No. 145/DEL ÁRBOL GENEALÓGICO

 
Retratos de fotógrafas mexicanas 


Ernesto Peñaloza



 

 

El retrato se halla inexora­ble­mente li­ga­do a la noción del tiem­po y la muerte.
Roland Barthes

 

I

Desde la primera mitad del siglo xix y gracias a la fotografía, el retrato dejó de ser un asunto exclusivo de las altas clases dominantes. La bur­­guesía como una nueva, próspera y dinámica clase social adoptó el invento con entusiasmo y en poco tiem­po se popularizó, alcanzando inclusive a sectores que jamás ima­ginaron contar con un retrato. Pero, ¿cómo ex­plicar el éxito y la aceptación de la fotografía? Quizás por­que un retrato permanece más allá de la vida de una persona y crea la ilusión de eternidad; quizás porque el verismo de un re­trato fotográfico engaña, crea la ilu­sión de realidad, hace suponer que aquello que ve­mos “es” la realidad, cuando se trata evidentemente de una representación de ella.

Un retrato evoca los rasgos de una persona, la se­mejanza fabricada fotográficamente aumenta la sen­sa­ción de realidad cuando tan sólo vemos algunas partes del sujeto; otros aspectos permanecerán ocultos ya que es im­po­si­ble la aprehensión total, perdemos inevi­ta­ble­mente los sonidos, los olores…  

Un retrato es posible gracias a dos voluntades que coinciden: la del retratado y la del fotógrafo. El re­tra­ta­do posee una expectativa de aparecer de deter­mi­na­da manera, resaltando o idealizando sus características pro­pias. El fotógrafo puede tener una idea totalmente opues­ta, contradictoria. Del resultado de esa confrontación, de ese en­cuen­tro, surgirá la imagen; el asunto se com­pli­ca maravillosamente cuando el fotografiado es, a la vez, fotógrafo. 

II

Ése era el reto: hacer retratos de hacedores de re­tra­tos, con la intención de rendir un homenaje a los crea­do­res de imágenes que, de alguna manera u otra, son ar­tí­fices del imaginario nacional. Para ello he estudiado con interés la obra de los fotógrafos de mi país y, a par­tir de los trabajos que más me han interesado, he se­lec­cionado a los cua­renta autores que conforman este proyecto.

La metodología de trabajo ha consistido en planear la toma con algún elemento que evoque, directa o in­di­rec­tamente, alguna imagen emblemática de su obra creativa, de su estilo de iluminación, o recursos téc­ni­cos que utilice habitualmente en sus imágenes o, tam­bién, algún rasgo dominante de su personalidad. Todo esto con la in­tención de representarlos de doble ma­ne­ra, es decir, su imagen como persona (casi siempre anónima) y al­gún elemento que recuerde alguna foto­grafía conocida de su producción. Para ello ha sido im­por­tante propiciar cierta complicidad con el retratado y mu­chas veces, al comentarles las ideas previas a las to­mas, hemos entablado una fraternal discusión que, sin duda, ha enriquecido el resultado final.

Los retratos seleccionadas para la revista Punto de partida son de nueve de las más destacadas fotógrafas me­xicanas: Lourdes Almeida y su mundo de cora­zo­nes de hojalata, sus sensuales arcángeles, sus altares; Yolanda Andrade, el Centro histórico como personaje principal; Ana Casas, la intimidad familiar y el auto-conocimiento a través de sus fotos; Maya Goded, sen­si­bilidad, compromiso y valentía al adentrarse en mundos sórdidos; Lourdes Grobet, su trabajo sobre la lucha li­bre, sobre y fuera del ring; Graciela Iturbide, sus cé­le­bres mujeres juchitecas y los pájaros como una cons­tante en sus imágenes; Elsa Medina, notable heredera de la tra­dición documental foto­grá­fica; Maruch San­tiz, india tzo­tzil con una poética visual de belleza y tex­tu­ra natural y, por último, Vida Yovanovich con su cárcel de sue­ños, la auto-representación y sus soledades sono­ras.
E. P.