No. 136/EL RESEÑARIO

 
Tiempo de Guernica


Luis Paniagua
 
 

 

Iván Cruz Osorio
Tiempo de Guernica,
Editorial Praxis, México, 2005


Hay un rostro brutal que persigue al hombre desde los propios albores de la humanidad, que está con él en los lugares más íntimos, más recónditos, más insospechados. Este rostro de cambiantes gestos, de mutables facciones, acumula diversos adjetivos o, mejor dicho, epítetos (y digo epítetos pues una vez que se le encuentra una nueva modalidad o variación, éste cambia, pero trae consigo todo el horror de los calificativos anteriores): guerra santa, guerra de conquista, guerra ideológica, guerra fría, guerra bacteriológica, nuclear, química, guerra contra el terrorismo…

“Abril es el mes más cruel”, diría T. S. Eliot. A finales del mes de abril de 1937, una pequeña ciudad española, Guernica, fue víctima de un bombardeo aéreo perpetrado por un ejército al mando de Francisco Franco, el cual encabezaba el golpe militar que traería la caída de la república española. La embestida bélica estuvo a cargo de un escuadrón formado por una coalición de efectivos italianos, alemanes y españoles. La empresa no perseguía motivos tácticos milicianos, la población atacada no representaba un puesto significativo en la avanzada fascista; la maniobra respondía a un puro despliegue de poderío del ejército ofensor, era el puro embiste de una bestia imparable cuyo único fin era sembrar el terror en una España dividida por las ideologías. A partir de este día, las guerras perdieron el honor, si es que alguna vez lo tuvieron. A partir de ese día, los pueblos del mundo conocieron la ferocidad del puro placer homicida. A partir de ese momento, la inocencia del combatiente fue robada: se inicia así la guerra moderna, la infame, la que no tiene piedad, la del sin sentido.

De esta forma, la agresión a la comunidad vasca pasa a la historia como el símbolo de la crueldad en la guerra; es decir, se convierte en la metáfora del terror que acarrean los conflictos armados. Guernica representa la infamia de la Guerra, así, con mayúscula.

De igual modo lo siente el poeta Iván Cruz, ya que intitula su libro Tiempo de Guernica, es decir, tiempo de infamia, de iniquidad, de infortunio. En el texto se alcanza a traslucir un hondo sentimiento de desesperanza causado por la escasa justeza del mismo. Iván Cruz canta en su libro los terrores de la guerra, mas no desde la seguridad de un refugio antiatómico, sino desde el centro mismo de la batalla. El poeta, en este caso tan concreto, no compadece sino que padece las mismas vejaciones de los pueblos oprimidos; por sus venas corre una misma sangre herida por innumerables afrentas, quién sabe si reparables.

El poemario inicial es el que da título al libro, “Tiempo de Guernica”. En él podemos encontrar tres voces bien diferenciadas que, paradójicamente, son una misma. Son tres sufrimientos distintos que a la vez son el mismo: el de la gran comunidad humana oprimida bajo el puño del poderoso.

La primera voz que pide la palabra es una voz que se confunde con el polvo de las generaciones, una que viene desde un pasado indefinido, un pasado que se repite infinitamente en el presente, que adquiere artificios nuevos en cada época, pero que esencialmente es el mismo. Aquí se advierte una gran pesadez, un sosiego obligado por el yugo soportado durante largo tiempo, una resignación que raya en una cólera enterrada como una semilla que da flores muertas. En esta voz se hace evidente el rostro de la desesperanza que, bajo el filo de la espada, sabe que la primera cabeza en caer será la suya pero, después, el chorro intenso seguirá brotando como un manantial imparable y caudaloso, no habrá descanso para los verdugos. “3 / No volvió la espada a su vaina. / No se desprendió la mano que oprime el hierro atroz.”

Así, el que habla sabe que todos estamos condenados, que cada uno cava su propia tumba en el abandono y la indiferencia del que se prepara, con pasos lentos, a subir al patíbulo con la certeza de que por más que ruegue, implore, rece, la muerte está esperando que se desarrolle un mero trámite. “7 / En vano persisten las plegarias, en vano ondean las banderas y rugen los cañones. ¿Dónde están ahora los guerreros?, ¿dónde están ahora nuestros reyes?, ¿dónde está ahora la gloria de nuestros dioses? Sólo nos queda esta legítima espera que va pasando, que pasó mucho antes en una noche como esta que se desploma, igualmente interminable…

La segunda voz del poemario es la de actualidad, la de la velocidad de lo moderno, la saturada de información. Es una voz incrustada en el escaparate de los adelantos tecnológicos pero, a la hora de la verdad, es una voz que sufre y padece del mismo modo que la primera, es decir, se convierte en su eco. “6 / Al contemplar su muerte, / en vivo y en directo, / las veinticuatro horas del día, / se perfecciona el exterminio. / No estás muerto, lo sabes: / cuando te extingas, / te lo dirá el televisor.

Es esta misma voz la que luego reflexiona, la que se detiene a pensar en medio de la agitación de sus tiempos que su sufrimiento no es enteramente suyo, que otros lo han padecido ya y que, paradójicamente, de tan usado, parece más sólido. Hay un fuerte asomo de lucidez en esta voz, y es esa lucidez la que la hace decir: “11 […] / No hay por qué sentirse superiores, / ni la Internet ni los autos aerodinámicos / ni el teléfono celular nos distinguen / del telégrafo, de las carretas tiradas por mulas. / Como ellos, hemos venido a morir, / a irnos sin dejar huella, / a hacerles compañía en el fracaso.

