No. 145/CAZA DE LETRAS

 
Cosecha de Caza de Letras


Mónica Lavín



El lector  tiene ante sí cinco textos producidos durante el virtuality literario Caza de Letras. Espero que su lectura recree el gozo sor­pre­si­vo que produjeron en cada uno de quienes participa­mos como escritores, lectores o jurado en esta aventura que compartimos con entusiasmo, adrenalina y des­ve­los durante dos meses. Su relectura me emociona por cuanto confirmo que estoy ante el talento, ori­gi­na­lidad y fuerza que cada una de estas piezas des­tila. Destacadas ahora en las páginas de la revista Punto de partida no parece que fueron escritas bajo la pre­sión del tema, la extensión y el tiempo. Hacen pen­sar, después de esta experiencia de concurso-taller, que bajo presión se pueden producir textos excep­cio­na­les, donde el autor se ve forzado a utilizar sus recursos imaginativos y expresivos al vapor y asentarlos por es­crito, con lo que la noción de permanencia y expo­si­ción implican. Caza de Letras permitió esgrimir una batalla de talentos y audacias, de velocidades y aza­res que consiguió el triunfo de una concursante, Fer­nanda Melchor, pero la afirmación del camino que todos quieren y pueden andar. Caza de Letras me tu­vo en suspenso, atenta y enganchada a los trabajos co­tidianos de quienes participaban y a los co­men­ta­rios siempre enriquecedores de Álvaro Enrigue y Alberto Chimal. Leer los textos con sosiego me remite al brío y la velocidad de entonces y al deleite de que existan a salvo de la prisa. 

Llama la atención que tres de los textos que dan muestra del trabajo de los finalistas y de la ganadora de Caza de Letras correspondan a la imagen de un tran­vía con dos mujeres vestidas a la usanza de los años veinte, que preludió uno de los ejercicios del ma­ra­tón. Tal vez porque toda imagen cuenta una historia (la que cada uno ve) o porque su referencia a otra época es un acicate para fabular, pero cada uno a su manera ha dejado un texto memorable: Barrita de Mandarina (Diana Gutiérrez Pérez), por vía del hu­mor y el absurdo de quien espía a la mujer de un per­sonaje importante; Ajo Kano (Álvaro José Camacho Neumann), a través de la evocación poética donde Re­­cuerdo Salazar es ya un recuerdo que com­par­ti­mos con Metodio; y Falanja (Fernanda Melchor), en su cuento de claroscuro donde en la brevedad del tra­yecto en tranvía devela el tormento de identidad amo­rosa de una adolescente. Con “El nuevo sepul­tu­rero”, mi­ni­ficción emanada del ejercicio que pedía la pre­sencia de un legionario romano, Fernanda nos mues­tra su ver­satilidad, así como su capacidad de concisión y precisión. Las imágenes de Falanja poseen reso­nan­cias sono­ras. En “Julianada Concepción”, Kusco (Da­vid Pru­ne­da Sentíes), muestra su dominio temprano del cuen­to, su habilidad para colocarnos en el pe­lle­jo del prota­go­nista donde la inocencia y la maldad, el cielo y el in­fierno se rozan. Un cuento ante cuyo en­­canto sonreímos halagados.

Goce el autor esta muestra diversa e intensa con la certeza de que está frente a voces distintivas y que, de persistir la voluntad escritural de los autores, es­tamos en la antesala de su franca dedicación a las le­tras. La buena estrella ya los ha señalado. 

 

 

Octubre 2007