CUENTO/No. 187


 

Súbase, comadre



Ana Fuente Montes de Oca

 

 

A ver, comadre, asómese a ver si así estoy bien estacionada. ¡No! No es necesario que abra la puerta, ciérrela porque se me hace que voy a tener que moverlo. Yo creo que quedé chueca. Asómese por la ventana, que para eso está la palanquita de la portezuela. ¿Entonces? ¿Ahí estoy bien? Acuérdese de que tengo que estar paralela a la línea pintada. Sí entiende “paralela”, ¿verdad, comadre? Bueno, no se agüite. A mí me da ansias verla que se queda callada porque siento que la incomodo. “Paralela” es que el coche y la rayita vayan hacia el mismo lugar, como si hubieran pintado la raya después de que hubiera puesto el coche ahí. Pero fíjese bien que no esté sobre la línea, porque el que llegue aquí junto se va a pegar mucho y me van a llenar el coche de portazos. No es que esté nuevo, ¿verdad?, pero no me gustaría que se quedara todo golpeado, ya ve que es de las pocas cosas que me dejó el Tomás antes de irse, si no lo quiso vender porque decía que era una marca japonesa, que muy buena y muy no sé qué. Sí sabe usted dónde está Japón, ¿verdad, comadre? No se preocupe, que no es examen y yo no la juzgo. Japón está… lejos. Muy lejos. Y desde allá se traen estos carros, por eso son tan especiales.

Comadre, no vaya a pensar que le estoy presumiendo. Y no vaya a pensar que soy ingrata por explicarle algunas cosas, es todo lo contrario: yo lo que quiero es que usted sea una mejor persona y agradecerle su amistad enseñándole un poco del mundo que yo conozco. No todos hemos tenido acceso a él, yo lo conocí gracias a mi Tomás, que de todo sabía el condenado chamaco: que si los celulares y las computadoras y los aparatos para esto y para lo otro y para el no sé qué. Yo le aprendí poquito, pero eso se lo transmito a usted, comadre, porque para eso estamos las amigas. Y yo entiendo que usted me ayuda con lo que puede, como acompañándome ahorita al banco. De verdad que se lo agradezco, comadre, porque yo ya no puedo venir sola. Necesito un hombro, un apoyo moral que me diga que estoy haciendo bien. A veces siento que hasta la cajera me ve raro, la muy alzada. Nadie le ha dicho que está ahí para atender a los clientes como yo, y ella se permite verme así, con ese desprecio, con esa cara de que yo no pertenezco ahí. Seguro lo piensa, pero si lo dice, la corren. ¿O sabrá algo? ¿Usted qué cree, comadre?

Yo espero que no. Me ha tomado tanto tiempo fingir y guardar el secreto como para que todos se enteren por una cajerucha de banco. Ella qué va a saber, si nada más es una resentida. Empleada, asalariada, gata venida a más, a mí no se me olvida que a su mamá la bajaron del cerro a tamborazos. Ni le digo nada, porque si sí sabe, es capaz de ir a contarle a todo el mundo y ya sabe usted que esto es un pueblo y lo que bien dicen del pueblo chico. Eso de que la gente no tenga nada que hacer nada más les hace hablar de otras personas, y yo lo que menos quiero es que se me caiga el teatrito con la Jazmín y ahora sí me prohiba ver a mi nietecito. Tan guapo, mi Gilbertito, que le gusta comer chapulines, ¿sabía usted, comadre? Pues sí. Al chamaco le encantan. No le gustan los grandotes, ésos a los que les crujen las patas, le gustan los chiquitos que ya vienen con chilito y limón. Se los come como dulces, el muy canijo. Hasta me acuerdo de cuando el Tomasito estaba chiquito, le encantaba comerse el chile piquín del bote… tanto que se parece Gilito a su papá. Yo no sé por qué la Jazmín no quiso ponerle Tomás, pero quiero pensar que no fue por eso que está diciendo la gente por ahí.

