Ocho narradores de San Luis Potosí (1980-1984) / No. 197

Coto de caza 

Ronnie Medellín
Minatitlán, Veracruz, 1984








Días de verano, días de invierno. Para mí todos son iguales. Deseo cambiar de empleo y mandar todo a la mierda.

Saludo al militar de siempre. Hago contacto visual, me reconoce y baja la mirada. Algunas veces he querido cruzar palabra pero no lo tengo permitido.

Algunas veces quiero platicarle de mi vida, invitarle un par de tragos y engatusar a un par de morras. Yo no soy nadie, pero él es militar. Se ve del tipo rudo que no se anda con chingaderas.

El militar baja la mirada y dejo de hacerme ilusiones. Tal vez no quiera conocerme, tal vez ni le importo. Es del tipo rudo que prefiere no cruzar palabra alguna. Él no sabe lo que soy, pero sabe lo que tengo que hacer. Sólo cumple órdenes, si no, ni me saludaba, el cabrón.

No soy nadie, sólo soy un plan. Una artimaña de la Guerra Fría. Ya nadie se acuerda de esa chingadera. Ni yo la recuerdo. Era pequeño. Nixon, Vietnam y Corea. Temas de películas, Rocky fue uno, Rambo fue otro. Pelotón yApocalipsis Now. Pura mierda gringa republicana. Pura cosa efímera, esas que funcionan cuando son necesarias. Ahora son un vil catálogo de películas viejas y del old fashion popular.

No soy nadie, soy un plan. Subo las escaleras pensando en la Guerra Fría. Nunca he ido a Vietnam ni a Corea. Rocky es puto y el Rambo también. Odio la Guerra Fría. Cuento con los dedos que no tengo el número aproximado de mi edad. Estoy borrado, sin identificación del ife se me dificulta saber qué día nací. Nadie celebra mis cumpleaños. Estoy solo y no soy nadie.

Las escaleras tienen esos horribles mosaicos verdes que tanto se usaron en los setenta. Verde jade, ¿cómo putas olvidarlo? Mi ex mujer repetía esa maldita palabra todos los días. Siempre quería ropa de ese color, joyería cara, joyería barata, joyería hippie. Todo era verde hippie. Como el color del cinturón de mi madre cuando me golpeaba. Esos cinturones no eran para humanos, eran para bestias. Nunca se usaban para vestir, sólo para golpear. Eso es lo que soy, una bestia, un golpeado, un golpista. Soy un secreto a voces.

Sigo subiendo las escaleras, me molestan.

Sigo subiendo las escaleras, me molestan las manchas obscuras hechas por el chicle de algún desconsiderado. Verde jade, recuerdo al militar. Un tipo de piel morena, nada feo. De cejas gruesas y ojos pequeños, pienso en lo que tendrá que decirme. ¿Será algo importante? ¿Será un marica? Dicen que hay muchos militares maricas. Dicen que en la guerra cualquier hoyo es trinchera. Él no es feo, pero no parece un marica.

¿Marica? Marica mi padre, un tipo de perfil bajo, sin oportunidad de vivir una vida digna. Heredero de fracaso con herederos fracasados, así, ni más ni menos. Hombre robusto de bajo perfil, enlistado en la marina, con posibles antecedentes penales y de marica. Callado, de pocas palabras, todo un caballero que golpeaba a su esposa e hijos. Un hombre cualquiera. Apolítico, prolífico procrastinador e intolerante a la lactosa. Uno más, pero uno secreto. Como yo. Uno más en una población mediocre y un gobierno represor. ¿Represor? Tonterías, jerga hippie. ¿Ellos qué saben del gobierno? Más que represor es maldito, diabólico, nunca da un paso adelante sin descabezar al otro y pasar arriba de él. ¿Represor? Son puras estupideces hippies, no saben lo que dicen. Esos perros son mártires de sus propias vidas de mierda. Sujetos completamente asexuados, sin pantalones ni pelotas para enfrentar la vida real. Son reyes sin cabeza, pero eso ¿qué más da? Al fin de cuentas son reyes.

¿Cuántos putos escalones llevo?

¿Por qué no puedo subir por el elevador como la gente normal? Debería estar agradecido, detienen todo un edificio para mí solo, para que pueda entrar por la puerta grande. Desactivan cualquier carga de energía. No cámaras, no aparatos, no elevadores. Todo para mí solo.

Detengo mi andar, abro la puerta que me lleva a la azotea.

