La crónica como antídoto / No. 207

Aprendiz de barista

Segundo premio



Don Carlos

Le doy los buenos días; temblorosa, le acerco el cenicero y la azucarera.

—Era más alegre cuando vivía su esposa —me dice Luisa en voz baja.

Le preparo el primero de sus tres americanos cortos. El Kfe Maya es casi su sala, aquí recibe a sus visitas. Descubro que al quitarse las gafas, don Carlos es otro. El que las porta hace muecas y se queja de mi falta de experiencia, pero el que no las lleva, agradece el servicio y deja la propina sobre la mesa.

Día a día comprendo la cantidad justa de café y las distancias; la caída del expreso y el saludo adecuado. Envuelto en el humo del cigarro, Don toma su café tranquilamente; no tiene prisa ni pereza.

—¿Qué es lo que le pones de la jarrita?

—¡Ah!, el espresso

Por primera vez, don Carlos observa cómo preparo su bebida.


Nuestro menú: lo dulce, lo salado y lo que va de ambos

I. Silvia 

Silvia llama cada tercer día. Me da los buenos días y me pregunta cómo estoy. Su voz es dulce como sus pasteles. Yo le devuelvo el saludo, le pido que me espere unos segundos y reviso cuántas rebanadas nos quedan: “Entonces llamo pasado mañana” o “te llevo uno al rato”, responde. Le deseo bonito día y cuelgo el teléfono alegrada del milagro que es, aun a la distancia, saludar a alguien. 


II. Los Insufribles 

Creen saber de café. Lo aprueban o lo reprueban, se quejan o se molestan: “más caliente, más espuma, más agua, más carga, más rápido…”, más, siempre más.

El té de azahares se ha enfriado. Ha sido el único testigo apacible de su estancia y del café quemado.


III. Inquilina busca un cuarto 

Tiara sonríe con sus ojos y pelo enroscado: Pamela está por llegar. También aparecen las barbas plateadas de Coco.

—Hola, ¿cómo estás? —la saludo con una sonrisa, mientras me lavo para hacer su capuchino—.

—Lo de siempre, por favor—. Al igual que yo, Pam se ha encariñado con la colonia Álamos. Su casero le pidió el departamento. A través de la espuma, sus labios sorben el capuchino con nostalgia.

Nos despedimos. Se alejan por el parque y los pierdo de vista. Tiara y Coco ignoran la mudanza que se aproxima.


IV. Té de toronjil 

Mis párpados apagan la luz que baña las mesas. El toronjil recorre mi lengua para dar abrigo al ensueño. ¿Tú, cuándo vendrás? 


Luisa

No hay en su gesto un milímetro de estrés. Va y viene alrededor de la barra, prepara alimentos, sirve bebidas, cobra o limpia las mesas. Su inocencia hace de la falta de tacto un sarcasmo que los clientes consideran simpático. Baristas van y vienen, pero es difícil imaginar el Kfe Maya sin ella. Aunque su cuerpo no indica fortaleza, lleva algo dentro que jamás se ha roto.

Los clientes llegan y ella toma el mando de este barco de vapor que es la máquina de expreso. Trabaja para su hija y su familia; para viajar a Japón, España o Italia. Su tierra, Acteal, se aloja en este rincón de Cádiz 152, en los lecheros y cortados, en los americanos y capuchinos. “Aunque tenga dinero yo voy a seguir trabajando porque me gusta, me gusta esto que hago”, me dijo la última vez que platicamos.

Entonces entendí por qué negó con la cabeza el día que vi lágrimas en su rostro y le ofrecí quedarme a cubrirla. Hay asuntos más importantes que uno mismo, así se trate sólo de preparar bien el café. 

“¡Ya vete!”, me decía con ese sarcasmo suyo. Camino hacia metro Viaducto y aún la veo moler el grano y extraer los expresos. 


Adiós al Maya 

Un té de menta abrió la mañana de este sábado. Continúo con un café hacia el mediodía y cierro la noche con vino tinto. Rojo Elefante, un negocio amigo, festejó su aniversario en el Maya. Nunca había visto el café tan lleno ni a mí tan atareada. Las mismas sillas que alojaron a los invitados nos miran brindar al terminar la noche. Siento nostalgia en mi garganta, pero me concentro en la cercanía de Luisa y en el sabor del vino; en el silencio de esta colonia que duerme…

El cansancio aparece hasta que abordo el vagón del metro, como si hubiera esperado con ansia manifestarse en el cerrar de mis párpados y en mi cuerpo somnoliento.


La Anzures y el catador disfrazado

El bosque de Chapultepec oscurece a los gigantes de Reforma, cuyos elevadores iluminan débilmente sus entrañas. Por todos lados hay oficinas. Prosigo sobre Leibnitz y luego por Gutenberg hasta Shakespeare. Me detengo en Ejército Nacional: Sindicato Café y la Anzures son mi nuevo hogar.

Ahora preparo café a los que no tienen tiempo de tomarse uno. El servicio a domicilio no me permite saber si su café se ha enfriado, si no les gustó o si lo han disfrutado. Me pregunto si Óscar, uno de nuestros clientes, vendrá un día a Sindicato para vernos preparar sus bebidas.


El coffee break 

Talía trabaja en su casa y viene a Sindicato de vez en cuando. Amante del café, ha asistido a catas y a fincas en Huatusco, Veracruz, origen del café que aquí se sirve. Me mira prepararle un Flat White, esa pequeña bebida que inventaron los australianos: un poco de leche y dos expresos.

Dos semanas más tarde, Óscar llega a Sindicato. Mi compañera y yo le ofrecemos la degustación del menú, que incluye tres diferentes granos. Él nos habla de los cafetales en Puebla, de los problemas al lidiar con grandes empresas o con el maestro tostador; de su experiencia montando una cafetería y de las diferencias entre el café veracruzano y el chiapaneco. La imagen del señor sin tiempo se borra con el humo de la taza y sus palabras. Cuántas historias guardarán las oficinas.


Barista de oriente 

Las calles de la Anzures llevan nombres de científicos y poetas, de filósofos o de escritores; las del oriente de la ciudad, de donde provengo, fueron bautizadas con nombres de árboles. Yo vivo entre Encinos y Pirules, en la frontera con las calles de Neza, que llevan nombres de canciones.



Xóchitl Rivera Beltrán (Ciudad de México, 1992). Estudió Psicología, con especialidad en el área Social, en la Facultad de Psicología de la UNAM y actualmente es estudiante de Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la misma institución. Practica danza butoh y trabaja como barista en Sindicato Café. En 2014 obtuvo el segundo lugar en el concurso de cuento del XI Coloquio Estudiantil de la Licenciatura en Letras Clásicas y en 2016 el primer lugar en el II concurso de calaveritas literarias La muerte Intercultural, ambos organizados en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.