DEL ÁRBOL GENEALÓGICO/No. 189


 

Robin Myers



Nueva York, Estados Unidos, 1987

Traducciones de Ezequiel Zaidenwerg

 
Lo demás / Else

¿De qué se trata en realidad, esta necesidad de compararlo todo,
de hacer que cada cosa se parezca a otra cosa, de abrirse paso a fuerza de metáforas
hacia un tipo de calma que no sea parecida a un andamio construido alrededor del aire, sino concretamente eso?

Me senté en una iglesia en Masaya, Nicaragua, mientras caía la tarde,

elegí el banco por la forma en que la luz bañaba el suelo, filtrándose a través de los vitrales con reflejos rojos.

Pensaba, al observarla, que esa luz se parecía un poco a una mancha de sangre

que se fuera extendiendo sobre algo blando y luego se la dejara al sol; quizá se pareciera más

al jugo de sandía derramado sobre sábanas blancas. Pero al final,

honestamente, se parecía más a una luz roja reflejada en el suelo de una iglesia en Masaya, Nicaragua,

mientras caía la tarde. Y te pido perdón por apartar esa luz de sí misma,

por anunciarte que esta noche la luna es más delgada que una moneda sumergida en agua,

por decirte que cuando te ríes te pareces a un fósforo al momento de encenderse.

Yo, si pudiera, viviría de un fogonazo cegador a otro,

si aquello no entrañara alguna forma de desesperación, un debilitamiento

de la fe, si es que puedo tomar prestada esa metáfora; un desarmarnos a nosotros mismos como un rompecabezas,

junto con cada vínculo que establecemos y pedimos; la plenitud, sin duda,

es algo secundario y más penoso. Puesto que cada vez que respiramos

es en verdad igual a la vez anterior; caso contrario, tengo que creer

que eso que se transmite, se comparte, o al menos se recuerda, es hacia dónde va esa respiración,

por qué sucede, por qué la necesito; es todo, todo lo demás.

Subterráneo / Underground

No se preocupen, no se preocupen,

no se preocupen, dice, las únicas palabras

que se distinguen en la confusión,

mientras que se pasea por la jaula

del vagón sin camisa, con los músculos

bien definidos, y proclama otras

cosas indescifrables, con la urgencia

de un martillero, errático y resuelto,

el torso recubierto de puñales y cruces

dibujados con tinta y ahora borroneados,

sacudiéndose al ritmo de un reloj

invisible o destruido. Damas y caballeros,

no se preocupen, por favor no se preocupen,

espeta. Lo que a mí me preocupa es el ruido

que sale del morral que tira ante sus pies,

y me tenso y me aprieto contra el que tengo al lado,

un amigo al que estaba intentando contárselo

todo. Después el orador se agacha,

abre con las dos manos el paño y se arrodilla

frente a los vidrios rotos, y los mira a los ojos

como se mira a un niño que llora y necesita

un abrazo o un reto. Damas y caballeros,

damas y caballeros, no se preocupen, dice,

y agarra un vidrio roto y se lo pasa por el brazo;

mira fijo hacia abajo, y no se inmuta

y no deja de hablar. No se preocupen.

No te preocupes, cirujano,

que preparas tus manos firmes;

tú tampoco, minero, que perforas la tierra.

No te preocupes, conductor del metro,

azafato de un mundo perforado,

cartógrafo desempleado

que vas hacia adelante todo el tiempo.

Todos los padres son fantasmas.

Todo contacto es un obstáculo.

Me doy vuelta. Mi amigo me toca la rodilla

y no me mira. Dos días atrás subimos

a un claro en lo más alto de una montaña, donde

nos abrazamos sudorosos y exultantes,

mientras el viento abría

todos los ruidos que nos circundaban

y arrojaba hacia el cielo los pedazos.

Gracias, dice ahora el hombre

que se abrió surcos en la piel, camino

a la estación de autobús.

Gracias, repite, gracias, y va dejando un hilo

de sangre tras sus pasos.

Y las puertas se cierran detrás de él.

En verdad, al bajar,

no nos tocamos nunca.

Union Square Station

Después de tanto ardor —tanto tratar

de encontrar las palabras y de tocar la carne,

la tibieza de ambas, o tan sólo

una manera de lidiar con sus efectos—,

después de tanto espacio que nos queda

cuando lo buscamos, sin importar si lo encontramos

o no, pienso, parada en la estación desierta

de metro, mientras un cellista solitario

munido de su arco hace que los armónicos

graves retumben por la cueva,

que debe ser deseo esto también:

dirigirse no al músico

(y sin nada de fuego), sino al tren: Sé lento,

sé lejano. Déjame que me quede

este zumbido visceral

en los pulmones. Oblígame a esperar.

No vengas nunca.

 
 

Robin Myers. Poeta y traductora. Varios poemas suyos han sido traducidos al español y publicados en las revistas Letras Libres, Tierra Adentro, Laberinto (suplemento cultural del diario Milenio), Revista Metrópolis, México Kafkiano, Transtierros y Ventizca. Otros de sus poemas en lengua inglesa han salido en revistas estadounidenses, entre las cuales destacan The Kenyon Review y Tupelo Quarterly, e internacionales. Ha traducido y publicado a diversos escritores de español a inglés, tanto poetas como narradores; entre ellos se encuentran Antonio Gamoneda, Juan Gelman, Tedi López Mills, Eduardo Espina, Israel Centeno, Álvaro Bisama, Félix Bruzzone, Ezequiel Zaidenwerg y Alejandro Crotto. Fue becaria de la American Literary Translators Association (ALTA) en 2009 y del Banff Literary Translation Centre (BILTC) para realizar una residencia artística en junio de 2014. Desde 2011 vive en la Ciudad de México.

Ezequiel Zaidenwerg (Buenos Aires, Argentina, 1981). Poeta y traductor. Es autor de los libros Doxa (Vox, 2007) y La lírica está muerta (Vox, 2011). Ha publicado poemas, traducciones, entrevistas y reseñas en diversos medios impresos y digitales de Latinoamérica, entre ellos Diario de Poesía, El Malpensante, Letras Libres, Luvina, Periódico de Poesía y Tierra Adentro. En 2014 compiló Penúltimos. 33 poetas de Argentina (1965-1985) (UNAM). Desde 2015 administra el sitio web <zaidenwerg.com> dedicado a la traducción de poesía. Actualmente es candidato doctoral por la Universidad de Nueva York.