No. 137/CRÓNICA

 
El padre de (casi) todos los tianguis

José Antonio García Acevedo
FACULTAD DE CIENCIAS POLÍTICAS Y SOCIALES, UNAM
 


 

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      Fotografías de Sergio Adair Martínez López,
      Escuela Nacional Preparatoria Núm. 7
A las seis de la mañana comienza el barullo de mercancía que se carga y se descarga en muchas de las calles de esta colonia de la de­legación Iztapalapa (Iztapalacra, Iztapanaca, Izta­pa­salsa, Iztapaloca o Iztapatransa, según sea el punto de vista, la xenofobia o los complejos clasistas de quien la nombre). El ruido de los puestos tubulares cuando son armados y de los vehículos que transportan todo ti­po de mercancía, así como el trajinar tempranero de mul­titud de comerciantes, es ya estampa conocida de los habitantes de la colonia Santa Cruz Meyehualco los días viernes de todo el año. 

Poco a poco, a lo largo de toda la avenida seis, la ocho, la diez y la doce y desde la calle nueve hasta la setenta y uno, lonas y toldos de diferentes colores co­mienzan a llenar el paisaje, mientras los colonos que no son comerciantes se levantan para salir a sus em­pleos. A las ocho de la mañana, llegan los primeros marchantes en busca de aquello que en otros tianguis de la ciudad no encuentran. Vienen de todas las dele­gaciones e incluso del Estado de México y de otras entidades.

"¡Métale la mano, cliente!", "¿Qué se le ofrece, mar­chante?" o "¡Pásele por acá, güerita!" son las voces características de los gritones que anuncian discos, ropa o comida, entre otras muchas cosas. Y es que en este tianguis se puede encontrar todo lo imaginable y en un descuido, hasta lo no imaginable: palos de golf, muñecas sin cabeza, libros en buen y mal estado, za­patos nuevos y viejos -muy viejos-, frascos vacíos de loción, perfume, conservas o tequila en diferentes co­lores, formas y tamaños, con tapa o sin ella; camillas hospitalarias, pintura de todo tipo, envasada o a gra­nel; antigüedades varias, computadoras enteras o en pedazos, ropa "de marca" sin marca o con ella, llantas especiales para la nieve, casas de campaña, flores de migajón... literalmente lo que sea.

 

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Hay que escoger una ruta al iniciar el recorrido, pues de lo contrario puede uno perderse en el laberinto de calles y puestos que en un momento de distracción lle­gan a verse iguales. Además, si la curiosidad o la ne­ce­sidad de algo en concreto es mucha, y se pretende recorrer todo el tianguis o cuando menos las calles prin­cipales, es necesario también llevar el tiempo suficien­te para la caminata, que por lo menos puede durar un par de horas.

¿Necesita usted un par de esquíes? ¿Tal vez una cu­na pa'l chilpayate? ¿Una tarjeta de módem para su pc? ¿O nada más un par de zapatos de última moda? "Por acá, patrón, si no ve lo que busca, pregunte." Confor­me se avanza la música se hace omnipresente, se com­pra o se regatea al ritmo de Los Tucanes de Tijuana: "...y la Chona se mueve, y a la Chona le gusta, y la Cho­­na se mueveee al ritmo que le toquen..."; con Chente Fernández cantando "...qué de raro tienee, que me ha­ya perdidooo por una mujeerr..." o alguna otra que sea es más o me­nos solicitada. También es posible que lo que se oiga sea a Johnny Rotten y Cid Vicius (Sex Pis­tols) y su "God save a Queen" pues hay varios pues­tos que ven­den exclusivamente música, ropa y parafernalia ro­­­que­ra, darketa o punketa, aunque la verdad los ritmos afro­antillanos son los que "rifan" por estos rumbos: "Yo tengo el alma entusiasta y aquí en verso le diré, un ho­menaje a la Reina Marta, la soberana del café...".


