La crónica como antídoto / No. 203

Las batallas en Xoco

Segundo premio





Las dos Xoco

Xoco no es nada más un pueblo. Hay dos Xoco en disputa. Quien haya visto una película en la Cineteca Nacional, lo visitó y seguramente no lo notó. Salió del metro Coyoacán y caminó sobre Real Mayorazgo, sin detenerse a contemplar las calles estrechas y chuecas de la colonia ni a observar los contrastes entre las dos Xoco entremezcladas. Para percatarme de la complejidad que habita en Xoco, yo tuve que vivir ahí.

Xoco está escondido entre cuatro importantes avenidas: Popocatépetl, Universidad, Río Churubusco y México-Coyoacán. Su nombre proviene del náhuatl. Significa “agrio”. A pesar de los grandes complejos comerciales y habitacionales, Xoco conserva su esencia tradicional. Los mayordomos del pueblo se reúnen cada domingo en la vieja iglesia de San Sebastián Mártir, construida en el siglo xvii. Sus habitantes no dejan de celebrar las fiestas patronales los días 20 de enero y 20 de abril, dedicadas al general romano que se representa en la iconografía católica atravesado por cuantiosas saetas, mientras levanta una mirada compungida hacia el cielo. El panteón, ubicado enfrente de la Cineteca Nacional, conserva un atractivo peculiar, por la vida que le otorgan los mismos pobladores de Xoco.

Si seleccionaran los lugares más icónicos de la Ciudad de México, quizá Xoco no quedaría ni entre los candidatos. Sin embargo, es difícil imaginar la vida cultural sin Xoco. ¿Cuántos no han descubierto su programa de radio favorito desde alguna de las nueve emisoras del Instituto Mexicano de la Radio (Imer), ubicado sobre la calle de Real Mayorazgo? A un costado, ¿cuántos no han tenido una primera cita en las salas de la Cineteca Nacional? Incluso quienes no viven en la ciudad han probado un poco de Xoco, gracias a los dulces que produce la fábrica de Laposse, que se distribuyen en todo el país.

El pueblo de Xoco ha sufrido una transformación profunda en los últimos años, provocada en parte por las inmobiliarias. Han surgido espacios donde ocurren tensiones, en ocasiones enfrentamientos, entre los nuevos y los antiguos residentes. El actual pueblo de Xoco guarda altos contrastes.

Una plétora de proyectos inmobiliarios exige a las pocas manzanas que conforman la colonia, entrar a la modernidad. Cada nuevo edificio es como una flecha lanzada para doblegar su identidad. Pero los vecinos no claudican frente a las constructoras, que tratan de imponer megaproyectos. Con la misma tenacidad que su santo patrono, el Xoco tradicional sobrevive.


Xoco, el barrio

La familia paterna de Pilar vive en Xoco, el barrio. Residen en el pueblo desde tiempos de la Revolución y se volvió de su propiedad con el reparto agrario, según cuenta Pilar con orgullo. En un principio, la cercanía del río Churubusco hacía al terreno fértil, ventaja que se perdió con el crecimiento de la mancha urbana.

La casa de Pilar se encuentra bien oculta. Para llegar, uno debe meterse por el callejón de Xocotitla, doblar a la izquierda, luego a la derecha, otra vez a la izquierda, atravesar un pasillo estrecho y oscuro, cruzar una puerta metálica oxidada y doblar hasta encontrar la última casa.

Nadie logra dar con ella sólo con indicaciones. Como todos los que viven ahí se conocen desde siempre, los extraños no pueden entrar y pasar desapercibidos.

Gracias a Pilar viví en Xoco. Me quedé sin casa y le pedí que me dejara dormir en su sofá mientras encontraba un nuevo sitio. Al final, su familia decidió adoptarme.

Como sucede con las familias grandes, las fiestas son comunes en el lote. Durante el tiempo que viví ahí, Leo, el hermano de Pilar, ensayaba para ser chambelán de alguna prima que cumpliría quince años. Las fiestas suelen hacerse en una pequeña cancha de concreto, dentro del terreno, que parece haber sido construida por la misma familia de Pilar.