La tercera voz está consciente de las dos anteriores, por eso es agria, irónica, satírica. Es la voz más apta para expresar el desencanto y el hartazgo. Con tono lúdico y cínico, esta voz nos despierta, nos abre los ojos y nos hace ver nuestra pobre condición frente a la magnitud del señor opresor, nos pone al tanto de nuestra pequeñez: “4 // La venganza no es un banquete / donde abreven los sapos, / este manjar de perfecta hermosura / no satisface gulas / de criaturas tan míseras. / […] // Aun la ira está vedada / para estos batracios, / religiosamente numerosos y horrendos.”

En “Los dominios perdidos”, segundo poemario del libro, atraviesa la página el signo de la culpa, de la responsabilidad, cumplida o no cumplida, que de cualquier forma desencadenó la catástrofe. En el poema “Habla un héroe de la patria a sus colegas”, el poeta escribe: “No me entristece que todos / hayamos muerto por esta empresa, / me entristece que todos / hayamos cometido la vileza de existir.

Así, después de la vergüenza de haber hecho las cosas mal desde el principio, incluso después de cometer el peor error, el de existir, se justifica la desilusión que acompaña este poemario. Tomando como base el error, el poeta fragua una descripción acertadísima de los personajes que se mueven dentro de su poemario, personajes marcados por el signo de la derrota increíble, de la vergüenza por haberlo perdido todo. Es este último sentimiento el que caracteriza al poemario pues, por vergüenza se está escondido siempre y “Lo de menos es salir del anonimato. / Pero, sinceramente, no tenemos cara para hacerlo.

El “Zoológico”, tercer poemario en orden de aparición, es una larga fábula de la iniquidad y la injusticia. La mejor herramienta del poeta en este apartado es la palabra adecuada, mesurada, justa, pero sobre todo chispeante, maliciosa, irónica e inteligente. Así, esta parte del libro se convierte en el reclamo más alto contra el poderoso, la manera de decir que no tenemos la fuerza, sino la inteligencia y la palabra, que son el sustento y el refugio para resguardarnos de su infamia. En el poema “Los leones no están conformes” el poeta da cuenta de las quejas que profiere el poderoso ante Dios pues le parece injusto que sus servidores sepan que él es un tirano: “Dios es perverso / —dicen los leones—; / creó a innumerables manadas / de ratones para obedecernos, / pero les dio / la infame inteligencia / para percibirlo.

Después, el tono profético también tiene cabida en poemas como “Ácaros” o “Mosquitos”, en donde, si bien el tirano tiene el dominio sobre el débil, habrá siempre alguno dispuesto a destronarlo.

El poemario “Detalles” es un recorrido del autor por la geografía pictórica que le sugirió el título de su obra e, incluso, puede pensarse que la obra misma: el Guernica, de Pablo Picasso. En esta parte, Iván Cruz nos propone un alto en lugares emblemáticos de la pintura, una imagen que hace alusión a la guerra pero —y esto es parte esencial de la obra del pintor español— en ningún momento se encuentra una imagen que la represente. Este mural, más bien, nos horroriza por las muecas de terror, desesperación y espanto que reflejan los personajes retratados. La lectura de Iván es una descripción y más, una interpretación de los elementos que componen la obra plástica. Pareciera ser que el poeta alcanzó, con una mirada detallista, a ver el reflejo en las pupilas de los personajes pintados y miró y descifró en él el horror de la guerra. Casi parece que el poeta pudo leer sus pensamientos y transcribirlos. Esto se nota en “Mujer arrastrándose”, donde el que escribe hace un inventario a detalle de todo lo que la mujer alcanza con la mirada y refleja en su propia expre­sión: “Todo se desploma, / todo agoniza, / todo es sombra y estruendo, / no queda piedra sobre piedra, / nuestro ayer, nuestra memoria, / todo se ha perdido, / todo es pasado, / tan sólo vestigios, / tan sólo ojos de cólera / que se nos quedan mirando.

El miedo y la desilusión son un elemento de un peso descomunal en la pintura y en el poema. De forma desgarradora nos enteramos qué piensa el “Niño muerto” cuando pide: “No me despiertes, / temo que al despertar / el mundo / siga aquí.

O la desesperanza y la certeza apocalíptica de la “Mujer portadora de la lámpara” al profetizar: “Seguimos vivos, / lo peor aún está por venir.

Ante toda la infamia ya denunciada en líneas anteriores, el poeta busca refugio. El de la palabra, sí, pero además el del cobijo del hogar, del terruño, de la madre. En “Llover en polvo”, último poemario del libro, el poeta se resguarda de las catástrofes que acontecen afuera. Iván Cruz busca resguardo en un lenguaje cotidiano, tran­quilo y sencillo. En el poema “Hogar” busca protección, la protección materna, la que le da sentido a ese pequeño universo que es la casa: “La casa, sin ti, / nos vuelve sombras, / enredaderas de aire, / un surtidor de viento.

Pero, aunque busque refugio, el poeta descubre, ya la esperanza en otro sitio, que la muerte traspasa todas las paredes, incluso las mas fuertes. Así, ya cansado, el poeta nos dice en “Llover en polvo”, el último poema del libro, que la muerte “es un pájaro sobre nosotros”.

De esta forma, Tiempo de Guernica se levanta como un estandarte en medio del horror y la ferocidad de la guerra, en medio de estos tiempos de opresión e infortunio. Se levanta como un estandarte desgarrado en espera de otras manos, más aptas, que lo planten en una cima distinta y tal vez más humana y justa de la que hasta hoy nos ha tocado ver. Al final, después de los escombros, de las cenizas, está alguna certeza, alguna esperanza, agazapada como el fénix, esperando el momento adecuado.