Poesía / No. 207

Poemas

 



*

Célula de calcio,
eres coral,
lo más sólido
de lo invisible

por ejemplo:
primero los anillos de Saturno
eran polvo nómada
atomizado

por ejemplo:
los vectores que reconstruyen
pómulos, ángulos, quijadas,
una trigonometría del rostro de la momia,
del sudario
del salvador,
de la primera mujer;
el dibujo forense
que inventa la curva de las pestañas:
cara oval
tez trigueña
ojos cafés.

Me da miedo saber más de mis huesos

*

A veces quisiera ser cacto,
ser un pozo por dentro.
A veces preferiría dar sólo espinas,
flores esporádicas para murciélagos,
quedarme con mi humedad cerrada,
tener vida para rato.

antes los cactos eran fauna de agua

Sobrevivir. Tener la misma sombra, a la misma hora, todos los días.
      Medir lo mismo que mi raíz. Tener una sola profundidad.

A veces, desprenderme
como los cardos que dejan
la raíz para ser esfera.

*

No desperté: despierto.

Estrella, eres tormenta eléctrica y cableado
miel y hoguera, fluorescencia
dendrita: eres puerta,
palabra, concatenación, película velada,
pedernal o flech
que me sangra.

Los tejidos de mi cuerpo
se diferencian febrilmente,
la casa se edifica poco a poco,
la casa hecha a lápiz
treinta años atrás
en el plano del arquitecto
pone un pie en la tierra,
con sus paredes de cal,
su arcilla rojiza.

*

Al final no queda de nosotros
la fibra de la biznaga
ni la pulpa es acitrón,
no quedan los castillos, las varillas
de los nopales erguidos,
no nos secamos como calabazas
o zacates donde las semillas dejan su túnel:
nos llega la muerte hasta que nos llega a los huesos,
la luz se va por partes
en nuestro edificio
conforme se van fundiendo los fusibles.

*

Era el dolor de muelas, era el contraste agudo de la ropa
deportiva de los corredores a las 6 a.m.,
eran todos los pasos a seguir siempre en el mismo orden
(llaves pausa bisagra etc.).

Eran sus gritos en la parte más baja del domingo.

Las palomas en su mórbido repetirse
a cualquier hora, el sonido hueco de uñas postizas
con circonias suspendidas en resina,
y ese gesto repetido en todas las caras:
por qué no ocultan sus volúmenes grotescos
por qué esas bocas no contienen bien sus dientes
por qué sus párpados revelan la obscenidad
esférica de un ojo vacante.

Por qué el cielo parece resanado con cemento.

*

La piel no cubre, emerge:
¿has visto cómo se incrustan
las semillas en la carne de las fresas,
cómo modula sus rombos
el volumen que asciende y desciende,
el trompo
de su planeta lento y deforme?
Así se acomodan también los poros,
y las arrugas, sus espinas
sobre la carne que no vemos
y los huesos que se encaraman debajo.

*

No estoy segura de que al interior del cuerpo
esté autocontenido el macrocosmos.
Pienso en la inflorescencia morada
de un órgano que no existe.
Pienso en ordenar todo por colores,
pero es una gama muy corta.

Quería sacarme de dentro
todo lo que fuera ocre o verde;
todo lo que tuviera mezcla de amarillo
me parecía insalubre,
sentía que me oxidaba por dentro,
que me cubría la pelusa del moho,
sentía la herrumbre hacerse densa.
Luego pensé en llegar a lo blanco
de la grasa y los tendones y al final el hueso,
limarlos, inventariarlos,
ordenar en pares y nones,
por forma y tamaño.
Blanquearlos después
en una cubeta de cloro.

Pero el rojo estaba allí cuando cerraba los párpados.





Aurelia Cortés Peyron (Ciudad de México, 1986). Es poeta y traductora. Estudió la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM y la maestría en Creative Writing en San Francisco State University. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas y del programa Jóvenes Creadores del Fonca.