El predio tiene un ambiente rural, no sólo por el camino lodoso que separa las casas o los perros que corren sueltos. A todas horas se escuchan los gallos. Don Luis, el papá de Pilar, cría gallos de pelea como pasatiempo. Él trabaja colocando ventanas. Cuando consigue ser contratado para grandes obras, se ausenta de casa; cuando no, debe aguantar largas temporadas desempleado o con pequeñas chambas.

En algún momento, don Luis fue patrón y dirigió una flota de trabajadores. Pilar estudiaba en una escuela particular. Desde la crisis de 1994 no han corrido con tanta suerte.

—Estos gallos me sacarán de pobre —dice en tono de broma. Sin embargo, deshacerse de ellos no está en sus planes, ni para recuperar un poco de la bonanza de tiempos pasados.

A nadie del predio parece molestarle el ruido de los gallos, como a nadie parece molestarle la música a todo volumen los días de fiesta. La tolerancia al escándalo es una de las características que más distingue a los viejos pobladores de Xoco, de los nuevos.

Los habitantes de Xoco, el barrio, no han podido ignorar a los nuevos vecinos desde que se empezaron a instalar. Con las nuevas casas y los centros comerciales que han proliferado alrededor, las cuotas del predial y de la luz aumentaron, al considerar ahora a Xoco como una zona residencial. Esto no sólo encareció los servicios, los empeoró: en época de lluvias la luz se va seguido, mientras que en época de sequía el agua falta constantemente. Los edificios aledaños han sufrido cuarteaduras por la maquinaria pesada utilizada para levantar las nuevas construcciones.

La tensión entre Xoco, el barrio, y la nueva Xoco se convirtió en conflicto cuando una de las edificaciones dañadas resultó ser la mismísima Iglesia de San Sebastián Mártir. Los vecinos, junto con la mayordomía, emprendieron acciones legales para detener las obras y que se indemnizara a los afectados.


La nueva Xoco

En la misma cuadra que Pilar, viven Andrés y Claudia. Hará diez años desde que se mudaron a Xoco. Pilar me señala que viven en una zona residencial con estricta vigilancia en la entrada, donde antes era un área verde. Solía jugar ahí de niña.

La zona residencial está lejos de la pomposidad de las nuevas unidades construidas recientemente en Xoco. No tiene gimnasio en el interior, ni supermercado, ni piscina, pero todos tienen un lugar en el estacionamiento y en las áreas comunes hay un jardín tan bien cuidado que peca de artificioso.

Por lo general, los nuevos residentes no notan la presencia de Xoco, el barrio. He acompañado algunas noches a Andrés en el balcón de su casa. No se alcanza a escuchar ningún murmullo de lo que sucede a la vuelta, en casa de Pilar.

La primera vez que nos visitaron los hermanos, se quedaron sorprendidos por los contrastes tan marcados entre la zona residencial y el predio.

—No me hubiera imaginado que esto se encuentra a la vuelta de mi casa —exclamó Andrés cuando llegó. Claudia compartía la impresión.

La sorpresa de los dos hermanos no me extraña. En pocos espacios y momentos los nuevos residentes pueden conocer a quienes han vivido en Xoco desde muchos

Flor dragón, de la serie Mudanza de flores y cristales, aguafuerte, aguatinta y punta seca/papel, 30 × 24 cm, Taller Gráfica Bordes, 2014

años antes que ellos. La feria que se organiza para la fiesta patronal es una de tantas y no es bien vista por todos. Para muchos nuevos residentes el cierre de las calles —de por sí estrechas— y el despliegue de la pirotecnia sólo provocan molestias.

No todos los nuevos residentes han podido ignorar a Xoco, el barrio; a un viejo libanés, cuya casa se encuentra pegada al muro que separa el predio de las zonas residenciales, no le agrada para nada ser despertado por el estrepitoso canto de los gallos.


