Agua / Criticón / No. 244

Reconocerme en un Algodón de azúcar


César Villanueva
Categoría A: Fanáticos del teatro
 

Algodón de azúcar
Autoría y dirección: Gabriela Ochoa
Foro Sor Juana Inés de la Cruz
Temporada: 27 de enero al 26 de febrero de 2023



No es fácil adentrarse en la bruma de los recuerdos. En las sensaciones de la confusión. En las capas de la negación. El silencio preserva los abusos depositados en la memoria, ocultando la confianza de la voz interior para imprimir en palabras las situaciones traumáticas sufridas.

Vislumbrar este proceso es el objetivo de Algodón de azúcar, obra escrita y dirigida por Gabriela Ochoa que tuvo una exitosa temporada en el Foro Sor Juana Inés de la Cruz. La dramaturgia se construye a partir de una serie de juegos tétricos cuya solución recae únicamente en Magenta, su protagonista.

Desde que se ingresa al Foro, la imaginación de Félix Arroyo en la escenografía y Ángel Ancona en la iluminación adentran al público en un ambiente destellante y seductor, pero a la vez extraño e intimidante, de lo que parecieran ser los restos de una feria abandonada bajo los descuidos del olvido y la oxidación; como si el huracán de la indiferencia hubiera arrasado con su alegría y diversión. 

Alejandro Morales interpreta de manera notable, sensible y responsable a Magenta, quien al empezar la función luce con un semblante agobiado y está en busca de la casa de sus padres, encontrando en su camino a tres extraños y terroríficos payasos, escenificados de forma macabra e impecable por Romina Coccio, Carolina Garibay y Miguel Romero.

Esos seres le ofrecen a Magenta un reto irreprochable: si quiere descubrir la salida debe aceptar todos los deseos que le puedan imponer. Una vez que acepta, comienza un viaje onírico que transcurre a través de las etapas más profundas y dolorosas de su memoria para descifrar un misterio materializado en un ente gris y volátil que se desliza libremente por el escenario.

Así, el montaje centra su objeto a partir de su propio nombre: un algodón de azúcar rosa y apetitoso que esa nube misteriosa roba a Magenta, privándolo de la oportunidad de disfrutarlo como el niño que alguna vez fue y convirtiéndolo en un objeto oscuro, sucio y desechable.

En ese camino, la obra consigue una conexión lúgubre con la audiencia a partir de los atinados diseños sonoros que condensan vívidamente las emociones de Magenta. Así él, como un adulto abrumado, se obliga a enfrentar los traumas arraigados y normalizados de su niñez en una montaña rusa vertiginosa, repleta de altibajos y de emociones que se mezclan en un alud de frustración, coraje y desesperación.

Como niño violentado, siento la angustia de Magenta en resolver los juegos sombríos que han sido construidos por mis miedos en la definición de mi ser: aceptar que fui víctima del deseo de ese otro que me sometió a su poder; que no fui cómplice del abuso al haber caído en una trampa que ni siquiera podía llegar a comprender; que no merezco avergonzarme por lo que se me quitó, pues no sabía lo que era decir no.

Al desentrañar la verdad de lo ocurrido, Magenta encuentra el camino para comunicarse con sus padres y contarles lo sucedido, rompiendo el silencio e iluminando al ser etéreo que lo constriñó en la oscuridad; apropiándose así de los eventos de violencia que marcaron su pasado para reconocerse como la persona que esencialmente es.

La obra no pretende responder qué sigue para curar las heridas del pasado. Su finalidad radica en abrir las preguntas que acompañen al espectador en la travesía de confrontar a su niño interior, y así lograr su reconciliación para disfrutar del algodón de azúcar que se le arrebató.