Usted también ha oído eso, ¿verdad, comadre? Ni me lo diga, ya con su silencio me está dando la razón. Seguro pensó usted que yo no lo sabía, pero le digo que la gente de aquí no tiene nada mejor que hacer. Nadie me lo ha dicho en la cara, pero cuchichean, se esconden, me sacan la vuelta. Luego escucho comentarios con saña, que si Gilito se parece mucho a no sé quién, que si es idéntico al que trabaja en no sé dónde, que si el Tomás pasaba mucho tiempo fuera y la Jazmín siempre fue muy coqueta… puras de ésas. Yo reconozco que así así parecerse físicamente y que tengan la misma cara Gilito y Tomás, pues no, pero se portan igualito. Ya ve lo de los chapulines, comadre, es que es obvio. Y luego los niños son así: de chiquitos se parecen más a la mamá y luego al papá y luego otra vez a la mamá. No se pueden saber esas cosas, yo nunca vi como que el Tomás fuera idéntico a mí, pero me consta que salió de mi vientre y que es hijo mío. Eso de si se parecen o no, son puras burradas. ¡Y luego me salen con lo del ojo azul! ¡Que por qué Gilito tiene el ojo azul si ninguno de sus papás los tiene así! Vaya tontería, comadre, la gente no sabe que mi bisabuelo tenía los ojos claros. Yo no lo conocí, pero me acuerdo bien de que eso decía mi mamá, y mi mamá pudo haber sido muchas cosas, pero mentirosa, nunca. Y esas cosas de andar diciendo que a ver si mi Gilito no es hijo de gringo… qué va a ser así, Gilito es hijo de Tomás y punto. A mí no me importa lo que haya hecho la Jazmín o qué le sepan, pero de que Gilito es mi nieto, lo es.

Espéreme, comadre, no se baje del carro tan rápido. Déjeme cinco minutitos para respirar profundo. Sí, mire qué buena idea es ésa de abrir las ventanas. Se siente un poco sofocado aquí, y yo vestida casi como monja también siento que me asfixio, como si se me sentara alguien en el pecho. Tampoco crea que es porque el vestido me aprieta, comadre, así se usan hoy en día y si una va a salir a lugares como éste, debe demostrar que sabe comportarse. Siempre me dan unos váguidos tremendos cuando llego al banco porque me acuerdo de cuando me avisaron que mi Tomasito ya no regresaba, y me pone todavía peor que no hayan encontrado el cuerpo. ¿Usted cree que no lo hayan encontrado, comadre, o será que esos gringos me dicen mentiras y lo están usando para algo malo? Me pone mal, comadre, me pone mal no poder darle santa sepultura. Aunque si le diera sepultura, todo el mundo sabría que está muerto y ahí sí, a ver cómo me deja la Jazmín volver a ver a Gilito. Todo está mal, comadre, yo le dije al Tomás desde el principio que no se fuera al otro lado, clarito se lo dije. Pero no: la Jazmín necesitaba dinero para el chamaco y según él aquí ya no había trabajo. Lo que pasa es que no le gustaban los trabajos de aquí, sentía que el taller mecánico donde estaba era muy poca cosa para él porque alguien fue a decirle que en el gringo todos los mecánicos ganaban montones de dinero.

Maldigo el día en que le dijeron eso, y maldigo todavía más el día que lo convencí de enlistarse en el ejército. Pues yo qué iba a saber, comadre, si la oferta parecía no tener desperdicio. Que si le iban a dar sus papeles para nacionalizarse y se iba a poder llevar a su familia, que si le iban a dar una beca para ser universitario… ¿Se imagina, comadre, a mi Tomasito vestido de universitario, con su mochila llena de libros y poniendo un consultorio de doctor o de dentista o de abogado? Así me lo imaginé yo. Me imaginé a Gilito yendo a la escuela allá, aprendiendo inglés, diciéndome gránma y enseñándome otras cosas además del tenkiu y el jelou… Porque no es por nada, pero yo hablo un poquito de inglés. Tampoco tanto, no vaya a empezar como ésos de “a ver, ¿cómo se dice no sé qué?”, porque esa gente me enfada, pero la verdad es que sí me defiendo. Yo creo que si Tomasito hubiera regresado, hasta me hubiera llevado con ellos a vivir allá para que le cuidara al Gilito.

