CUENTO/No. 191


 

El día de Lili



Benito Escudero

 

 

Inexplicablemente, aquel día la maquinaria del reloj despertador suizo de Lili falló. Los engranes se trabaron; las manecillas y el segundero de oro perdieron brillo congelándose cinco minutos antes de las ocho de la mañana; por ello, la campanilla que de lunes a sábado hería el silencio matinal del departamento de Lili guardó silencio y también perdió brillo. El tiempo corrió mientras ella dormía.

Seis años habían pasado desde que nuestra chica egresara de la escuela secundaria. Desde entonces entregó su existencia a una tienda departamental. Dejó en el camino toda clase de diversiones y toda clase de romances. No lo vais a creer, pero la verdad, Lili aún era virgen. ¿Increíble, eh? ¿Inverosímil, no? Porque Lili era tan hermosa como cualquier chica de revista de modas. Tan entregada al trabajo, había olvidado esta suerte de la vida.

De pronto, Lili abrió los ojos. Inmediatamente reconoció el azul tenue del cielo raso de su habitación. Un estremecimiento la poseyó bajo las sábanas floreadas impulsándola a virar el rostro buscando al reloj despertador situado sobre una mesa baja de cedro rojo. En un par de segundos pudo descubrir la inmovilidad del ahora opaco segundero de oro. Apartó las sábanas enérgicamente. Avanzó desnuda, desnuda, hasta la mesa de planchar en donde esperaba impecable el traje azul y el reloj de pulsera. Todas las mañanas tomaba el reloj con la mano derecha pero esta vez lo hizo con la izquierda. ¡Maldición!, era tardísimo. Arrojó el reloj hacia la cama y éste flotó ingrávido un momento antes de descender sobre las revueltas sábanas floreadas. La chica ya se introducía veloz en el cuarto de baño; así que no se dio cuenta de este cambio en la física del universo de su habitación. Los rayos de sol que atravesaban el cristal de la ventana del baño iban haciendo dorado el contorno de la blanca figura de Lili. Cuando estuvo lista para marcharse telefoneó a la departamental, pero nadie contestó al otro lado de la línea.

Extraño, extraño, iba pensando Lili mientras conducía dándole profundo al acelerador de su Peugeot 206 verde metálico. Estaba tan obsesionada por llegar a la departamental que no pudo frenar a tiempo en uno de los semáforos en rojo del Bulevar Principal. Solamente alcanzó a ver un bulto que dio estrepitoso sobre el parabrisas.

—¡Maldición! —dijo, ¿fue un perro o fue alguien?

Luego agregó: Bueno, si es un perro me doy a la fuga, si es alguien ya veré qué hago.

Al descender del Peugeot cayó en la cuenta de que la avenida lucía desierta. Extraño, volvió a pensar. Encontró a un joven tumbado sobre el asfalto en la misma posición de cristo en la cruz. Vestía una falda escocesa de tartán, botas negras y playera verde. Lili se inclinó sobre el cuerpo del joven. Le agradó descubrir un rostro con clase, per-fectamente lozano y de un tono blanco muy azulado. De pronto, el joven abrió los ojos. Nuestra chica se estremeció. La observación mutua fue ocupando los segundos suavemente. Lili preguntó con dulzura:

—¿Estás bien?

—Perfectamente —contestó con resolución el joven—. Dame tu mano, por favor, ayuda para levantarme —agregó.

Lili tiró de él con ambas manos tan potentemente que los dos sexos se juntaron al quedar ambos de pie en el desierto bulevar. Un tenue rosicler apareció en las mejillas de ella.

—Eres una bonita señorita.

—Gracias, tú eres tan azul y tan guapo —sonrieron el uno para el otro.

—¡Bésame! —ordenó el joven—. Déjame conocerte.

—No puedo, debo irme a trabajar, estoy atrasadísima.

—Estás conmigo, no tienes que ir al trabajo.

—¿Quién eres tú? —preguntó Lili entre leves sonrisas.

—Qué encanto de criatura eres. Nadie nunca preguntó eso a mí—. El joven quiso impresionarla así que se presentó de modo completo.

—Soy Travis, príncipe de Escocia.

—Eso explica lo azul que eres—. Travis no había perdido tiempo, ya la tenía tomada de la cintura. Los dos sexos seguían juntos.

—¡Bésame! Déjame conocerte —insistió él.

—No sé cómo hacerlo. Nunca lo he hecho.

—El beso se aprende en un instante.

—No puedo, debo ir al trabajo —dicho lo cual dio media vuelta y se introdujo en el Peugeot verde metálico.

Rápidamente el príncipe Travis también entró en el Peugeot. Ocupó el asiento del copiloto. Las ruedas rechinaron, sacaron polvo del asfalto y el auto dio un acelerón.

—Manejas de una forma excitante. Me gustas a mí. ¡Cásate conmigo! Te llevaré a Escocia, poseo castillos y lagos y joyas. No tendrás que trabajar más.

—Oye, ¿no crees que vas demasiado rápido? —objetó Lili encantada.

—Igual que tú, señorita. ¡Cásate conmigo! Todas las mujeres sueñan con un príncipe azul. Yo lo sé.

—Yo no, a mí lo que me gusta es ganar dinero. Trabajar todo el tiempo.

—Mi padre estaría orgulloso de escuchar hablar así —opinó el príncipe mientras observaba a Lili con sus ojos violeta muy vivos.

—Además tú eres un príncipe azul. No eres real. Cómo voy a casarme con alguien que no es real —decía esto cuando ya entraban en el parking del centro comercial.

—Eso es lo más ofensivo que jamás dijo alguien a mí. Soy real, estoy hablando contigo.

—No eres real, las personas no tienen la sangre azul.

—Claro que no, las personas no, pero los príncipes sí. ¿Cómo sabes que tú eres real?

—¿Que cómo lo sé? Ja ja. Ya verás lo real que soy. Vamos a la departamental.

Ambos bajaron del Peugeot apresuradamente. Entraron por la puerta principal. Atravesaron un largo y ancho pasillo entre unos cuantos paseantes. Todos los locales tenían las puertas abiertas y las luces a todo lo más. Cuando Lili llegó a donde debía, no estaba ahí una departamental sino una sala de cine. Podía leerse en la marquesina el nombre de una premier. Los dos leyeron “El día de Lili”. Entonces aquello fue demasiado para nuestra chica. Dejó de luchar en su fuero interno, estalló en llanto y por supuesto se entregó al pecho del príncipe Travis.

—Cásate conmigo, por favor, compraré una departamental para ti.

—No, no, yo quiero mi departamental —decía Lili lánguida, exangüe, deshaciéndose entre sollozos—. Mi departamental es mi vida, a mí lo que me gusta es ganar dinero.

—No lo entiendo —dijo muy por lo bajo Travis—. Todas las mujeres sueñan con un príncipe azul. No lo entiendo, con las mujeres no hay manera.

 

 


Benito Escudero (Xalapa, Veracruz, 1974). Egresado de la carrera de Lingüística y Literatura Hispánica de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Ha ejercido los trabajos de librero, profesor y corrector de estilo. Actualmente es director de Correctores de Estilo Xalapa. Es autor de los libros de cuento Mi padre nunca telefoneó y La lengua lagarto; también es autor del cuento “Lili apareció en la tienda de consumibles”, todos inéditos.