No. 137/POESÍA

 
La sed de Venus (los lotos de la piel)

Gilberto Lastra Guerrero
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE DURANGO
 


I
Navegas en el mar de la mano. Plasmas cerca del corazón contornos de mi fantasma: ágora iracunda de los miembros del cuerpo,  perdido en el olor de tu piel: fino néctar de luz... —quién pregunta por la oscuridad—.

Las plegarias del tacto dejan de anochecer en la calma el insomnio, potro del des­ve­lo, centro del tiempo. De la axila al cuello el puente tendido de sueños, los extremos y su ausencia destilando cargas y lenguajes de cuerpos que no existen todavía. No hay ma­nera de satisfacer lunas colgando en la ventana. Nos miran absorta la calma y el oleaje que no tenemos, en la lágrima tardía que es el cuerpo, en el vientre: el Río del re­torno.
 
Los ojos del cuerpo te buscan en la áspera vigilia de los días, en pantanos del silencio. Sudando la distancia esperas que las palabras viajen en la apertura del ojo de la aguja donde pasan los camellos.

         ...Algo se nos muere: espuma y carne erosionan por la ausencia...



II
Ella tiene la costumbre de no crecer, de guardar para el tiempo su belleza. Guardo sus recuerdos en la calma que amenaza al marino en la tormenta, en la vorágine de ascensión y su mirada: la Rosa mística, el Aleph, Carpe Diem... invocado por la eternidad del temblor de su corazón, por el abismo construido en la mirada. He caído al fondo de un ángel robado al paraíso de su cuerpo... algo espera.



III

El otoño es la resignación de la ausencia, rectificación y caída de hojas y un cuerpo que busca canto de dragones. Camino por el agua del pensamiento que no ha muerto, por el encuentro que no ha vuelto, por las aguas de silencio.

Te espero. Está mal que deje de versar las palabras que te crean, buscarte; ajeno a la es­pada y al escudo, a la herida y la caricia, a la lluvia de fragancias que se extienden en la cúspide de habitaciones que no habitamos, en las lágrimas heredadas por los aman­tes de la blancura. Sé que buscarás el modo de no morir: tengo las palabras... las en­con­trarás bajo la piel.


IV
Llegaste tras la tormenta, vestida de cristales y avenidas infinitas, con una falda de olas y la desnudez de estrellas. Entre llagas despertaste, sobre el mullido carnaval de muer­te, flotando sobre los desfiladeros de la memoria, sin la fúnebre nota del destierro. Te encontré.

No hay palabras para aquietar al invierno, se han caído en el otoño que pende de tu sonrisa. Aguardo la primera lluvia: espero una lágrima tuya.  



V
Hay caminos en mi sangre que llevan tu nombre, Susana. Hay casas deshabitadas en el olvido donde te busco, sólo la Caja de Pandora se abre para tragarme... abre la in­certidumbre —ignoro—.

Somos ciervos buscando aciertos, nubes rojas donde guardar el llanto. Tú eres el pa­pel y yo la tinta que nadie ha conocido. Eres el río donde transcurren mis palabras...

Tú eres la luna y yo la noche que esconde su brillo para la selva adormilando al hombre.

Amanece...



VI
El cielo se evapora en la sien. Los fardos del vértigo se han vuelto al ojo que te mira. La luna degollada llora todavía porque no se salvó el amor. Leonard Cohen aconsejó al viento entregarme las palabras ganadas a los muertos más amados: And you want to travel with her, you want to travel blind, and you know that she can trust you, for you've touched her perfect body with your mind.

Jesús, el marino, habló caminando sobre las aguas; yo lo hago caminando en tu pupila. El iluminado camina sobre las aguas; yo, mortal lo hago en la infinitud que me pro­voca tu evocación: mi resurrección.