TRECE NARRADORES DE CHIAPAS (1978-1994)/No. 196


 

El pacto



Ornán Gómez

Tuxtla Gutiérrez, 1980

 

Un dolor en el abdomen lo despertó, pero Adán no halló golpe alguno. Dormí mal, se dijo. Hizo sentadillas para desentumecer los músculos, y luego paseó por el edén que era un valle resplandeciente. El cielo tenía un azul intenso y en el aire se percibía el delicado aroma a flores silvestres y a tierra recién hecha.

Adán caminaba orgulloso y miró despectivo a una serpiente alada que descansaba sobre el pasto. El reptil, en venganza, le mostró su lengua bífida. El primer hombre de la creación deseó arrancarle las alas por igualada. Sin embargo, continuó el paseo.

Topó con un arroyo donde nadaban peces de colores, lo cual maravilló al primer hombre. En el fondo del agua descubrió su imagen. Contempló sus piernas largas, fuertes y torneadas. Después observó la cintura estrecha y ágil. Le seguía un abdomen macizo. Más arriba, el torso como coraza. Empuñó las manos y sintió la fuerza recorriendo sus músculos. Soy hermoso, se dijo, al notar la blancura del rostro contrastando con sus ojos azules. Aún seguía observándose cuando reparó que entre las piernas colgaba un pedazo de carne alargado, acompañado de un par de bolas semejantes a huevos de pava. ¿Qué haré con esto?, se preguntó.

Con la mano acarició aquel miembro que se irguió como serpiente ante el peligro. Adán descubrió que con cada caricia, el miembro le generaba sensaciones que aceleraban su respiración. También notó que toda su fuerza se concentraba allí, por lo que empezó a manipularlo con ansiedad. Después de unos minutos sintió una punzada en el abdomen, mientras un líquido blancuzco emergió de aquella cabeza rosada, dejando al primer hombre con los ojos en blanco. Luego vinieron los sentimientos de culpa, pero Adán había descubierto la masturbación y supo que era buena.

**


Despertó melancólico. La causa se originó la tarde anterior, después de nombrar a los animales. Volvía a la cueva cuando observó que los machos cortejaban a las hembras. Buscó a su alrededor, pero ninguna bestia se parecía a él.

Llamaron su atención el caballo y la yegua. La hembra mordisqueaba pasto mientras el corcel negro trotaba a su alrededor. Ésta le propinó un par de patadas que el caballo resistió sin relinchar. Con las coces, el deseo sexual del potro aumentó, pues de entre sus patas traseras apareció aquel miembro largo que el garañón golpeteó contra la barriga. Adán vio que la yegua no quitaba los ojos del armamento y quizá, pensó el padre de la humanidad, hasta sonrió coqueta. El caballo se acercó a la hembra y le mordió el cuello. Luego, impulsándose con los cuartos traseros y apoyándose con los delanteros en el lomo de la yegua, le encajó el miembro. La hembra se limitó a mordisquear más pasto, mientras el caballo satisfacía sus instintos de reproducción. Segundos después, el corcel eyaculó un líquido lechoso que al padre de la humanidad se le antojó repulsivo. Después de contemplar la escena, Adán siguió su camino.

Cuando más apesadumbrado estaba, miró a Dios, un anciano de cabellos blancos, que venía del oriente. Adán sintió pena por el viejo de piel rugosa. Se veía débil e indefenso. Le acercó una piedra para que descansara.

—Te noto triste —dijo Dios, jadeante.

Adán contempló el crepúsculo del amanecer, mientras Dios encendía un cigarro.

—Dime qué pasa. Cuéntame todo que soy tu padre. Te sientes solo, ¿no es así?

Adán asintió de mala gana. Luego musitó:

—Ayer vi al caballo montando a la yegua.

El anciano se carcajeó.

—Así que es eso —dijo—. Mira, si decidí mandarte solo es porque no necesitas más. Bueno, espera —tosió el anciano—, todos necesitan algo.

Adán observó a Dios con curiosidad. ¿Cómo lo arreglará?, pensó.

—A los animales les di una pareja y a ti no, pero eso puedo arreglarlo. Sólo tienes que prometer que llevarás el control. A la que te daré por compañera la llamarás Eva, y por naturaleza es astuta. Yo no confío en ella. Es más fácil entendernos entre nosotros los hombres.

Adán no entendía.

—Explícate, padre, que no entiendo.

Dios respondió de mala gana:

—Quiero decir que la mujer es imprescindible para el hombre, aunque sea su destrucción. Si te la doy te encargarás de ella. Llevarás las riendas de la relación y sólo tú, óyeme bien, deberás decidir. Si aceptas esta condición, te doy con gusto una pareja.