Qué tiempos hubieran sido ésos, comadre. Perdóneme que suspire y se me corte un poquito la voz, pero una no es de piedra. Va a decir que soy una ridícula, pero a veces hasta sueño que las cosas sí fueron así, y pienso que no voy a despertar en este pueblo polvoriento y abandonado, sino en una casa californiana para hacerles de desayunar unos jotquéics a Tomasito y a Gilito. Yo lo convencí, comadre, fui yo. Perdóneme la lloradera, comadre, pero es que yo le dije que se fuera a la guerra ésa, que se hiciera parte del ejército para convertirse en ciudadano. La Jazmín no quería, siempre dijo que era peligroso y a mí no me lo parecía, ya ve que en las películas nunca se mueren los gringos, siempre tienen unos trajes especiales y unas armas con no sé qué tecnología y van y los rescatan cuando la cosa se pone peliaguda. Mi Tomás siempre fue un muchachito tan fuerte y tan capaz que yo nunca pensé que le fuera a pasar nada, comadre, se lo juro. Y tan es así, que la gente también lo miraba de esa manera y por eso a nadie se le ha ocurrido que esté muerto, todos creen que sigue vivo por su carácter fuerte y porque siempre fue muy atlético… Sí sabe qué significa “atlético”, ¿verdad, comadre? No me vea así, si lo sabe basta con que me lo diga, pero no me haga esa cara de cajera de banco.

Espéreme otro segundito, comadre, que no tenemos prisa. Le voy a hacer una confesión, pero no se le vaya a salir por ahí: se me está acabando el dinero que me dejó Tomás antes de irse a la guerra. Hizo bien en dejármelo todo a mí porque seguro la Jazmín se lo hubiera gastado todo en una sentada, pero se me está acabando y ya no sé qué hacer, cuando ya no pueda hacer estos depósitos a su nombre, todo mundo va a saber que mi Tomasito se fue a morir a vaya usted a saber qué desierto, hasta la Jazmín se va a enterar. ¿Será que le vaya depositando menos? Eso pensaba hacer hoy, poner menos dinero en la cuenta y decirle que me habló Tomás para avisarme que les están pagando menos porque ya casi no hay combates y esas cosas. O puedo hacer el depósito cada dos meses, pero ¿qué va a pasar cuando se me acabe ese poquito dinero? Sí me gustaría seguir viendo a Gilito, comadre, pero la verdad es que ni modo que le dé mi dinero a la chamaca, y luego yo de qué vivo. Porque no es por nada, pero la chamaca sí es medio dispersa. Yo me he dado cuenta de que luego anda ahí muy rodeada de muchachos, y no de la mejor calaña, la verdad. Las últimas semanas hasta me la he pensado dos veces en ir a su casa, porque luego hay mucho malandro por ahí y pues una todavía puede levantar pasiones, o vaya usted a saber qué, comadre. Sí quiero ver a Gilito, pero luego ella es muy malcriada y me hace caras, comadre, me hace caras cuando en realidad yo me encargo de ellos, imagínese que hasta me tengo que estar escondiendo para hacerle los depósitos a nombre de Tomás. Me hace pasar las de Caín aguantando las miradas de gente como la cajerucha ésta, ¿y todo para qué? ¿Para que al final del día la muy cuzca me haga muecas?

¿Se da cuenta, comadre, de lo ingrata que puede ser la gente? Todavía que le estoy dando los pesos que me dejó Tomás para que ella mantenga a un niño que ni siquiera se parece tanto a su padre. Eso, suponiendo que mi Tomasito sí haya sido el papá, comadre, ya ve que la gente sí anda diciendo muchas cosas y cuando el río suena… pues ya sabe. Yo no voy a acusar a nadie porque no me gusta hablar de la gente, pero de que a la chamaca le gusta que la busquen, pues le gusta. ¿Y luego qué va a pasar? ¿Yo le voy a estar manteniendo sus pachangas con el dinero de mi propio bolsillo? Pues no, comadre, yo también tengo que pensar en mí porque ya ni hijo tengo, tengo nomás un nieto que se supone que sí es mi nieto y es hijo de una mujer que desde el principio me ha puesto mala cara. ¿Y cuando se arrejunte ella con otro? Cuando el niño tenga otra abuela, ¿yo qué voy a ser? Nada, comadre, me voy a quedar chiflando en la loma y sin un peso en el bolsillo. Yo sé que suena mal y que parece que sólo pienso en mí, pero si yo no pienso en mí ¿quién lo va a hacer, comadre?

