Agua / No. 244

Ofelia flotando en el Guayas



Husmeando, buscando, capturando la esencia de la ciudad, observé el cadáver flotando de una mujer en el río Guayas, a la altura del muelle del barco Morgan, en el Malecón Simón Bolívar. Al observarla, llena de prendas en su perfección, imaginé su historia. Un supuesto estudiante se enamora de ella a instancias de los parientes que ven en él un buen partido. Intenta resistirse, pero es inútil ante la agresión sexual del proxeneta. Ella es tan bella y el mundo tiene dientes. La mujer decide huir, pero el asedio constante se lo impide. Entonces, resuelve morir para conservar su dignidad y no caer en una espiral descendente. Se lanza al Guayas. Los remolinos la ahogan, las crestas la sepultan, el agua la devora. Su cadáver llega al Pacífico, donde el río muere.

Muerte por agua, muerte en el Guayas. Crestas de luto azulado rayaban su inquieta superficie. Abajo del calor estaba el frío. Vivir en medio de otro país, dormir, comer, meditar, fotografiar. Pasé junto a la multitud. Su variedad no era infinita, su belleza tampoco. La confederación de las almas en Guayaquil. Me preparé para presionar el disparador. Sentenciosa la voz de una poeta arribó a mi cabeza: “Sobre las olas el cuerpo de Ofelia viajaba ausente de todo conflicto. Incluso ella, abatida y con las flores que apretaban sus manos, parecía impoluta navegando hacia el sueño eterno”.