CONCURSO 49 / No. 210

El fantasma de los días doce


Universidad Autónoma del Noreste


–Sigues tú —me dijo el hombre calvo de las gafas ridículas.

Todos me observaron con minucia. Me sentí nervioso, con un miedo sobrecogedor. Había luchado tanto para olvidar esta historia que narrarla era algo in sólito; sin embargo, no existía otra cura.

—Ocurrió un sábado por la noche —dije de forma tímida—, una noche fría, congelante, de esas que calan. Me encontraba solo, bebiendo whisky en mi casa con un ánimo cabizbajo.

”Debido al silencio dominante, muy cerca se alcanzaba a oír el ruido de las manecillas del reloj, ese so nido continuo, monótono, muy similar a la muerte. Levanté la mirada y vi la hora: quince minutos para las once. Comencé a pensar en el reloj, en el tiempo, en la ausencia.

”La quietud se interrumpió por un movimiento violento de la puerta de mi cuarto, se abrió por completo y súbitamente, con la misma violencia, se volvió a cerrar. No pude ver nada, todo estaba tan negro, tan oscuro. La negrura me había cegado toda la noche, pero alimentaba mis melancólicos pensamientos. Olvidé la puerta y su cerrar y abrir repentinos, al recordar la fecha: era 12 de diciembre.

—¿Qué tiene de particular esa fecha? —me interrumpió un hombre delgado de playera verde.

—Ése fue el último día que vi a Laura, mi esposa —contesté de inmediato—. Me gustaba llamarla así. En realidad no estábamos casados, sólo vivíamos juntos. Nuestra unión duró tres años; el primero fuimos felices, los demás fueron de constantes pe leas, de bus-car la libertad. Un 12 de diciembre se marchó.

”El caso es que estaba en casa bebiendo whisky, maldiciendo al tiempo y con pensamientos negros. Entre tantas cosas, el cansancio llegó y decidí ir a dormir. Un raro presentimiento anidaba en mí, me orillaba a imaginar que algo sucedería esa noche.

”Caminé del estudio al cuarto por aquellos corre do-res inundados de oscuridad. Es cuché de nuevo el lamento que emitía el reloj: cada segundo, cada sonido que lanzaban las manecillas, caía en mí como un martillazo en el corazón. Entré a mi cuarto. La luz de la luna fusiona da con la de los faroles alumbró tenuemente el espacio. Debido a esto, la habitación parecía cubrirse de una ligera capa plateada. Para mi sorpresa, descubrí a Laura recostada en la cama. Resaltaba con más claridad su sonrisa un tanto siniestra. Reme moré todos los momentos vividos con mi esposa, y cuando pude salir del trance, me sentí desconcertado. Olvidé las manecillas del reloj y su lamento. Me pregunté si la imagen ante mí era real o provocada por las altas dosis de whisky. Laura se levantó de la cama y, descalza, caminó hacia mí con pasos ligeros. Me abrazó. Ex pe rimen té un sentimiento afable, una gran calidez. Laura cargaba mi dolor en sus brazos. Enseguida me besó muy lento. Incrédulo ante lo que pasaba, también la besé. Con mis manos recorrí todo su cuerpo, ese cuerpo tan aprendido por mí. El éxtasis de los mejores tiempos regresó. Poco a poco, tumbados en la cama, Eros nos envolvió. El tiempo pasó, pero pareció detenerse, volverse infinito.

”La luz de la mañana me despertó. Me sentí frío, solitario. Observé alrededor del cuarto. Laura no estaba. Recorrí toda la casa, pero no había ningún rastro de ella. La tristeza invadió mi cuerpo y, con mayor severidad, la decepción. Concluí que todo había sido un teatro montado por mis fantasías. Me negaba a creer en esa hipótesis por que todo había sido tan real, tan nítido: los olores, su cuerpo, los besos. Y así transcurrieron…

—Tu historia está fuera de lugar. ¿Qué tiene que ver tu relato con historias de fantasmas y sucesos extraordinarios? —intervino, visiblemente fastidiado, el hombre calvo de las gafas ridículas.

