EL RESEÑARIO / No. 191


 

Notas sobre Arcadian Boutique, de Mara Pastor



Robin Myers


 

Arcadian Boutique
Mara Pastor, Ediciones Punto de partida, 2014


portada-arcadian.jpg Hay una afirmación del poeta estadounidense Christian Wiman que dice así: “[N]o puedes pasar la vida cuestionando si el lenguaje puede representar la realidad. En algún punto u otro tienes que creer que las deficiencias de las palabras que usas serán trascendidas por la fe con la que las usas.”

A mi parecer, las palabras claves aquí son deficiencias y fe. No es que el lenguaje nos sea suficiente para hacer lo que queremos hacer con él, porque muy pocas veces lo es; no es que las palabras en sí nos satisfagan o nos llenen, porque no necesariamente lo hacen. Pero son lo que tenemos. Y al aceptar eso —al tener fe, en primer lugar, en el hecho de que sí las tenemos, y luego en el hecho de que sí las podemos usar para hacer algo que nos alimente— aceptamos también la posibilidad de establecer un vínculo real con el mundo que nos rodea al intentar hablarlo, escribirlo y vivirlo a través del lenguaje, con todo y las limitaciones que esto implica.

Pienso en las palabras de Wiman al leer Arcadian Boutique, el más reciente poemario de la puertorriqueña Mara Pastor (1980), un luminoso libro que va explorando, entre muchas otras cosas, las limitaciones de las palabras como una sustancia real, como algo que nos nutre a pesar de todo. Es decir, es un libro que existe, con sus ojos bien abiertos, entre las tensiones generativas que encontramos en la afirmación de Wiman. Cito unos fragmentos del poema “Líquida”
 

Regar no arropa / lo que debe / agradecer la planta / si la riegas. // Planta no parece / la manera adecuada / de nombrar todo / el verde de las hojas. // […] // Qué maroma / inventarse un verbo, / que haga justicia / a su accidente. (pp. 17-18)


Este poema, así como los demás de Arcadian Boutique, se acerca con atención, con cuidado y con cariño tanto al accidente como a la justicia. El libro contiene poemas de viajes, de casas habitadas y recordadas, de álbumes familiares, de conversaciones entre amantes, de niños observados desde la ventana mientras juegan, de cicatrices adquiridas en la infancia que se vuelven a enrojecer muchos años después. Son poemas de encuentros, de puntos de contacto entre seres que se tocan, se hablan, se recuerdan. Lo que surge cuando lo hacen puede ser un eco, un parpadeo, una imagen con lo momentáneo y lo espontáneo de una foto Polaroid.

En un poema como “Moho”, Mara va narrando escenas fragmentarias de un paisaje, un país y una infancia, desenrollando largas listas de cosas y lugares que nos llegan y nos escapan como si las miráramos a través de un coche en movimiento
 

En los carros mohosos se hicieron pequeñas revoluciones / amorosas y escolares, pronuncié correctamente la palabra periódico, / conduje rápido por las autopistas y la ruta panorámica, / me escapé al grito de Lares y a veces vi fantasmas. (p. 50)


Este poema nos da vistazos que forman parte de un todo que nunca alcanzamos a ver como un ente íntegro, sólido. Y, ¿a poco no vemos así al mundo en general, dejando que nos pase, que se derrame sobre nosotros, y que se nos aparezca en esos destellitos que suben hasta la superficie de la corriente antes de desvanecerse de nuevo? La corriente que dirige este poema es rápida, imprevisible, narrada por un “yo” poético que brinca entre momentos dispersos y edades inciertas, viviendo las pequeñas revoluciones —un juego de palabras que se puede referir tanto al movimiento de las ruedas como a los cambios vitales— a veces como pasajera en el asiento trasero y a veces como conductora.

Pronuncié correctamente la palabra periódico, dice este poema: volvemos de nuevo al lenguaje, al impulso de situarnos en el mundo a través de lo que sabemos decir. Los niños, al aprender a hablar y luego a decir palabras cada vez más complejas, aprenden nuevas formas de estar en un entorno que van aprendiendo cómo percibir. En los poemas de Mara se registra esa percepción, ese aprendizaje y esas palabras como acontecimientos, como contacto físico, experiencia visible. Al mismo tiempo, los poemas nos recuerdan que todos esos sucesos también se van: porque se van disolviendo dentro de todo el resto de lo que somos.

