No. 140/POESÍA 

 

 Rosario Pérez Cabaña
(Sevilla, 1967)

 


Poética

Confesión agramatical (a ser posible, en voz baja)

Descreo
de los prefijos.

 

 

De lo nuestro


Si tú me pidieras que escribiera de lo nuestro
es una oración condicional
(mejorable, sin duda, en el estilo),
inconcebible en esta maraña de hojas
aferradas a su árbol, a condición tan sólo
de la luz que vivifica;
la misma luz, fíjate, que nos vivifica.
Si tú me lo pidieras, yo podría decir palabras como acentos,
elevar sílabas al infinito;
podría, como otros,
decir casa, camino, mano,
encrucijada,
por no hablar de los adverbios
que acompañan al amor cuando es un acto.
Por ti, si tú me lo pidieras, podría
describir el pasillo de la casa
que nos mira con ojos achinados, allá en el fondo,
revueltos, sin orden, sudorosos.
Y seguir así, buscando anáforas
con que preñar nuestro ego de amantes
que se aman con los dientes;
sin terminar nunca los discursos,
porque tú bien sabes que no hay nada peor
para el amor
que una oración adversativa.
Así que seguiría escribiendo —claro está,
si tú me lo pidieras— palabras
como manos, sin lugar a dudas, manos
que se abren y se cierran al mundo;
palabras largas y sonoras
como esperanza,
como ESPERANZA NUESTRA,
que resulta más simbólico.
Todo por encontrar una verdad (qué se yo,
¿superlativa?) que cierre
esta dialéctica gastada,
posible, deliciosa, futurible,
de decir si tú.

 

 

punto de partida 140

 

 

Limpieza general


Una limpieza general es una cosa completamente seria,
por su crueldad, principalmente.
Despojar al objeto de su pátina, aun invisible,
supone un agravio incuestionable
para el objeto que esperó pacientemente.
Apóstatas del polvo
que aún tenéis la suficiente fe
para creer
que tras limpiar el polvo
el polvo está,
como dicta la ciencia,
mucho más limpio,
decidme: ¿a qué distancia de la mancha
ha quedado abandonado el verso?

Aunque, no nos olvidemos, si se quiere,
todo puede ser poetizable.
A ver si no:
a) desalojar el polvo de su libro
tiene su propio tiempo, que recuerda
la lentitud del pulso en las orillas
de tu cuerpo.
b) lanzar al mar por los desagües
el resto de sudor con que me amaste
también tiene su ritmo.
c) lo de los peines mejor no nombrarlo,
por mi obsesión más que nada.

Claro, después de la tristeza, propia
de las cosas limpias,
¿cómo puede uno seguir amando
la tela de la flor
que ya nunca será la misma?
Eso hay que tenerlo en cuenta.
Más de una vez ocurre
que cuando la casa queda limpia
acude un vértigo (podría jurarlo)
que me hace recordar.

Ciertos inconvenientes los considero lógicos:
por ejemplo, tener que ir urgentemente
a comprar, qué se yo, ropa interior
o perfume para el gato,
que a día de hoy nadie me ha confirmado que no pueda yo tener un
gato.

El cielo, eso sí, se ve más diáfano con la casa limpia, despojada
de aquello que tal vez nos ayudó
en otro tiempo a amarnos.



El ángel de La Carbonería


Sergio Lira lee en un rincón.
La mano cóncava, los dedos juntos, apenas
rozando el centro ocoso
que separa en dos mitades toda historia.
Cualquier alma no iniciada
podría haber encontrado de repente la pureza.
Lúcido Lira
sin esperar que algún cantante de rock o de tango sin burdel
lo convierta en friki taciturno;
a él, que sólo aspira a leer en el ángulo oscuro, tal vez olvidado.



Rosario Pérez Cabaña. Licenciada en filología hispánica y es­pe­cialista en poe­sía de Cuba, impartió clases de literatura hispanoamericana en la Uni­versidad His­p­a­len­se. Actualmente da clases de len­gua española en un cen­tro universitario de Sevilla. Sus poemas han sido pu­bli­ca­dos en diversas revistas literarias, como Los Noveles y Nayagua, y en la reco­pi­la­ción Ellas / 2. Obtuvo el Premio Literario Ateneo de Sanlúcar de Ba­rra­meda, de 1993, y fue finalista del IV Certamen de Narrativa Gustavo Adol­fo Bécquer por su co­lección de relatos Cinco lunas vi­gi­lan y otro relato, pu­bli­cado por la Junta de Andalucía.