EDITORIAL / No. 194



 

El compromiso asumido por Punto de partida de producir un número especial dedicado al país invitado a la fil Guadalajara se ha convertido en una oportunidad, tanto para el público lector como para nosotros edito-res, de conocer nuevas literaturas compiladas según el criterio de autores pertenecientes a la misma generación antologada. Es el caso de esta muestra de poesía británica preparada por la poeta y traductora Juana Adcock, con la cual nos sumamos a las tantas actividades que han acercado a México y el Reino Unido este año que termina. Para abrir la revista, en la sección Del Árbol Genealógico contamos con la generosa colaboración de Sir Andrew Motion, quien comparte un poema de su libro Peace Talks —publicado este año por Faber & Faber—, traducido al español, al igual que esta anto-logía, por Adcock. Al poeta y a la editorial reiteramos nuestro agradecimiento.

En cuanto a la selección que ocupa estas páginas, la antóloga recorrió, como ella misma narra en su texto introductorio, el camino forzoso de toda muestra que se respete, y luego de muchas lecturas se decantó por estos diez autores nacidos entre 1975 y 1986, que cumplen ciertos criterios rectores: el marco generacional, al menos un libro publicado y un cierto distanciamiento con la academia. Aparte de estas premisas, Adcock se dejó llevar por los hechos vividos en esos días en Europa, es decir, por el golpe a las buenas conciencias que representó la difusión en medios y redes sociales de imágenes que evidenciaban la grave situación de miles de migrantes huyendo en masa hacia un “mundo mejor” que en muchos casos les cerraba las puertas. Y aunque consciente, como ella afirma, de que la poesía no necesariamente debe cumplir una función política, la reflexión sobre esta realidad la condujo a la selección que hoy tenemos frente a nosotros: un grupo de poetas, hombres y mujeres, cuya obra es todo menos un “cruzarse de brazos”; cuyos poemas, según las palabras de la antóloga, “revelan el absurdo de las relaciones de poder en la experiencia contemporánea”.

Así, encontramos en la muestra diez voces que tocan, unas de forma literal, otras tangencialmente, temas como el poder, la violencia de género, el sometimiento, el colonialismo, la crisis económica. Algunos se aproximan a la experiencia con un lenguaje suave y en contraste despiadado, como es el caso de Emily Berry en su magnífico “Manual de corsetería”; dan voz a la clase trabajadora, como William Letford en su serie de poemas dedicados a la construcción, o retratan, como Sam Riviere, una crisis de recortes presupuestales que, guardada la debida distancia, es nuestro pan de cada día.

En un lenguaje más críptico nos topamos con el tono íntimo de Jen Hadfield, o la voz hermética de Sandeep Parmar, que a manera de oración exorcisa el caos con atisbos casi de corte surrealista; o la dureza de “Aunque no me conoces, mi nombre es Patricia”, de Heather Phillipson, con versos que se antojan un verdadero reto para la traducción. Por otra parte, Jack Underwood nos trae de regreso con un dejo cotidiano, en cierta medida triste, y da voz a las cosas que hacen el día a día: la cebolla, el bistec, la tristeza, la muerte.

Oli Hazzard sorprende con un interesante trabajo de experimentación sobre la forma poética, reinterpreta estructuras como el pantoum malayo u ofrece un, digamos, antipoema: si la palabra es la materia de la poesía, él se vale de aquélla para describir lo que no puede nombrar en “La inhabilidad para recordar la palabra precisa para algo”. Quizá sea el jamaiquino Kei Miller el más directo en la denuncia de las relaciones de poder, al evidenciar el absurdo de la ley colonial o al hacer de Ricitos de Oro una metáfora del despojo en su pieza “Topónimo”. Finalmente, Tara Berguin deja un sabor amargo con sus lapidarias preguntas, con una de las cuales me quedo: “¿Soy completamente responsable de lo que hago con el tiempo, o no en lo absoluto, o en parte?” Me atrevo a decir que los poetas que integran esta selección se saben responsables de lo que hacen, como se sabe también la antóloga, a quien debemos una muestra —y una traducción— por demás rotunda e incluyente.

Para cerrar este comentario, quiero agradecer especialmente a los poetas y a las editoriales que de manera generosa nos permitieron la reproducción de este material, y hacer una mención especial al trabajo de los artistas visuales Jessica Susan Higgins y Matthew Walkerdine, cuya obra en gráfica digital dialoga con los poemas y ocupa nuestra portada. Muchas gracias.

 

Carmina Estrada