Aquí pasa algo curioso. En general, la disolución nos preocupa. El olvido nos llena de ansiedad. Lo que no dura, o sea, casi todo —los amores, las convivencias, las certezas, hasta los recuerdos— nos perturba. La pérdida nos pesa, y la nostalgia va saturando las mismas cosas que añoramos. Entonces, algo que me llama la atención de los poemas que conforman Arcadian Boutique es la manera tan directa y sosegada en que asumen lo efímero como el estado fundamental de las cosas. Con eso no quiero decir que sea un sosiego ingenuo o simplista o sin dolor: al contrario, es valiente, e impulsa estos poemas con una fuerza discreta. (Supongo que a eso se refiere Christian Wiman cuando habla de la fe: es confiar no sólo en que se pueda rescatar algo de lo perdido o lo no alcanzado, sino en que se puede generar algo nuevo, real). El poema “La contraseña” contiene un verso que me encanta, y dice Estas pestañas despiertas que soy (p. 11). ¿Qué hacen las pestañas despiertas? Parpadean. Mara describe la existencia misma como una intermitencia, un movimiento constante. Se afirma afirmando un estado de percepción que se vuelve un reflejo, algo que hacemos y somos sin poder gobernarlo por completo.

El tema del control en general es otra cosa que me interesa en Arcadian Boutique. Son en su mayoría poemas cortos, ágiles, estrechos, con mucho cuidado al corte de verso, con pausas esmeradas entre estrofas, con finales contundentes. Es decir, son poemas logrados con mucho control. Al mismo tiempo, demuestran y priorizan una conciencia de todo lo que no se puede y no se debe controlar.

Querido hermano, escribe en el poema “Nota de viaje”

te quería obsequiar una brújula / pero te fuiste / con tanta prisa al aeropuerto. / Esta vez / no traigas coordenadas, / cuéntame de algún amor, / llega con una cicatriz / que borre todos los planos / de tu habitual ingeniería. (p. 47)


El poema es un reto que es una invitación que es una bendición, y no ignora la posibilidad del dolor sino que lo toma como un elemento esencial, una intensidad felizmente imborrable, la fortuna de tener algo que contar y de poder contarlo, compartirlo.

Otro poema empieza con una pequeña sacudida: Borré a mi madre narrando mi infancia. / Ella lloró. (p. 62)

Ahí otra vez está el parpadeo: esto es lo que hice, esto es lo que pasó, esto es lo que soy, esto es lo que somos. La mirada se fija en los lazos que les conectan a las personas que se quieren y que por lo tanto son capaces de lastimarse. La mirada parpadea pero no se quita. En eso, quizás —y con esto concluyo— existe la posibilidad de verdaderamente percibir las cosas, aunque sea por un instante, y de nombrarlas como se pueda. En eso existe la posibilidad de mantener nuestra cercanía y convivencia con el pasado; es decir, y cito del poema: Debajo de la lluvia”, [e]l pasado […] donde / vive la gente más linda que conozco (p. 28).
 


Robin Myers (Nueva York, 1987). Poeta y traductora. Varios poemas suyos han sido traducidos al español y publicados en las revistas Letras Libres, Tierra Adentro, Laberinto (suplemento cultural del diario Milenio), Revista Metrópolis, México Kafkiano, Transtierros, Ventizca y Punto de partida. Otros de sus poemas en lengua inglesa han salido en revistas estadounidenses, entre las que destacan The Kenyon Review y Tupelo Quarterly, e internacionales. Ha traducido y publicado a diversos escritores del español al inglés, tanto poetas como narradores; entre ellos se encuentran Antonio Gamoneda, Juan Gelman, Tedi López Mills, Eduardo Espina, Israel Centeno, Álvaro Bisama, Félix Bruzzone, Ezequiel Zaidenwerg y Alejandro Crotto. Fue becaria de la American Literary Translators Association (alta) en 2009 y del Banff Literary Translation Centre (biltc) para realizar una residencia artística en junio de 2014. Desde 2011 vive en la Ciudad de México.