Un grito de multitudes me detiene. Mi piel se enchina. Tengo una erección. Estoy excitado. Bajo el maletín al suelo. Delante de mí se propagan miles de personas: hombres, mujeres y niños; lamebotas, buscones, mujerzuelas y vendidos; todos por una maldita razón: alabar al ungido. Ladrones, cerdos, capitalistas, fascistas, comunistas. Todos están unidos para abrazar al que ha sido elegido. Un presidente de ciegos, una marioneta con disfunción eréctil. Un rey con un trono de carne, un trono que no es suyo.

Abro el maletín.

Saco el cuerpo del rifle.

Saco la mira.

Olor a nuevo. Arma de uso exclusivo del ejército. Color negro. Un arma hermosa, para hombres que no tienen nombre. Con proyectiles que nunca existieron. El hedor de un arma nueva me excita.

La gente grita y yo coloco la base del rifle.

La gente grita. Me acuesto y coloco el arma en mi hombro. Me he camuflado, si antes no existía, ahora menos. Nadie me ve. Hay otros tiradores en los edificios, militares entrenados, militares con nombre y número, posiblemente me ven, me ignoran, saben mi ubicación, saben lo que tengo que hacer pero no saben quién soy yo. Si preguntaran mi nombre les respondería lo mismo: “no sé quién soy, no tengo ife”. Río un poco, mi corazón se acelera un poco, el cuerpo orquesta una gran fiesta, un recital sin precedentes. Estoy excitado, quiero seguir en este trabajo. Me arrepiento de mis palabras, me arrepiento ante Dios como un hombre sin nombre.

Gente sonriendo. Niños gordos de ojos rasgados. Gente comiendo torta. Gente contenta, gente humilde, gente sin dinero.

La gente de traje corre como en una callejoneada llena de enormes toros con el fin de sobrevivir, con el único objetivo de pisotear y sobrevivir. La gente de traje tiene radios, dicen cosas, nada interesante, sólo claves y vericuetos nada importantes.

La multitud se abre para dar el paso a los toros, a los hombres de traje y al ungido.

Una que otra mujer grita de emoción.

Personas felices.

Personas que preguntan: “¿es Él?”

Personas con miedo y con hambre.

Personas con hijos llorando. Hijos que se quieren largar a ver su caricatura favorita.

Edecanes, mujeres atractivas, mujeres del sistema.

Todos están reunidos en torno a Él. Sonríe, sonrisa falsa. Saluda, saludo falso. Sabe cómo manejar su negocio. Se reconoce como una máquina, no tiene problema alguno. Cobra, que es lo necesario para ser una máquina.

Estoy en el suelo y el rifle sobre el hombro. Me coloco los audífonos y comienza la única canción de mi reproductor. Il trillo del diavolo. Coloco el pequeño interruptor con un led de color rojo, siempre fijado atentamente con mi ojo derecho.

Pienso en la pieza de Tartini. Recuerdo a mi padre. Si él me estuviera viendo ya me hubiera metido la cagotiza de mi vida. “No puedes apuntar, concentrarte y disparar con música en tus audífonos. ¿Qué pasa con las señales? ¿El viento? ¿Cómo te vas a dar cuenta de ello? Idiota.”

Ahora estás muerto. Sonrío. Estoy tan acostumbrado a esto que un poco de música ayuda a relajar mi estado de alerta. Es el soundtrack de mi película.

Mi nombre es “operación coto de caza”, me repito varias veces. Mi identidad es secreta para el pueblo en general, pero conocida para unos cuantos.

El elegido sube al estrado. Sonríe y le apunto. Comienzo a enfocar, observo su sonrisa detenidamente, sus dientes son perfectos. Su atuendo también. Inspecciono en mi memoria en búsqueda de algún recuerdo particular. Todos son iguales. Cada uno de los candidatos, gobernadores y presidentes son iguales. Los años pasan y siguen siendo los mismos de siempre, sujetos seguros de sí mismos, repletos de dinero y rodeados de gente importante. Todos en carros parecidos, algunos varían según la marca, pero todos son iguales. Parece que no saben decir nada más que mentiras, su único oficio es hablar en público. Siempre me dan esa sensación de que al llegar a sus hogares u oficinas se desconectan del mundo, ya no son nadie, esperan a que se prenda un televisor o los lleven a algún lugar público para hablar.

Todos son oradores, sacerdotes oficiando política y nada más. Siempre hablan de un paraíso económico y de un país hermoso. Cosas que hacen falta, pero cosas que ya se tienen. Todos escupen mierda y transmiten miedo.