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Los puestos de discos originales o piratas abundan y suenan; en ellos se puede encontrar desde modernos discos compactos pasando por acetatos de 45 revoluciones por minuto o LP's de 33; o desde casse­ttes o cin­tas hasta viejísimos cartuchos sesenteros, o los to­da­vía más viejos discos de pasta para fonógrafo, con una can­ción por lado y un peso considerable.

Pero no importa si lo que se vende son pantalones o tacos; muchos comerciantes llegan al tianguis equi­pados con algún aparato para oír música y acompa­ñar­se. Así que, como le decía, su recorrido será siempre con fondo musical: "...bailando la cumbia cantaré, a la reina del café...".

Esta colonia se fundó en los años sesenta a iniciativa del que en algún momento fuera co­nocido como el Rey de la Basura, sobre lo que du­rante muchos años fueron los tiraderos de basura de la Ciudad de México. En ese entonces, ejércitos de pe­penadores vi­vían en improvisadas barracas al lado mis­mo de su "centro de trabajo", viviendas —si así se les puede llamar— muchas veces hechas de los mismos mate­riales que recolectaban y que servían de bardas, puer­tas y techos. Sometidos a un estricto control por sus líderes, en muchas ocasiones hicieron las veces de gru­pos de choque contra opositores al PRI. 


punto de partida 137 Cuando se decretó la creación de la colonia, ade­más de los pepenadores, muchos choferes, ayudantes y otros relacionados con el lucrativo negocio de la ba­sura al­canzaron una pequeña casa, con "facilidades" por su­puesto, siempre con la condición de permane­cer fieles a su líder y al partido oficial de entonces. To­davía al pa­sar por estas calles después de las cinco o seis de la tarde se pueden ver camiones de basura es­tacionados en la entrada de muchas casas, así como costales lle­nos de botellas de vidrio y cartón o papel, apilados cui­dadosamente, en espera de ser "realizados".

Siguiendo con el recorrido, hay que mencionar las calles especialmente dedicadas a la venta de basu­ra —así le llaman los propios vendedores—, la que al parecer es buen negocio pues son muchos los luga­res en los que se comercia con ella. Ahí se amontonan o se alinean perfectamente los puestos con cerros de za­­pa­tos, para muchos inservibles, mojados todavía por el aguacero de la noche anterior; pilas enormes de corbatas arrugadas y/o chorreadas de quién sabe qué; montones de radios, televisiones y aparatos electrónicos diversos en completo desorden, rotos y mugrientos pero que son tratados con el máximo cuidado e interés por distintos visitantes que los examinan para lue­go ofrecer, re­ga­tear y a veces comprar.

 

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Herramienta nueva, china o taiwanesa, muy barata, junto a desarmadores sin mango o serruchos sin dientes, tubos de ensayo y matraces, laptops y deco­dificadores de señal de TV satelital a precio de ganga. Sorpréndase: un jeep como artículo central y principal en un puesto que también "oferta" bocinas rotas y es­tufas sin puertas ni parrillas. Muebles de baño, láminas, tambos y garrafones de plástico de todos los tamaños, lp's de Laba Sosshe o del doctor Alfonso Ortiz Tirado, zapatos derechos que esperan por el dueño del iz­quier­do; artículos que serían invendibles (ni regalados) en otros lugares, pero que aquí encontrarán a la larga o a la corta, marchante, cliente y destino. Si no esta vez, la siguiente, si no a este precio a otro que puede ne­go­ciarse entre el marchante y el vendedor si realmen­te hay interés en el artículo, prenda o lo que sea.

Hay quienes hacen de su visita a este lugar los días viernes una costumbre, aunque también hay venta los martes en la misma colonia pero en diferentes calles. Venir a chacharear es toda una aventura para quien sa­be buscar y preguntar. Es casi como ir de caza, y aun­que la única experiencia en este sentido nos venga de las viejas películas de Johnny Weissmuller haciendo el papel de Tarzán, la metáfora cinegética describe bien un día de compras en estas calles.

