No. 147/EL TALLER DE PARÍS

 
muso.fobia
(fragmento de novela)


Jorge Harmodio



septidi, piedad.salitrería (7/floreal/CCXIII/?) ¿Quién soy? Sala de recuperación. Trago de jugo de manzana. Al centro de la cara, un golpe detenido, congelado, ahí, doliendo quieto. Tengo gasa en la nariz. Estoy sangrando. Estoy entendiendo. Esto es el cuerpo. Esto el dolor. Treinta y tres años y hasta ahora entiendo. Ésta es la carne, ésta es la tendencia de la carne: dolor, inmovilidad, espera, nada. Me suben a una camilla. Nos detenemos frente al cuarto 28. Soy depositado. No me puedo mover. Estoy borracho. Por casualidad, mis ojos van a dar a la toalla que trajo M, era la toalla de ex.coamante, trae su cuerpo marcado. Lo pienso. Pienso ese cuerpo de veinticinco años, entero, autosuficiente, en pleno uso de sus facultades. Lo imagino junto a éste, ninguneado y convaleciente, y una lástima reflexiva se apodera de mi morfología: solo, abandonado, anestesiado, parezco canción de josé. alfredo. / Pesadillas. Sueño que el catéter se abre y me desangro en silencio sin que la enfermera se dé cuenta. Imagino la parte del catéter que no veo, la que se halla dentro de mi vena. ¿Será metal o será plástico? Catéter y aguja me mantienen aquí, quietecito, anclado al hospital: grilléter, punta clavada como bandera en el corazón del antebrazo, anuncio espectacular que certifica que esta carne es propiedad de la bioquímica: por aquí se llega a esta sangre. Intento dormir. No puedo. Imposible dormir respirando por la boca, boqueando como pez fuera del agua, babeando. La noche y el día pierden sentido: ambos caben en el recuadro de la ventana. Termino de leer Desgracia de Coetzee, la novela me deslumbra y me arrulla, sus animales dolientes me conmueven; cuando dueles eres eso: cordero pascual, ojos de perro con parvo.virus. / Ya no puedo leer, ni escribir, ni dormir, así que me dedico a matar el tiempo a oscuras. Me tienen a dieta blanda: me da hambre. Tengo las esperanzas puestas en los cuernos y el café con leche que la enfermera prometió para el desayuno de mañana.

octidi, piedad.salitrería (8/floreal/CCXIII/?) Sueño con una sucesión de alacenas: cada alacena esconde una variedad distinta del dolor. Abro la primera: la voz cantante dice: esto que estás padeciendo no representa ni una gota de todo el dolor posible. Abro la segunda: veo carne doliente, torturadores argentinos, inquisidores medievales, una cruzada de niños cabizbajos caminando con estandartes clavados en el cogote, reportajes de Ruanda, machetes. De pronto, un ruido extraño e insistente llama mi atención. Abro otra alacena y encuentro a un hombre con bigotes de ratón cantando una canción ranchera: es josé.alfredo, su dedo índice señala un corredor flanqueado de puertas abatibles por donde es posible otear mesas puestas, hornos, cocinas, manjares humeantes: son las especialidades culinarias que ex.coamante me enseñó a cocinar: sopa tailandesa para la cruda, gratinado de espinacas contra el frío, conejo al vino tinto en su cumpleaños, curry aporreado en aquel mortero hindú que le regalé, sopa de calabaza del huerto de sus padres, y hasta ese huevo frito para los días de alacena vacía. En eso, la voz de josé.alfredo se transmuta en una voz femenina que da órdenes. Despierto. Es la enfermera: tiene voz de sargento de caballería. Abre la ventana. Tengo frío. Me vale madre, este cuarto apesta. Pero tengo frío. Yo estoy sana, tú no te puedes levantar: te chingas. Sin que ella se entere, le cambio el perdón por el desayuno. El café con leche sabe a gloria y a madres juntas. Pan. Mantequilla. Labios anestesiados, que al calor de la mermelada quieren pronunciar un verbo: sobre.vivir.

harmodioflores1.jpgoctidi, piedad.salitrería (8/floreal/CCXIII/?) Visita del viudo de fierro.de.molino y de mi amigo M, alemán y culichi respectivamente. Son complementarios: uno llega con Le Monde del viernes, el otro con Le Monde del sábado. M deja unos audífonos y un mini. reproductor con canciones de Los Tigres del Norte. A las siete el sargento de caballería corre a las visitas. En cuanto se van, llega josé.alfredo y se hace de los lugares. No es bienvenido, pero no le importa. Se sienta junto a mi cama. Sus bigotes de ratón se estremecen conforme abre un costal con cinco años de recuerdos. Saca una foto: Ahuacuotzingo, corazón de la sierra de Guerrero, tres marionetistas francesas de gira y un mexicano feliz al centro. Los senos nasales del mexicano se nublan. Huyo entre las páginas de Le Monde. En vano: el pronóstico meteorológico anuncia llanto. Espérate. Llorar no ha de ser bueno en este estado. ¡Qué estadazo, éste de Guerrero! se burla josé.alfredo. Cállalo, rápido, papel, pluma, dos puntos: entierro una foto en Ahuacuotzingo entierro un bautizo en Acapulco entierro una cacerola de arroz basmati entierro ese acento chilango.francés con que me hablaba y así sucesivamente. A cada paletada, la meteorología se despeja, como si las paletadas fueran despejes de meta pateando un balón al fondo de una fosa nasal tapada. Dos hojas después, los entierros levantan la cabeza:entierro al hombre.alfombraentierro lo.que.tú.digasentierro hice.lo.que.pudeentierro ¿qué.hice.mal?entierro tan.bonita.noviavivan Los Tigres del Norteviva narizviva BALZACviva mi próxima noviaCursi pero cierto. Una hora de paletadas lograron que josé.alfredo saliera del cuarto, no sin antes despedirse con un beso de buenas noches y un hasta mañana.

