EL RESEÑARIO / No. 203


 

La imposibilidad del primer mundo



Rodrigo Martínez

 

Sophie La Belle y las ciudades en miniatura
Gisela Heffes
Literal Publishing, 2016.


En un texto publicado en el libro colectivo En primera persona. Testimonios desde la utopía (NED, 2013), Gisela Heffes escribió que las utopías eran idealismos desafortunados. Las utopías implican exclusión. Incluso, conducen hasta el exterminio de los segregados. Las utopías son deseos que resultan inaceptables éticamente. Aunque esta afirmación parece evocar el significado de un relato de Luis Britto precisamente intitulado “Utopía” (Rajatabla, 1970), el argumento de Sophie La Belle y las ciudades en miniatura es una suerte de emanación del mismo, ya que nos sitúa ante una civilización enajenada por sus propios ideales.

Luego de que su hermano mayor es enviado a una “misión secreta” para la Ciudad Continental, Sophie La Belle emprende un proyecto de tesis sobre las ciudades alternativas trabajando en un edificio medieval que restauran sus colegas Reinhart, Gino, Rino e Ingrid. Durante los preparativos de la exposición donde mostrará su obra más preciada, la Ciudad de Ciudades, Sophie comienza a recibir sobres anónimos con fotografías reveladoras. Como si fueran heraldos, las imágenes catalizan pesadillas por las que la protagonista descubre que su entorno ha comenzado a cambiar. Una vez que estas transformaciones alcanzan su círculo afectivo, Sophie toma conciencia del impacto de la utopía.

Aunque la forma de Sophie La Belle y las ciudades en miniatura corresponde con una narración clásica (con intriga de predestinación en la segunda página), el formato de esta edición bilingüe recurre a un libro objeto que incluye un encarte con dieciocho ilustraciones. Las láminas no sólo representan algunas de las ciudades ideadas por la protagonista a partir del referente tan conocido de Italo Calvino (Las ciudades invisibles). Muestran transformaciones de la apariencia. Y aunque las dos versiones de cada ciudad replican la linealidad del relato convencional, la función de los dibujos consiste en plasmar los valores psíquicos del texto. Cada ciudad principia como armonía y culmina como caos. Cada ciudad sugiere que esta “fábula urbana”, como la llamó la propia autora, ocurre en el espacio antes que en el tiempo; de hecho, sucede en el espacio sicológico de Sophie que en algún momento habla de las ciudades miniatura como “mi universo”.

Anecdotario de una interioridad, el libro de Gisela Heffes ensambla un contrapunto entre el espacio exterior de la Ciudad Continental y el espacio interior de la Ciudad de Ciudades y sus numerosas ciudades miniatura. El primer espacio es el “primer mundo”. La región del “discurso correcto”. Se trata de la civilización ideal que ha construido la identidad de los países desarrollados al tiempo que ha difuminado los límites entre naciones. En cambio, las ciudades miniatura son las alternativas que habitan en la mente de Sophie con sus Flores, Lápices, Mariposas, Árboles y Universos. Ciudades miniatura que buscan resolver el dilema de la gran Ciudad Continental: los “muros imperceptibles” de su cartografía política. La utopía como una interioridad que, poco a poco, es invadida por las marginaciones del exterior con la misma lógica que en el cuento “Casa tomada” de Julio Cortázar.

Tras la aparición de las fotografías intrigantes, el argumento del cuento comienza a hacer el viraje que el lector puede advertir en las ilustraciones. La propia protagonista, que es el único personaje más o menos desarrollado de todo el texto, empieza a padecer los síntomas de la tensión entre la ciudad exterior y las ciudades interiores: “Tampoco esa noche Sophie La Belle pudo dormir. La imagen de sus ciudades en miniatura ya no podía contrarrestar el efecto demoledor de la visión de las ciudades en ruina.” Como dice el narrador en este párrafo, imagen y visión constituyen el catalizador más valioso de este libro, ya que la prosa recupera actos sustanciosos y recurre a elipsis hasta revelar que el espacio no sólo es el factor de conflicto, sino también el pretexto para ponderar la dimensión visual de la narración. Imagen mental al fin, Sophie La Belle y las ciudades en miniatura adolece de profundidad en las caracterizaciones porque es sobre todo una metáfora visual narrada con extrema síntesis.

Antes que una fábula, Gisela Heffes pareció concebir un razonamiento que, a la manera de Rebelión en la granja (1945), sustituye los informantes de una realidad verificable o los datos de un contexto histórico concreto, con elementos imaginarios que evocan los síntomas socioeconómicos de la utopía global del mundo contemporáneo. Si George Orwell presentó personajes históricos como genuina la fauna fabulesca, Heffes representó algún lugar entre Francia y Bélgica como la Ciudad Continental; una utopía imaginaria algo parecida a lo que algunos ven como el primer mundo dado por la Europa unificada. Un ideal repentinamente invadido por aquellos que excluyó. Eso explica que las ciudades miniatura de Sophie también atestiguan el paso de las migraciones marginales de todos esos segregados que la Ciudad Continental no quiso albergar.

Dado que estamos ante una metáfora del fracaso humanitario de un tipo de civilización, Sophie La Belle y las ciudades en miniatura es el proceso mental de una to-ma de conciencia. Si su personaje es pasmosamente ingenuo se debe a que su encuentro con las numerosas formas (sombras, vagabundos, harapientos, maleza, pobres) de lo que ella llama paisaje desolador sirve como signo de una revelación. La presunta fábula es un ensayo histórico-político, casi de divulgación, disfrazado de narración. Una prosa más bien reflexiva sobre las carencias éticas del modelo de unificación. Una prosa donde la idea se impone a la forma al evidenciar el argumento del idealismo desafortunado en la simplicidad de la técnica narrativa y sus muchos segmentos expositivos.

Gisela Heffes escribió que, para ella, “la utopía siempre fue sinónimo de derrota”. Porque utopía es imposibilidad. Quizás por eso el nombre de Sophie La Belle pierde poco a poco las letras ante la majestuosidad de la Ciudad Continental; o bien, ante la inmensidad de los numerosos imposibles que encarnan tanto el ideal de una colectividad de naciones en armonía como la alternativa también utópica encarnada en todas esas pequeñas ciudades donde Sophie quiso concretar su propio anhelo. Una ilusión que, como la Ciudad sin Cerrojos, es capaz de condenarte antes que de salvarte.





Rodrigo Martínez (Ciudad de México, 1982). Es maestro en Comunicación y doctor en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM. Ha publicado en las revistas Punto de partida, El Universo del Búho e Icónica. Es profesor de asignatura en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (UNAM) y colaborador de las revistas F.I.L.M.E (www.filmemagazine.mx) y Punto en Línea.