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El melómano tiene que aguzar su vista para encontrar entre los montones de discos viejos o CD's piratas aquel compacto o LP que ya no se consigue en ningún lado, que trae la versión precisa, la interpretación maes­tra o la rareza del grupo o cantante preferido: ¿La ban­da sonora de la película Encuentros cercanos del tercer tipo? ¿"All you need is love", interpretada por la Ban­da Mixe de Oaxaca? ¿Grabaciones de Manuel "El Loco" Valdés? La canción "Rompamos el contrato" in­­terpre­ta­da por Son 14 se conseguía aquí incluso antes de que fuera grabada por el grupo cubano. No es broma.

El bibliófilo también tiene para entretenerse un buen rato buscando el tomo que complete su colección de Emilio Salgari, de Freud, de las obras completas de Hermelinda Linda o de las de Lenin en sus cincuenta y nueve tomos de Editorial Progreso. El mecánico, el plomero o el electricista, la pieza del taladro, el dado o la tarra­ja para esa chambita que no logra acabar; o tal vez la calavera o la moldura del carro que ni en la agencia existe. Bueno, el botón de la chamarra que no está en las mercerías aquí se consigue hurgando con un poco de paciencia entre la ropa de segunda, de ter­cera... o de cuarta.

Pero hay que saber comprar, preguntar como quien no quiere la cosa, incluso mirando hacia otro lado y no al objeto por el que se está interesado, dejarlo en don­de estaba una vez oído el precio y esperar a que el vendedor diga: "Ofrézcame, patrón", o bien: "Se lo de­jo en tanto." ¡Y aguas con las ratas de dos patas!, pues el ahorro al venir se puede convertir en pérdida, y aun­que, hasta eso, no hay muchas, más vale estar alerta.

 

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Pero luego de un par de horas de caminar, preguntar y regatear, ¡se antoja algo que refresque el calorcito! Tal vez algo para aplacar o entretener a la lombriz. Como en todo lo demás, en cuanto a comida y bebida las opciones son muchas y muy variadas. Refresco, ju­go de naranja, toronja o betabel. O bien, para quien empieza temprano su fin de semana y su camino al cie­lo de la evasión, una michelada con hie­lo de dudosa higiene, o una ollita "preparada": "es­cuer", hielo, chi­le piquín y un "pegue", que puede ser tequila, ron o cualquier otra cosa que apendeje. Hua­raches, sopes o quesadillas son de ley, pero tal vez el antojo apunte hacia unos buenos tacos de barbacoa, "de carne de bo­rrego", dice el taquero, pero no se dis­traiga, hay que fi­jarse bien que el taco no relinche o ladre, pues en ese caso hay que optar por tlacoyos, que no llevan carne y sí en cambio abundantes frijoles, no­pales, queso y su respectiva salsa.

Y la música sigue: "...linda Marta vengo, porque cantarte quiero, bailando la cumbia cantaré, a la rei­na del café...". Cantina y su Combo Latino se repiten una y otra vez, el "cambiadiscos" no se cansa de po­ner "La chicharrita del café", aunque algunos comerciantes sí se cansan, sobre todo los de basura, que a las doce del día em­piezan a recoger su mercancía, pues al pa­re­cer, las ho­ras de venta para ellos son las primeras del día.

En varias ocasiones ha aparecido la judicial por es­tas calles, han hecho operativos, decomisado mercan­cía y detenido a algunos comerciantes. Aparecen en el tianguis —dicen— porque en él a veces se en­cuen­tran a la venta fornituras militares o balas, pero también, la neta, porque vienen por su mochada. Pero bueno, pa­ra los comerciantes éste es un aspecto más del oficio que en muchos casos han ejercido por generacio­nes; casi siempre se trata de un negocio familiar en donde unos juntan, compran o consiguen (aquí no vamos a discutir el origen de las mercancías), otros llevan, trans­portan o almacenan, y otros más venden en este gran mercado al aire libre que es la colonia Santa Cruz Me­yehualco.

Y sigue la cumbia: "...bailando la cumbia ya em­pe­zó, a la reina le canto yo, linda Marta vengo, porque cantarte quiero...".