Adán aceptó el trato con alegría. Cuando el anciano terminó el cigarrillo, le pidió que se acercara. Frente a Dios, el primer hombre de la creación se arrodilló, pero cuando iba a tocar la tierra con la frente, sintió el trancazo en la nuca. Después sólo escuchó, muy a lo lejos, una voz que decía:

—Cuando despiertes, hijo, tendrás lo que tanto deseas —luego se desmayó.
 

***


Adán despertó adolorido. Recordó las palabras del viejo: “tendrás que buscarla”, pero no sabía por dónde empezar. ¡Que madrazo!, se quejó al recordar el golpe del anciano. El viejo es imprevisible, se dijo. Aparece cuando no es menester y desaparece cuando se le necesita.

Mientras buscaba, el roce de los testículos le propició una erección, así que se detuvo a la sombra de un roble para masturbarse. Estaba en ello cuando oyó una risita que provenía del lago. Se levantó del suelo, temeroso. Se acercó y la vio.

Eva jugaba en el agua con un par de cisnes blancos. Sus ojos verdes tenían la inocencia de un recién nacido. Más allá del lago, un montón de mariposas revoloteaban sobre las flores. A un costado, los animales pastaban. Adán reconoció al león y al tigre, agazapados para la caza. A su lado vio a la misma serpiente con quien días antes se disgustara. Le sonrió amable, pero el reptil, de nuevo, le mostró su lengua bífida como en una sonrisa irónica. Luego echó a volar.

En tanto, Eva se observaba en el agua. Su pelo rubio ensortijado se desparramaba sobre los hombros estrechos. Sus dientes blancos hacían juego con la nariz afilada. Sus pechos, como frutos maduros, se le antojaron a Adán exquisitos. Seguía un vientre plano. Luego apreció sus nalgas redondas en el reflejo del agua.

Salió del lago y caminó inocente por la orilla. A su paso descubrió animales que la saludaron con graznidos, rugidos, siseos y cantos; sin embargo, no halló a nadie parecido a ella. Entonces recordó al anciano que dijo:

—Alguien vendrá a tu encuentro, pero no debes ceder a sus caprichos. ¡Te resistirás! —le ordenó el viejecito mientras encendía un cigarro y se alejaba caminando hacia occidente.

Eva volvió sobre sus pasos. Adán llegaría en cualquier momento.

El padre de la humanidad tuvo otra erección. Eva observaba de un lugar a otro. Seguro me espera, pensó Adán. Recordó la escena del caballo y la yegua y decidió actuar.

— ¡Mujer! —gritó avanzando hacia ella.

Eva vio el pene erecto y olvidó las recomendaciones del anciano. Se lamió los labios y en sus ojos apareció una mirada de gata en celo. Al encontrarse de frente, Adán la tomó de la cintura y la besó agresivo. Eva respondió con la misma fiereza. Las lenguas se enlazaron como serpientes en una pelea a muerte. Ella lo tomó del cabello y arañó su espalda. Después se tumbaron sobre el pasto. Adán probó a mordiscos los pechos de Eva y ésta, con las mejillas encendidas, decidió probar aquella verga que palpitaba sobre su vientre. Adán se contorsionó y pensó que aquello era bueno y debían practicarlo a cada momento. Luego acomodó a Eva en cuatro patas y observó, por unos segundos, las nalgas redondas. Cuando la penetró, Eva aulló de placer. Después de unos minutos, ambos descansaban extasiados sobre la hierba e hicieron un pacto. Eva podía hacer lo que deseara, siempre que Adán la penetrara cuando quisiera.
 

****


Cerca de allí, sobre las ramas de un árbol, la serpiente y Dios bisbiseaban. El creador del universo movía los brazos con brusquedad, mientras que la serpiente siseaba como pidiendo calma. Después de unos minutos parecieron ponerse de acuerdo. Con la mirada fija en la pareja recién fromada, creador y serpiente se unieron en un solo cuerpo, pues era momento de crear otro mundo.

 

 

 

Publicado en la revista Delatripa, núm. 21, enero de 2016.

Ornán Gómez. Es autor de En busca de la palabra (Secretaría de Educación de Tuxtla Gutiérrez, 2010) y de Miedo en la sangre. Notas para salvar el alma (Coneculta Chiapas/ Morbo Ediciones, 2015). Es miembro del Programa Nacional de Salas de Lectura de la Secretaría de Cultura y delegado en Chiapas de la Academia Mexicana de la Literatura Moderna por su labor en la promoción de la lectura. Se desempeña como profesor de Telesecundaria y forma parte del consejo editorial de Morbo.