Esos silencios suyos me ponen muy nerviosa, comadre. Desde la primera vez que mencioné lo de Gilito y que si la gente decía lo que dice, usted se me quedó muy callada. Ni a los ojos me miró. No es por nada, comadre, pero yo si algo tengo es que soy muy observadora y clarito me di cuenta de que desviaba la mirada, y ahora que le volví a decir esto hizo lo mismito. No le voy a soltar la pregunta, comadre, pero quiero que sepa que ya recibí el mensaje. Usted siempre ha sido bien derecha conmigo, comadre, y por eso es a la única que le he dicho la verdad y ahora es la única que sabe que se me están acabando los dólares.

Usted está aquí conmigo, y lo ha estado en las buenas y en las malas, pero ni modo de cargarle la mano pidiéndole dinero. El que debió haber pensado en mí era mi Tomasito, pero igual se fue del otro lado. Yo le supliqué, comadre, le supliqué que no se fuera, pero no le importó. Andaba sintiéndose el muy hombre, queriendo cumplirle todos los caprichos a la chamaca y no le importé yo, que a punta de sacrificios lo saqué adelante sola. Se le olvidó, comadre, que fui padre y madre a la vez. Se fue y me encargó aquí a su familia, que de la pobre abuela ni cargo se va a hacer.

Ahora que lo pienso, Tomás se parecía mucho a su papá. Los dos se fueron y me dejaron aquí, como si nada. Cuando se fue su papá, ahí estuve yo encubriéndolo, que seguro iba a regresar, que cuando terminara de trabajar en el otro lado regresaría para traernos mucho dinero y sacarnos de este pueblucho. Ni una noticia dio mi marido, ¿usted cree? Yo escogí pensar que se había quedado a medio camino… pero la verdad es que siempre me caló escuchar por aquí que mi Teodoro ya tenía otra familia, que se había juntado con una gringa y ya tenía unos hijos bien güeritos y bien bonitos que ni hablaban español. Al modo, comadre, así me dejaron los dos, por otras fulanas y por estar de ambiciosos queriendo hacerse ricos de la noche a la mañana. ¿Y qué hice yo, comadre, cuando me quedé sin marido? ¿Me puse como la Jazmín a esperar dinero y a conseguirle otro papá a mi hijo? No, señor. Yo me puse a trabajar: lavé ajeno, cosí ajeno, limpié ajeno, y todo por el Tomás, que de mí ni se acordó. ¿Usted cree que cuando me comentó que me iba a mandar a mí el dinero para su mujer y su hijo me dijo que de ahí sacara algo para mí? Pues claro que no, se le ha de haber olvidado que yo lo parí, habrá crecido de los árboles.

¿Sabe qué, comadre? Écheme aguas. Avíseme si no viene carro atrás, a mí luego me da tortícolis por voltear mucho la cabeza. Sí sabe qué es “tortícolis”, ¿verdad, comadre? Si no lo sabe ni se agüite, yo ahorita se lo voy a explicar. Nada más que logre salir de este estacionamiento todo mal hecho, se lo digo, comadre. Qué depósitos voy a andar haciendo yo, si ni ahorros tengo. Lo que deberíamos hacer es poner un negocito que nos garantice una vejez tranquila, porque ya no se puede confiar en nadie. Una cocina económica, comadre, yo cocino delicioso. Yo sé que alabanza en boca propia es vituperio, pero qué le va uno a hacer, ni modo que esconda mis talentos y diga que no sé hacer nada, si mis años me ha costado tener tan buena sazón. Y platíqueme, comadre…, ¿usted qué sabe hacer?

 

 


Ana Fuente Montes de Oca (Ciudad de México, 1984). Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Se ha dedicado a la edición, la corrección de estilo, la traducción y la docencia. Ha colaborado en revistas como La Peste y Revista Síncope, así como en el blog Nota al pie