No. 148/CRÓNICA

 
Apuntes kafkapulqueños







I

Como Acapulco no hay dos. Hay un chingo. Miles, millones de Acapulcos. Los observas en cada mirada que te topas por la calle, en la tienda, en la playa, en el camión, en la cantina, en el auto de al lado. Ves un Acapulco distinto en cada rostro: sufrido, caluroso, idílico, apurado, ilegal, sudoroso, corrupto, sucio, vertiginoso, cruel y contrastante. Además de brisa de mar, este puerto huele a muchas cosas. Hay dolor y sufrimiento en el aire. Lágrimas y bochornos en la parada del camión. Penurias de dinero en cada cristal de las tiendas departamentales. Ilusiones y sueños de recién casados en cada bote de basura. Perversiones y fobias en cada souvenir que ofrecen los cientos de vendedores ambulantes. Hay odio y aburrimiento en la espuma de las olas que rompen infinitamente en la bahía de Santa Lucía. Hay sufrimiento en los semáforos. Risas en el ondear de la enorme bandera que pende en playa Papagayo. Recuerdos esparcidos en las arenas de sus cuestionadas playas de Caleta y Caletilla.

Aquí cada quien percibe al puerto de manera distinta. Cada uno te contará su versión de la ciudad. Por eso Acapulco es hermoso, no por bonito, sino por la disparidad de sus habitantes. Aquí hay gente que podría comprar la ciudad entera con todo y sus habitantes de las próximas tres generaciones. Y también hay quien te vendería su vida a cambio de una comida decente sólo por hoy. Así es Acapulco.


II

Los oriundos de esta ciudad caminan por el lado oscuro. Porque sólo ellos conocen el daño que produce el sol en la piel. Es sencillo distinguir a un turista: están ansiosos de llevarse una quemadura de segundo grado en su pálida epidermis. Mas el puerto ofrece sombras para quienes pretenden cuidar su piel y mucho sol para quienes no. Refugio para quien asalta un Oxxo. Inspiración para las promesas de luna de miel. Alternativas para los que ansían una farra de antología. Opciones si de lo que se trata es de realidades no ordinarias (sus más de doscientas narcotienditas, según la Procuraduría General de la República, son la carta de presentación). Precios de todo tipo en absolutamente todos los servicios. Contrastes económicos, sociales y culturales, como casi no se ve en otra ciudad. Por eso en Acapulco cabemos todos además de los turistas: profesores, asaltantes, administrativos, narcos, lancheros, ambulantes, pescadores, dealers, sacerdotes, policías, prostitutas, empresarios, periodistas, vaqueros, choferes o indigentes.

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III

Si las culturas antiguas dejaron su legado sobre las paredes de sus ciudades, en Acapulco esa tendencia ha variado un poco: para comprender la vida y obra de los acapulqueños basta con observar las carrocerías de los camiones del servicio de transporte público. Enormes y complejos grafittis adornan todo buen camión urbano que se jacte de serlo. Spiderman, Terminator, Superman, El señor de los anillos, La pantera rosa, Caballeros del zodiaco, Halcones galácticos, Monsters Inc., Los super sónicos, Los pitufos, Heidi, Final fantasy, Tomb rider, Toy story, Gardfield y cientos de dibujos más adornan la flota de vehículos que cruzan la ciudad, rebosantes de usuarios apurados en llegar a la escuela o el trabajo. Para nadie será noticia cómo manejan los choferes. Pero sí resultan notorios los potentes equipos de sonido que proveen de una limitada despensa musical a los peatones que estén a unos doscientos metros a la redonda. En algún momento, el ayuntamiento pretendió quitar el amasijo de bocinas que portaban casi todos los urbanos. Pero no lo consiguió.

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IV

Hay una cosa en Acapulco a la que todo mundo le huye, y no nos referimos al alcalde —Félix Salgado Macedonio— quien, al menor granadazo o tiroteo saca su escoba y se pone a limpiar playas repletas de chilangos. Se trata de las camionetas modelo Liberty. El otrora famoso modelo de la marca Jeep, en el puerto, ha bajado sus bonos y no es para menos: casi la mayoría de los fiambres que fabrica el narco en Acapulco viajaba a bordo de una Liberty con vidrios polarizados. Actualmente ha disminuido el número de estos vehículos circulando por las calles y, en contraparte, aumentan las que andan con el signo de pesos.

Hasta hace unos meses, ver a alguien en una de esas camionetas producía un dejo de envidia: “Mira qué troca tan chingona”, solíamos decir. Ahora causan ternura: “Pobre güey, ya no tarda en que lo dejen como coladera.”

Debido a que en este puerto la narcoviolencia ya no se anda por las ramas, entre la clase aficionada a las beberecuas junto al mar en sitios como el Asta Bandera (frente al parque Papagayo), o Sinfonía del Mar, junto a La Quebrada, es común es-cuchar el grito de alerta: “Ahí viene una Liberty”, para que todo aquel que escuche esa advertencia agache la cabeza por temor a una rociada con cuerno de chivo. Entre los automovilistas acapulqueños ya es conocida una medida de precaución que consiste en mantenerse alejado lo más que se pueda de cualquier Liberty (y últimamente, de cualquier modelo de ese tipo). Pero los acapulqueños se han adaptado a la inseguridad. Así como lo hicieron con el calor, los políticos, las inundaciones, los baches, los chilangos y toda clase de inconvenientes que gustan de esta ciudad tropical.

Poco o nada queda de la “playa esbelta, cálida y sensual” que describiera José Agustín Ramírez en sus canciones. Menos del sitio que mencionara Agustín Lara, donde pueden enjuagar las estrellitas con las olas.

Aún sobreviven las zonas para el turismo pudiente que puede gastar quinientos pesos en un desayuno para dos personas. Las postales truqueadas donde el mar es más azul que el Partido Acción Nacional, las playas son más limpias que las del Sahara y las palmeras están más verdes que la golden. Aún queda La Quebrada, donde el penetrante olor a descargas uretrales es más impactante que los clavados. Aún quedan los lujosos hoteles, las casas de artistas como Luis Miguel, Juan Gabriel o Cantinflas, las calandrias, los cebicheros, las trenzadoras, los masajistas, Caleta o el parachute. Pero ése es otro Acapulco. 

 


Paul Medrano (Ciudad Victoria, Tamaulipas, 1977). Ejerce el periodismo escrito y la literatura desde hace diez años. Colabora en La insignia (www.lainsignia.org), La mosca en la pared, Tierra Adentro Narrativa (www.revistanarrativas.com), Los noveles (www.losnoveles.net), Palabras malditas (www.palabrasmalditas.net) y el diario Milenio (www.milenio.com). Su bitácora personal es www.2caminos.blogspot.com