Él me ve de reojo. Está sudando, se acomoda el cuello discretamente para que no lo vean. Tiene miedo y no es de la gente. Me tiene miedo, cada gota de sudor es un tributo como homenaje a mi constancia. Es el tributo que me llena de consuelo cada noche, esperando a que activen la operación.

Mi operación es coto de caza y lo sabe el elegido. Ha escuchado de mí, pero no me conoce. Fue en la Guerra Fría, amigo, después de Ordaz. Una operación con el poder de destronar a cualquier sujeto que se opusiera a la política dominante. Soy un asesino en potencia que nunca ha asesinado. Espero que ese led rojo comience a brillar para poder cumplir con la misión.

Sigues sudando, sabes que algo anda mal. Sabes que estoy sobre ti, que sigo apuntándote como desde el día en que fuiste elegido presidente, esperando a que digas algo fuera de la norma, esperando a convertirte en un mártir, esperando a cambiar de títere. Eres un coto y nada más.

Está en la mira y espero órdenes, las mismas de hace años, la que nunca he podido cumplir porque nunca se ha necesitado durante mi servicio. Soy un vigilante, tengo el poder en la mano y la cumplo bajo decisiones de otros. Pero soy el que tiene el poder, el rifle, y que yace en los cielos esperando la llamada del señor. El led rojo parpadeando.

He imaginado ese led rojo encendido muchas veces. Disparar con tanta potencia que el proyectil traspase la tapa de los sesos y que éstos salgan volando por todas partes, salpicando impunemente a sus acompañantes. Mirar esa cara de hombre muerto por primera vez, que los agentes salten sobre él tratando de cubrir algo que ya está muerto. Ropas nuevas Versace, manchas de sangre, corbatas manchadas de sesos y gente corriendo por todas partes; soltar el arma y gritar: “yo lo hice y soy un hijo de puta”; esperar a ser detenido, golpeado y llevado ante las cámaras para declarar una sarta de estupideces. Soy famoso, soy una estrella de Hollywood, espero sus biografías no autorizadas y sus películas con recreaciones infantiles para todo público. Codearme con la crema de la crema, dar entrevistas incoherentes como si fuera líder de una secta satánica o de terroristas en pro de la nación.

Ha nacido un héroe y ha muerto un represor.

Calma, muchacho, calma. Siempre sucede lo mismo, una erección onírica al estar apuntando a un elegido. Nunca sucede nada. Calma, mejor conviértete en un asesino en serie, nadie sospecharía de ti. No tienes ife, no eres nadie. Eres un plan, eres el heredero de un plan de la Guerra Fría, de un proyecto más. No eres nadie, cualquiera con tu adiestramiento puede remplazarte, no conoces la muerte. No sabes nada, no tienes mujer ni hijos. El militar de allá afuera nunca platicará contigo.

—Código rojo.

—¿Qué dijiste imbécil? ¿Qué sucede?

—Código rojo, el led se prendió.

Una gota de sudor sale disparada de mi frente al pecho.

Mi pulso se acelera. Tengo una erección. Esto no puede estar pasando.

El led vuelve a prender parpadeando una y otra vez.

Regreso la mirada, apunto de nuevo y coloco mi dedo en el gatillo.

¿Por eso estabas nervioso? Sabías que ibas a morir. Quieres ser un mártir, un verdadero elegido. ¿Cuántos años tienes? ¿Treinta y tres?

Mi piel se eriza. Trago saliva y un olor a pólvora se esconde en mis fosas nasales. Recuerdo la Guerra Fría en el Canal 5. Recuerdo a Rocky y a Rambo. La guerra de Corea en un par de documentales y siento que mi padre dice algo pero no le presto atención, él está muerto.

Aprieto poco a poco el gatillo. El presidente está en la mira. Es un títere y él lo sabe. Es solamente un coto de caza y no representa nada. El destino de una nación está en mis manos. Algunos lo quieren ver muerto, pero no entienden que como mártir es mucho más peligroso. No entienden que es un simple coto de caza.



Del libro Asesinos accidentes (Pictographia Editorial-Conaculta-INBA, 2013).

Ronnie Medellín. Narrador y ensayista. Estudió la licenciatura en Antropología en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Textos suyos han aparecido en diferentes revistas y antologías nacionales. Es autor deAsesinos accidentes (Pictographia Editorial-Conaculta/inba, 2013) e Instantes de muerte (Editorial Torbellino, 2014).