TRECE NARRADORES DE CHIAPAS (1978-1994)/No. 196


 

Rutina



Cynthia Paola de los Santos

Tonalá, 1984

 

Recostada sobre la cama posó su mirada en el travesaño de madera de la casa donde rentaba. Sintió el olor de la basura que los perros removían en la esquina de Iturbide y Zaragoza, muy cerca de la terminal de autobuses que hacía pocos días la vio llegar de la Ciudad de México. Se había cansado de vivir, de la apariencia de hombres mediocres jugando a ser humanos, de las mujeres de cara pintada y corazón podrido, de las vanidades de los adolescentes y de las tenderas sin coca cola; del café expreso sin aroma y la monotonía de hacer el amor antes de dormir y al abrir los ojos por la mañana.

Los días tenían el color de las miradas juzgando cada centímetro de su cuerpo pálido, corroído por el calor que expiraba tantos sueños putrefactos. “Significaría más vivir en Comala que en esta casa carcomida por el tiempo” pensó. Se echó la sábana encima, apagó la radio y con otro control remoto apagó la televisión. Hubiera hecho lo mismo con la computadora, pero ésta no hacía ruido. Odiaba el protocolo del himno nacional llamando a la guerra, “maldita guerra sin armas”, se dijo. “Preferible amanecer escuchando un poema de Baudelaire”, y se puso a soñar que subía una escalera, no como la de Córtazar, sino la misma que le aventaba San Pedro antes de entrar a una casa grande, y tomar una copa de clericó en compañía de una mujer que le agradaba, Magdalena su nombre.

Respiró hondo. La misma idea de siempre: colgarse del travesaño de madera que sostiene el tejado de la casa que ahora renta. Morirse un rato y luego revivir para seguir muriendo. Horas más tarde escucha al teléfono la voz de una mujer: “Prima, creo que necesitas ir a ver un psicólogo, te va a ayudar.” “¿Un psicólogo?”, le asustó la idea. Un psicólogo la haría ser una mujer de traje sastre en algún ayuntamiento municipal, o profesora universitaria, tal vez, haría citas textuales de los investigadores becarios del Sistema y hasta se enamoraría de un burócrata, les haría creer a las madres feligresas que son los mejores modelos de mujer, y hasta encontraría belleza en los libros de pasta dura que edita la Iglesia. La idea de un psicólogo la asusta, le atormenta, dejaría de ser ella y entonces sí cabría la posibilidad de colgarse del travesaño más fuerte. “No, prefiero seguir en la monotonía y cuando me canse de habitar entre estos hombres, sacar a tirar la basura.”

Por eso cada mañana ingiere tragos de café agrio, galletas importadas, y respira los recuerdos del aroma del turulete. No puede comerlo porque la abuela ya se murió y no hay quien muela el maíz, mientras la madre, joven aún, recita un salmo en alguna capilla.

El paquete de cigarros en la mesa de noche le recordó a una mujer que conoció años atrás en la Ciudad de México. Estela su nombre. Había llegado de Bolivia con la intención de estudiar medicina.

Una tarde-noche, la mujer boliviana se había sentado en un café. Frente a ella un grupo de predicadores le pidió un poco de su tiempo. Estela les inventó una historia de putitas y gitanas. Les habló de su vida en las calles venezolanas, de su inquietud por salvar a la madre enferma y de la muerte de ésta poco después de dejarla sin nada, embargada en deudas y pendencias espirituales. Les habló de la necesidad de Dios y con un poco de su enfermedad fingió muy bien su depresión y su llanto.

Una de las mujeres predicadoras leyó capítulos completos de la Biblia. Estela secó el agua de sus ojos y antes de terminar de leer el libro de Ruth dijo que quería pertenecer a la Iglesia. Por eso le mandan, mes con mes, una mensualidad para estudiar medicina en aquella ciudad, por eso Estela tiene para comprar cigarrillos, tomar café frente a un Walmart, pasear por el metro Balderas, comer sopes en el Desierto de los Leones y de vez en cuando visitar Bellas Artes, hasta depositar una moneda y cooperar con los cilindreros.

Pero a Estela no le importa la mujer con la que comparte su cuarto, no le importa ella que ahora sigue viendo el trozo de madera sosteniendo el techo de la casa, ella, que a ratos tuvo ganas de meterse en el camión de la basura, de tirarse en los basureros de la unidad habitacional y esperar que un pordiosero se vuelva su amigo para soñar ambos que suben una escalera; donde mujeres catedráticas de la unam hacen ejercicios bajo la ventana que la habita a ella, a ella que las mira, seis pisos arriba, y les avienta el humo de su boca.

Por eso se queda en la cama. Afuera una guerra se prepara. A los otros poco les importa la vida de ella que intenta escribir, de poco o nada sirve que recite una oración y que escuche a los niños poco antes de que se corten las venas, por eso se da la vuelta, prende el televisor con música de Bob Marley y se pone a soñar.

Llegó a Tonalá porque quiso soñar con él pensando que las mujeres bolivianas se quedan en Bolivia, que la basura sólo se encuentra en la Ciudad de México y que los burócratas son de otro país. Abrazó el recuerdo de aquel hombre con la única intención de abrazar la ingenuidad porque sabía que en los pueblos aún obedecen las leyes del corazón y las ideologías políticas de los hombres de bien.

Sin embargo, más de una vez había comprobado que eso no era cierto. Más de una noche un par de cuervos le escarbaban los sentimientos cándidos que la caracterizaban. Y antes de que en su pensamiento pasara la idea de matarlos a todos de una u otra forma, fue mejor levantarse y colgarse del travesaño, sin decir palabras; y caminó en una peregrinación acompañada del aullido de los perros que llevan al mar.
 

 

 

 

Inédito.
 

Cynthia Paola de los Santos. Fue becaria del Fonca en 2007. Asistió a los talleres de Rafael Ramírez Heredia y José Martínez Torres en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, y de Marco Aurelio Carballo en Tapachula. Actualmente es profesora en la Universidad Intercultural del Estado de Tabasco.