EL RESEÑARIO / No. 191


 

Una luna para los malnacidos: lo contemporáneo de lo entrañable



Robin Myers


 

Una luna para los malnacidos
Eugene O'Neil
Dirección: Mario Espinosa
Foro Sor Juana Inés de la Cruzz, CCU

 

17-mejia.jpgCiertos dramas, como seres que la naturaleza ha privilegiado, ven pasar el tiempo en incontables lecturas y representaciones, sin perder por ello la fuerza vital con que fueron concebidos. Son universos imperfectos, o como decía Arthur Miller “accidentales”, reflejo y síntesis del alma humana, casi siempre atormentada. Así sucede de nuevo, y al mismo tiempo por primera vez, con Una luna para los malnacidos, obra que pertenece al último ciclo creativo de Eugene O’Neill —quizá el más personal y laberíntico—, cuyo germen ya se vislumbraba en Largo viaje hacia la noche, y que representa la letra, la palabra, la voz dolorosa de reivindicación para Jamie O’Neill, su hermano mayor.

El foro Sor Juana, con ese aire de maternal intimidad, es el lugar elegido para contener dos universos que se revelan y complementan al mismo tiempo: el del hombre y el del mito. Mario Espinosa y un sólido equipo de creativos asumen dicho ejercicio de autoexploración, logran de forma magistral crear la verdad artística y la capturan en un instante de comunión.

La historia explora la búsqueda humana de consuelo universal ante un pasado que se vuelve presente y futuro. Jim Tyrone apuesta la última esperanza de decir “perdón” a su madre muerta en la imagen de Josie Hogan, una mujer que resalta por ser tan distinta a aquellas señoritas de Broadway con las que tantas noches vacías ha pasado. Y, como si de un jugador al borde de la bancarrota se tratase, Jim deja caer sus dados en una cita en la que se cuelan dos invitados: la luna y el alcohol. ¿A cuál de los dos representa el espectador? A ambos seguramente.

Espinosa apuesta a su vez por una escenificación en la que el personaje y el actor estén tan desnudos dramáticamente hablando como sea posible, volviéndose la gama de caras humanas el principal recurso y eje motor. Apenas el espectador da un paso hacia su butaca y contempla la sobria escenografía (ficción desde el primer vistazo) de Gloria Carrasco, llega la sensación de que algo insondable ya ha iniciado. El espacio circular invita a buscar un centro, contenido por los últimos suspiros de un viejo árbol. “Ahí va a nacer algo”, susurra el diseño. El vestuario, a cargo de Enrique Jiménez e Israel Ayala, es una extensión del estado anímico y físico del personaje, mientras que el diseño sonoro es una reverberación dentro del plano mítico que anuncia, a modo del teatro griego, la inminencia del caos y la desolación. Por su parte, el texto, a cargo de Humberto Pérez Mortera, captura el lenguaje de los personajes de O’Neill y lo hace reconocible en tiempo y forma al espectador. Además escoge, entre los títulos posibles, el más apto para el espíritu de esta escenificación.

18-mejia.jpgLas interpretaciones hablan de un trabajo de introspección comprometido. Los actores permiten que la realidad de la palabra transformada en acción los abarque para, llegado el momento indicado, dejar que se manifieste en un grito, en una risa huérfana, en el único llanto de Jim a la luz de la luna, un llanto de expiación en el que muere durmiendo y renace sabiendo que el descanso sólo será eterno en la tumba, pero que en adelante será menor la carga. Karina Gidi se muestra imponente y frágil al mismo tiempo, encantadora con su cuidada corporalidad, que insinúa una profunda ternura detrás de la educación que ha recibido de su padre; irresistible y bondadosa en el llanto contagioso que precede al último adiós a Tyrone. Patricio Castillo es el encargado de llevar el ritmo de acción en la primera mitad de la obra y encuentra la risa del espectador sin buscarla, así como encuentra su reconciliación. José Juan Sánchez, en el papel de Harder, revela la problemática aparente de los Hogan, ante la problemática real del hombre, y aunque pequeña su intervención, cumple con el objetivo. Y Rodolfo Arias nos presenta de manera portentosa a un alcohólico a punto de la última caída y con la fuerza de la última pasión; una cátedra total.

Tan conmovedor resulta que Espinosa nos muestre un espejo firme para la memoria de lo que llevamos dentro.

 

 


Uriel Mejía Vidal (Estado de México, 1990). Licenciado en Literatura Dramática por la UNAM. Es fundador de la compañía teatral Donaukinder Teatro, con la que actualmente lleva a escena La orquesta de señoritas, de Anouilh. Ha incursionado como dramaturgo con obras como La ruptura del cristal (Anónimo drama, 2011), Al fondo una paloma vuela, obra escrita especialmente con motivo del día de la paz y la no violencia, El inmortal viaje de Ariadna (Facultad de Filosofía y Letras, 2012) y La voluntad de los hilos (Foro La Mueca, 2012). Actualmente trabaja como redactor en el portal digital ElDizque.com y como profesor de literatura.