La franja de jaulas

El viejo libanés, como Pilar lo llama, tomó la iniciativa de conocer Xoco, el barrio, cuando no obtuvo respuesta ni de la delegación Benito Juárez ni de la Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial ante sus quejas por el ruido de los vecinos. Alegaba que en una zona residencial no se puede tener gallos.

—Se les olvida que esto es un pueblo —me decía Pilar cuando se mofaba de la ingenuidad del vecino por creer que las autoridades se pondrían de su parte.

El libanés también pidió con anterioridad inspecciones de salubridad. Argumentaba que la presencia de los gallos representaba un foco de infecciones.

—Son gallos de pelea, un veterinario los revisa cada mes —me platicaba Pilar con un tono de exasperación.

Cuando no pudo resolver el conflicto a su favor con las instancias de mediación, el viejo libanés buscó desplegar el poder del dinero. Visitó a la familia de Pilar con la esperanza de llegar a un acuerdo económico un día en que don Luis se encontraba trabajando en una obra. Doña Julia, la mamá de Pilar, lo notó mientras husmeaba en el terreno.

—Diga, ¿qué busca?

—Me dijeron que aquí podía comprar unos gallos.

—Pues le dijeron mal. Ninguno está a la venta.

—¿Cuánto cuesta cada gallo? —preguntó el viejo libanés, a pesar de la negativa.

—Pues depende. Mil, dos mil. Hay algunos gallos de más de cinco mil pesos.

El vecino observó los gallineros. Una franja de jaulas se encontraba pegada a un muro y otras más se acomodaban sobre el techo de la casa. Seguramente más de cien mil pesos le costaría deshacerse de todos los gallos.

—¿Y si los compro todos?

—No creo que mi marido quiera. Además, ¿para qué quiere tantos?

—Para matarlos —le contestó con brusquedad —. Para comerlos.

—Le va a salir muy caro y éstos no saben bien. Son todos gallos de pelea. Su carne es dura.

El libanés cambió de táctica.

—¿Y cuánto saldría comprar todo este terreno? Quiero construir un estacionamiento.

—Uy, no. Pues fíjese que no está a la venta.

El viejo libanés regresó a la nueva Xoco convencido de que con negociaciones no resolvería el problema y adoptó una postura más violenta. Con una pistola de aire comprimido disparó balines contra los gallos.

Don Luis se percató pronto de los gallos heridos. Notó que se portaban de forma extraña y los revisó. No tuvo que ser muy suspicaz para hallar al responsable. El vecino libanés, a quien ya conocía por las quejas, era el único que tenía desde su casa el ángulo necesario para tirarles. Ahora fue él quien inició una demanda.

Don Luis nos contó que en el juicio, el vecino se quejó de que los gallos cantaban tanto de día, como de noche; alegó que él debía levantarse temprano para trabajar y que tenía un hijo que estudiaba en la universidad y requería descansar para rendir bien en la escuela.

—Pues aquí en la casa hay dos que estudian en la universidad, también. Y no se quejan —le comentó doña Julia, refiriéndose a Pilar y a mí.

—Pues sí, ¿verdad? ¿Cómo no se me ocurrió contestarle eso?

Pensé en ese momento que gran parte de la brecha que separa los estratos sociales en México corresponde a la falta de voluntad para conocer la realidad del otro. El viejo libanés daba por supuesto, al ver el terreno don-de vivía la familia de don Luis, que nadie ahí tendría acceso a la educación superior y que por eso vivían en la urbe como si estuvieran en un rancho.


La torre interminable

La falta de integración de la comunidad ha sido una de las principales críticas que han recibido los macroproyectos inmobiliarios en Xoco. Entre ellos, destaca la torre Mitikah. Aunque su nombre intenta aludir de manera torpe a las raíces más antiguas del país, se trata de un proyecto con tintes futuristas. Ocupa catorce hectáreas de extensión y pretende ser el tercer rascacielos más alto de la Ciudad de México, compuesto por negocios, oficinas y departamentos.

