NUEVE POETAS DE EL SALVADOR (1979-1986) /No. 195

 

Roxana Méndez



San Salvador, 1979

 
 
El instante, la vida

He tenido una buena vida:
una guerra de diez años
y tres terremotos
que echaron abajo la ciudad
y cumplieron la profecía
de la abuela,
quien meses antes
nos había anunciado
la destrucción terrible
con una voz que era la misma
con la que nos contaba
los dulces cuentos
donde todo era del color
de las avellanas secas.

Pero he tenido una buena vida,
apacible, sentada
a la mesa en el patio,
o escondida
entre los sacos de maíz,
a la espera que las detonaciones
cesaran, que las voces
cesaran, en la oscuridad
donde el mosquito
era un murmullo
que me hacía dormir.
El mosquito cuya picadura
no causaba la muerte.

01-mendez.jpg Pero he tenido una vida buena,
un amor de mil años
verdadero y brillante
como oro que ha adquirido
la forma de un broche,
un búho de grandes
ojos blancos,
prendido siempre
bajo mi blusa, y por ello
una gota de sangre
es lo que queda
del pasado, una gota
suspendida
como un planeta frío.

Pero he tenido una buena vida,
una vida donde la guerra
y el amor
han durado
los mismos años.
Una donde la muerte
me ha visitado poco,
y donde he visto el mundo
y he escuchado
los sonidos de las grandes
aguas y los enormes
valles, donde los cascos
del caballo criollo
y el venado me muestran
su extraña diferencia.
He visto y olvidado
lo que he visto
y vuelto a asombrarme
con lo que había sido
asombro una vez.
No me quejo.
Las aguas siguen
abrazando mis pies,
aferradas con toda su tibieza a la brevedad que poseo.

 

                                                                                       (Inédito.)






Presagio de la guerra

                                                                          Por la tarde resuenan en los bosques otoñales
                                                                          las mortíferas armas, y en las llanuras áureas
                                                                          y en los lagos azules rueda el sol más oscuro

                                                                                                                            Georg Trakl


El silencio es una gota a punto de romperse
contra el suelo de piedra.

Detrás de las cortinas
pareciera que la vida se esconde
en el humo de velas que acaban de apagarse.

Lo que acecha en el bosque
es una voz sombría que avanza entre las hojas:
sílabas pronunciadas por hombres sin destino
que devoran la niebla.

El frío se avecina a esta casa que es una cicatriz
de lo que antes fue el sueño de una joven mujer.

Hoy la muerte deambula en los rincones
y se encuentra susurros que se escapan
y confunde siluetas en todas las esquinas.

Adentro, el miedo transita por la noche
como la oscuridad que se adentra en el pozo.
Afuera, el odio una vez contenido
se desata en el viento como una tempestad.

(Inédito.)

Las otras

La niña que fui besa mis labios.
Me muestra un muelle, 
un mar, un puerto, un faro.

Me enseña a deslizarme por la arena.
Y me cierra los ojos,
y veo su presente, mi pasado.

Lo que mira esta niña
es lo que yo he olvidado.

La calle que camina
bajo mis pies existe como un rastro.

Si la veo alejarse
veo mi nacimiento, mi legado.

La anciana que seré me da la mano.
Una mano de fuego.
Una piedra de fuego con forma de una mano.

Atrás la brisa inmensa es una voz,
y el invierno en los árboles
suena como un susurro
que imitara un aplauso.

Y le muestro una casa, un muelle,
un puerto, un mar, un faro.

Lo que ha dejado atrás es lo que espero.
Mi casa llena,
su mundo desolado.

(Inédito.)



En el margen del cielo

Como un día de invierno
dejado atrás pero aún mío,
tu nombre yace en mis labios
como un archipiélago
sobre un mar rojo,

y cuando hablo
cualquier idioma del mundo
mi aliento te roza
como la luz más lenta del otoño
cuando pule
el contorno de las hojas.

02-mendez.jpgHe visto demasiados occidentes.

La jirafa y el león
escucharon mi voz
y volvieron a mirar.
Mi sombra se estiró
hasta alcanzar sus sombras
y nuestros ojos se encontraron
en el centro de la sabana
y del mundo
y en esos ojos míos
también estaba tu imagen,
tatuada en mi pupila
como un relámpago en la oscuridad.

Toqué la piedra de mil años,
se sumergió mi pie
bajo siete mares distintos,
y aunque me fui
permanecí
en el mismo sitio siempre,
encerrada en el margen
de ese cielo semejante a tus labios.

Como un día de invierno o de verano,
tu cuerpo es mi horizonte,
el límite infinito
de mis ojos cerrados.

                                                                  (De El cielo en la ventana, Valparaíso Ediciones, 2012.)

 



 


Roxana Méndez. Actualmente cursa el máster en Literatura Española e Hispanoamericana en la Universidad de Barcelona. Ha publicado los libros Memoria (Universidad Tecnológica, 2004), Mnemosine (DPI, 2008), reeditado en Suecia en 2011; El cielo en la ventana (Valparaíso Ediciones, 2012) y Clara y Clarissa (Alfaguara Infantil, 2012). Su obra ha sido antologada en España por la editorial Visor y en México por el Fondo de Cultura Económica y la Universidad Nacional Autónoma de México. En 2012 obtuvo el Premio Alhambra de Poesía Americana para obra inédita en Granada, España.