—Al principio, esta historia puede parecer producto de mi imaginación o de unos cuantos tragos y de mis enormes ganas de reencontrarme con mi esposa. Yo pensaba igual, pero ahora que ha pasado tanto tiempo, no puedo atribuir estos sucesos al alcohol o a las fantasías de mi mente. Ésas serían unas explicaciones fáciles a una serie de apariciones que yo mismo he llegado a odiar —dije con firmeza; después respiré hondo y continué—. Seguido a mi encuentro con Laura o con el fantasma de Laura, sucedieron unos días sin grandes sacudidas, rutinarios. Mis actividades se reducían a ir de la casa al trabajo y del trabajo a la casa, tal vez hubo alguna no che de insomnio que pasé viendo televisión. Transcurrieron los días, las semanas, y llegó el 12 de enero. Todo pasó con normalidad hasta que, cuando tomaba café y leía los encabezados del periódico, observé la fecha. Esta información entró en mi mente como un flechazo. Las manos me sudaban y mis nervios se encresparon. Comencé a caminar de un lado a otro como poseído por un demonio. Me re costé y traté de calmar me. El foco de la luz se apagó y todo quedó en penumbras. Al segundo, la bombilla volvió a encenderse y al siguiente se apagó. El macabro juego continuó por un rato prolongado, tanto que decidí ignorarlo. La tranquilidad regresó a mí poco a poco y el sueño empezó a vencerme. Alguien abrió la puerta de mi cuarto. No pude distinguir las formas por la completa oscuridad. La luz apareció y las formas de Laura se iluminaron; una extraña combinación de sentimientos abordó mi cuerpo, algo entre felicidad, des con cierto y amargura. La vez anterior no escuché a Laura decir una sola palabra. Esta vez la interrogué: ¿cómo estás?, ¿a dónde fuiste? Sin inmutar se, sólo sonrió y clavó su mirada en la mía. Acto seguido, me abrazó e intentó besarme, pe ro no la dejé y cuestioné otra vez: ¿dónde has estado todo este tiempo? No con testó, era como si no alcanzara a escuchar mis palabras, como si la única forma de comunicarnos fuera con miradas, caricias y besos. Su mirada embelesadora me dominó, volvió a abrazarme y a cargar mi dolor en sus brazos, a cargarlo con su silencio, y nos enredamos en besos. Su tez morena se mezclaba con la oscuridad y sus caricias parecían una extensión de las sombras. Laura era la noche.

”Después, completamente agotados, nos recostamos en la cama y Laura durmió en mis brazos. Sentí el poderoso deseo de dormir, pero me mantuve despierto. Quería asegurarme de que mi esposa no escapara de nuevo, cualquier intento de huida se ría repelido. Transcurrieron las horas. Por la ventana se escurrió el primer rayo de luz de la mañana. Laura empezó a desvanecerse, como borrándose. Su imagen era cada vez más tenue, hasta que al final desapareció. Me sentí muerto. Mi cama era mi tumba. Todo arropo de esperanza se había ido.

”Las apariciones de Laura se hicieron constantes. Los días 12 de cada mes volvía a mi casa. Era un juego interminable, un laberinto sin fin del que no podía huir. Trataba de disfrutar el juego, disfrutaba de esa única noche al mes en que podía poseer a mi esposa. Al amanecer, cuando se iba, me invadía una cruda espiritual, un vacío insondable.

—Entiendo lo difícil que es que tu esposa se aparezca cada mes, a final de cuentas esta historia me pareció terrible —dijo el hombre delgado de playera verde.

—Debe de ser más difícil estar con el fantasma de la mujer que amas. Porque la amas, ¿verdad, Javier?

—comentó un hombre alto de voz fuerte que parecía conocerme.

Pero no contesté nada. Busqué una respuesta a la pregunta. No para él ni para todo el auditorio, sino para mí. La amaba, pero también la odiaba.

El salón se convirtió en un caos, en una caldera de voces entrecruzadas.

Así pasaron unos cuantos minutos y luego, entre el barullo, escuché a una joven que decía:

—Muy buena fecha para contar la historia. Hoy es 12 de diciembre.

El comentario me dejó atónito. Había pasado por alto la fecha. Eché el último vis tazo al salón. Miré al hombre calvo de las gafas, al joven de la playera verde, al hombre que parecía conocerme, y después, con rapidez, escapé. Caminé hasta la casa. Estaba relativamente cerca, cuando mucho a un kilómetro; sin embargo, el camino se hizo interminable. Todo se encontraba en completa oscuridad, era como ca minar con los ojos cerrados. En los pocos tramos iluminados, las sombras de los autos, de los árboles, me parecían tenebrosas, parecían hablarme.

Llegué a casa. Sospechaba que Laura estaría esperándome. No perdí el tiempo y rápidamente me dirigí al cuarto. Ahí estaba mi esposa. Con la sonrisa de siempre, que por un momento me pareció maligna. Se lanzó sobre mí y nos besamos con un ansia ilimitada. Acarició mi cuerpo toda la noche, se convirtió en medusa, en orfebre. Esa noche sentí una desesperación diferente, ese día hicimos el amor con una añoranza anormal.

Ya acostados, mientras Laura dormía, me invadió un sentimiento de tristeza y desesperación inconmensurable. Sabía a la perfección que mi esposa se iría antes del amanecer y que al mes siguiente regresaría, incansable, infinita, muy parecida a la muerte. El sueño me venció.

Desperté muy entrada la mañana, examiné todo a mi alrededor y no me sorprendió descubrir que estaba solo. Me dirigí a la cocina para prepararme el desayuno. Cuando entré al comedor, quedé perplejo por lo que vi. Observé a Laura desayunan do. Las mismas líneas, el mismo cuerpo. Era ella. De pronto escuché: —Buenos días, Javier, te preparé el desayuno.



Vick Medina (Torreón, Coahuila, 1993). Estudió la licenciatura en Comunicación en la Universidad Autónoma del Noreste. Ha publicado artículos y reseñas literarias en el periódico Entretodos, así como algunos cuentos en las revistas CantaLetras y YoEsOtro, entre otras. Ha participado en diversos cursos y talleres literarios. Actualmente dedica su tiempo a escribir y es catedrático universitario.