Los vecinos sólo han podido vislumbrar las desventajas que les ocasionará —y que ya les ha ocasionado— la construcción: aumento del tráfico, problemas en la distribución del agua, peor servicio de luz. La torre además viola las restricciones en el uso del suelo que impide en la zona la existencia de edificios tan altos.

Como una manera de aminorar las inconformidades, las inmobiliarias han apoyado la fiesta patronal con donaciones. Sin embargo, este gesto no bastaría para expiar las culpas de la construcción de la torre Mitikah, que carga con la responsabilidad de haber dañado la capilla de San Sebastián Mártir.

La construcción de la torre inició desde hace más de ocho años y desde el comienzo estuvo rodeada de irregularidades. La obra tuvo que suspenderse por más de año y medio gracias a la organización de los vecinos, a través de un comité ciudadano, pero en mayo de 2016 se reanudó la construcción, que se encuentra cerca del corazón de Xoco: la iglesia de San Sebastián. Por las dimensiones del proyecto, no se ha podido ignorar. Si se concreta, podría significar el final de Xoco, el barrio, por el potencial impacto en la zona. Oswaldo Mendoza, del Comité de Vecinos de Xoco, ha llevado el caso que todavía no encuentra un desenlace.

Como Xoco, hay otras tantas colonias en la Ciudad de México que sufren por grandes construcciones irregulares. Las inmobiliarias obtienen desde Seduvi permisos que violan restricciones. Los propios vecinos deben iniciar batallas legales para detenerlas.


Xoco mártir

Los habitantes de Xoco han resistido a la tendencia de gentrificación que viven desde hace más de treinta años, cuando comenzaron a edificarse los primeros proyectos de gran envergadura. La Cineteca Nacional se inauguró en 1984; el Centro Comercial Coyoacán, en 1989; la se-de del Imer, en 1993.

La iglesia de San Sebastián y su camposanto — don-de el cuerpo de Belisario Domínguez fue abandonado por mercenarios huertistas— son los últimos vestigios arquitectónicos que dan testimonio de su carácter de pueblo tradicional. Si nombre es destino, para Xoco podemos prever un final agrio.

San Sebastián no murió tras ser atravesado por las saetas, que no tocaron ningún órgano vital. Luego de curarse las heridas, volvió ante el emperador Maximiano para recriminarle sus actos contra los cristianos. El emperador Maximiano lo mandó a azotar hasta la muerte y en esta ocasión ningún milagro lo salvó. De la callada resistencia de los habitantes de Xoco contra las constructoras, ¿habrá un desenlace similar?

Los vecinos mantienen distintas batallas en la actualidad, ya sea para solicitar indemnizaciones por los daños causados a sus viviendas, ya sea para conservar su carácter de pueblo tradicional. A veces ganan; entonces un viejo y cascarrabias libanés debe conformarse con unos tapones en los oídos para evitar el ruido. A veces pierden; entonces las grietas de sus casas se hacen más grandes.

Ya no vivo en Xoco, pero cada vez que camino del metro Coyoacán a la Cineteca, observo la iglesia de San Sebastián. ¿Guardará algún valor cuando todos los habitantes de Xoco, el barrio, se hayan ido?, ¿cuando sólo esté rodeada de personas que consideran las fiestas patronales como expresiones de gente pobre y sin educación? ¿O quedará sepultada, como Tenochtitlán tras la conquista? Un edificio sin nadie que le dé vida es sólo ruinas.


Juan Paulo Pérez Tejada (Puerto de Veracruz, 1988). Estudió Lingüística en la Escuela Nacional de Antropología e Historia y mantuvo un affaire con la Sociología en la UNAM. Trabaja para la Coordinación de Colecciones Universitarias Digitales de la UNAM. Juega ajedrez y pasea en bicicleta.