lavín Cerda para evidenciar la estupidez del momento histórico actual es también cuestionada desde un ángulo más “lírico”, más apegado al nervio que al hígado. Así el poeta plantea el sufrimiento de la guerra a partir de un elemento corporal que lo une al trabajo del escritor: la mano. En el poema “La voz de Mosaffer” nos dice el yo poético: “Regálenme una mano que me acompañe / con sus dedos y sus uñas […] Mi nombre es Mosaffer, tal vez nací en Kandahar, / y necesito con urgencia el asombro de una mano / muerta o viva […]”. Terrible imagen del descuartizamiento, no sólo del cuerpo de un hombre, sino sobre todo de su razón, que tan se deshace en jirones de arena muerta en pleno desierto (simbólico y real) que “[…] no deja de gemir como un animal / herido.”

Bien vale la pena tener cerca nuestro este volumen de poesía que se alza orgulloso contra la amnesia del olvido.

El poeta mismo nos ofrece al inicio de su libro una breve prosa en la que plantea el universo en el cual gravitan los poemas que lo conforman, y que creo, es la manera más apropiada para concluir esta breve reseña y así comenzar la lectura del Discurso…: “Estas escrituras son hijas de un viaje circular, concebido como un enigma. […] El instrumento verbal se aproxima al cántico, pero a media voz. Lo que aquí se intenta es que el canto no perturbe la música del pensamiento.”