nonadi, ex.nidito.de.amor (9/floreal/CCXIII/21:14) Por la tarde el doctor B extrajo varios kilos de estopa absorbente de mi nariz. Dejó una pomada y una orden: úntesela diario. Luego firmó el alta y me quitó el catéter. ¿Me lo puedo llevar? ¿Para qué lo quiere? De souvenir. ¿No prefiere uno nuevo? No, quiero éste, el que pasó tres días en línea con el corazón. Lléveselo, pues, pero lávelo bien; nos vemos en dos semanas. Los músculos de las piernas hacen muecas de desagrado porque ya perdieron la costumbre del movimiento: órale, cuerpo, chíngale. Pian pianito. Gallo gallina metro. campo.fornio, línea.cinco, estación.del.este, línea.cuatro, estación.del.norte, calle.la.fayé. Al cruzar el puente sobre las vías, la tentación de un café en el Desliz me llama, pero las energías necesarias para cruzar la calle no se dan cita. Además, me da vergüenza entrar al bar con la cara llena de gasa. / El catéter yace quieto en el bolsillo de mi saco. Era de plástico el cabrón, y yo temiendo metal. Lo miro a los ojos. Tú no eres un souvenir. Tú eres un pinche catéter sin corazón. Confuerzas flacas, lo lanzo al mar de vías de la estación. del.este. Conforme mis pasos se aproximan al nidito, una pregunta me asalta: ¿cerré con llave la puerta antes de salir? / Y al girar la perilla del 207, calle.la. fayé, segundo piso, departamento 10, la puerta cede: alguien la ha abierto previamente. Hay luces encendidas, cortinas abiertas, agua hirviendo: la casa huele a curry de cordero. ¿Qué haces tú aquí? Espera, Georges…quiero hablar dos palabras contigo.

decadi, ex.nidito.de.amor (10/floreal/CCXIII/12:18) Dice Gumucio que tanto la novela como el matrimonio se sustentan en promesas que, cuando están a punto de cumplirse, se transforman en otras promesas. Si la mano que ayer giró la llave de ex.nidito.de. amor hubiera sido mano de novelista, sería posible leer la sorpresiva presencia de ex.coamante como una promesa a punto de cumplirse, una vuelta de pericia que, confiemos en el novelista, conducirá el relato hasta el final feliz. No fue así. La mano de ayer se quedó quieta, titubeante, y por toda reacción se llevó dos dedos tartamudos al rostro para buscar a tientas la gasa y constatar que la sangre había empezado a manar. El cuentista preguntó ¿qué haces aquí? Ex.coamante dijo que necesitaba hablar conmigo y me preguntó si quería un plato de curry. Me negué. Ex.coamante confesó que estaba sufriendo mucho, que lloraba a diario, que el insomnio la torturaba. Yo le expliqué que encontrarla así de pronto, tras una semana tan sanguinaria, era como si el doctor B y josé.alfredo me esperaran en la sala de la casa para anunciarme a dúo que hay que operar de nuevo. Pregunté ¿qué propones? Yo deseaba: regresemos. Pero ella no dijo nada. Yo tampoco. El silencio no le hacía bien a mis fosas nasales, así que bajé en silencio las escaleras y enfilé hacia el Desliz. Salió tras de mí. Me siguió un rato. Luego, como volviendo la espalda a una novela, se dio la vuelta y desapareció.

quintidi, ex.nidito.de.amor (15/floreal/CCXIII/11:32) Hace diez años, un otorrino.laringólogo de la avenida San Cosme diagnosticó que yo tenía el tabique desviado, que la desviación era degenerativa, que tarde o temprano habría que operar. Como pertenezco a esa clase de personas que se refugian de las perplejidades existenciales en el diccionario, me conecté www.drae.es:

tabique (del árabe tasbik): separación en una estancia, pared de ladrillo. 1. Pared delgada que sirve para separar las piezas de la casa. 2. Por extensión, división plana y delgada que separa dos huecos.

Tabique, dos puntos, artilugio de separación, dispositivo para echar distancia de por medio y alejar, física o simbólicamente, dos huecos, dos piezas de una casa, dos zonas distintas de una estancia. Luego entonces un tabique recién remodelado es indispensable para poder consumar una separación. Y quizás, al auscultar mis fosas nasales, aquel otorrino de la avenida San Cosme presintió mi naturaleza fusional, mi no saber separarme y por eso diagnosticó que tarde o temprano necesitaría una cirugía de tabique, porque sin tabique no se puede sobrevivir o porque en el fondo el tabique fundamenta al amor.

 




Jorge Harmodio (Mexicali, Baja California, 1972). Estudió la carrera de Ingeniería en Sistemas Computacionales. Es administrador de la página malversando.com, donde publica cuentos y minificciones. Un relato suyo aparece en la antología Nuevas voces de la narrativa mexicana (Joaquín Mortiz, 2003).