Agua / No. 244

Puerto sin reflejo



La lluvia no alcanza

Es más probable que en las casas
haya cerveza que días con agua.
“Con que no falten libros”, reí,
mientras respondía.

Aquella situación árida
se ha vuelto costumbre.
La lluvia sólo alcanza para los hoteles
y las empresas extranjeras.

El mar venda los ojos para no ver
que las tuberías de las calles están vacías.
Rechinan por un rocío de agua,
y nadie las escucha, sólo yo.

No reconocemos el espejismo
que persiste en las mordeduras del malecón.
El sector turístico nos sonríe
y marcamos el paso.

Orlas violetas decoran el crepúsculo
que aviva nuestras bebidas.
El puerto es una ilusión pactada
o una frontera sin escape.

Hoy mi casa tiene libros
dos Pacíficos y una tubería oxidada.
Quizá mañana en mi hamaca me encuentren
y rieguen lo que queda de mí.



Mi tumba no tendrá flores

No imagino el mundo en guerra
por un rocío de agua, pero hay noches
en las que siento la garganta seca
y lo creo posible.

Las diosas se revelan ante el desperdicio
de su cristalina sabiduría.
Áridos tiempos se disipan y el cielo
ya no llora por nosotros.

Le tememos a la muerte, pero no
a las sequías que arrasan con las risas
de tu pueblo, los juegos en la plazuela
y los paseos al arco los domingos.

Durante el verano mi abuela me lo dijo:
Sin agua no crecerán flores en tu tumba,
no llorarán tus hijos, no se sostendrán los muros
que hoy marcan tu linaje.

Lo que hoy vemos será un pueblo abandonado
el sueño de un retrato carcomido
la brisa de un suspiro soñoliento
que nos dará la espalda.

Me niego a imaginar que existe
algo peor que la muerte, pero hay días
en que el desierto borra la memoria
que no alcancé a escribir.