POESÍA CUBANA ACTUAL / No. 183

 
Gelsys Ma. García Lorenzo
Camagüey, 1988
 



(Éxtasis)

Durante toda su vida no tuvo otro deseo que morirse dentro de un pomo de vidrio. Hizo múltiples diseños hasta lograr su ideal. Lo construyó alrededor de su cuerpo y al final se halló dentro de la maravillosa estructura, era un hombre feliz y se sentó a esperar la muerte. Pasó años esperando y aquella tarde decidió salir, golpeó el pomo fuertemente pero no pudo romperlo, luego los hombres uno a uno también golpearon el cristal, lograron hacerle un pequeño orificio y meses después consiguieron liberarlo, él se abalanzó feliz sobre la multitud, que ya no le prestaba atención: contemplaban extasiados los trozos de cristal.



Retratos del cansancio

I
 

Mi madre está cansada de ver el mismo espejo en la pared. Las mismas palmas, y el viejo cofre vacío que el pintor dejó para que cada cual lo llenara con sus cosas, a veces le echa el desaliento que la agobia.
Mi madre está agotada del tiempo, de mis fracasos, harta de las consignas de la vida.
A mi madre, se le han apagado las velas.


II
 

Siento necesidad de asfixiarme con el humo, manoseo con placer el cigarrillo entre mis manos. Ya no puedo vivir sin que la nicotina se acumule en mi garganta, no sé qué hacer sin este vicio: tal vez un día de estos, acabaría matando a mi madre.
Mis sueños se vuelven un torbellino. Yo también estoy agobiada: de la noche, de las flores del patio, de las sonrisas de la gente, del sol, de la realidad que me invento. Madre, yo también estoy cansada de mi trozo de guerra.
 


III
 

Como siempre, al salir a la calle la vieja de la esquina me ha llamado por signos. Esta mañana he chocado con el cristal del espejo y vi a mi madre; la vieja gorda está gesticulando con sus grasientas manos. Yo sólo asiento con la cabeza y en su rugosa cara se dibuja una sonrisa; pienso en lo dichosa que es; ojalá a esa edad yo tenga alguien que todas las mañanas escuche mis palabras, pero al amanecer mi frente chocó con el espejo.
La vieja sigue con sus largos soliloquios, nunca habla de su vida, sino de gentes lejanas. A veces tengo ganas de gritar para no oírla, pero no puedo, sus ojos me penetran como si revisara los recovecos de mi alma, segura estoy que me roba los recuerdos, los más auténticos, los que guardo para mí. Tengo miedo que descubra la grieta oscura que hay en mi alma, aunque a veces mis pájaros vienen a limpiarla, para que no huya del cristal de los espejos.


 

IV
 

Nací asfixiada por los edificios, sofocada con el humo de los habanos de mi padre, rodeada de largas tardes de tedio. A veces me pregunto si nací o si sólo soy un engendro de la alocada mente de mi madre, que antes de dormir, dejaba una copa de agua en la orilla de la mesita de noche para guardar la vida, decía que se dormía mejor sin ella, nunca pensó que la vida se le podía ahogar, y una mañana la encontré flotando en la superficie del agua.
Hay un límite entre mis ojos y la gente: por eso nunca he logrado ver nada claro, nadie vende la vida y mi madre se quedó sin ella, la vida no es como los habanos de mi padre que se pueden comprar en los puertos de mar; el mar, una vez vi el mar… Detesto las tardes, la radio de la casa encendida, la música estridente, los mechones de pelo deslizándose por mi cara.
Hoy tengo ganas de hablar, de decirle algo a mi padre, qué viejo está mi padre, sólo piensa en fumar, es todo lo que ha hecho desde que murió mamá.
¿Y yo qué he hecho en estos últimos años?; sólo mirar por la ventana, dormir entre las cuatro paredes de mi cuarto, sentarme en el mismo sillón.
Hay un límite entre mis ojos y la gente.



 

No idolatrarás a bestia ni imagen alguna

No podrás traer las tazas que usó Anäis Nin
cuando estuvo en Cuba.
Ni siquiera esas tazas viejas,
sucias,
manchadas de lápiz labial,
guardadas en el almacén de un museo,
a merced de las cucarachas y el polvo.
Ni siquiera las tazas.



No creerás


El Reino no es lo que esperabas.
Viejo hospital donde todos enloquecen.
La sangre
y el riget-riget que producen al chirriar las puertas que se cierran.
En el Reino, es verdad, nadie muere.
Hay vida eterna.
Fuentes de abundancia.
No faltan sueros, inyecciones, agujas.
Ya no importa si el día sucede a la noche.
Hay un silencio sempiterno,
perturbado sólo por esa ambulancia
que siempre a las 12:35 trae al mismo paciente.
Pero el Reino prometido,
anhelado por muchos,
sólo tiene 63 camas.



No les será dado revelar

Ni al viejo Judas con su ojo tuerto.
Ni a Bartolomé que se asomó a la punta del precipicio
(y no miró, pero supo lo que había allá abajo).
Ni a Tomás que profesara el gnosticismo
y que puso como máxima mesiánica:
«Convertíos en transeúntes».
Ni a Felipe que, con tanto trabajo,
hizo un inventario de silogismos y frases lanzadas al viento.
Ni a Pedro, a quien la vejez le dio una pródiga imaginación.
Ni las actas de Pilatos,
documentos del testaferro más límpido del imperio romano.
León, hombre o toro alado,
águila:
a nadie más le ha sido dada la facultad de revelar.

 

 


Gelsys Ma. García Lorenzo. Poeta, narradora, ensayista y editora. Licenciada en Letras por la Universidad de La Habana. Obtuvo la beca de creación El Caballo de Coral 2008. Tiene publicados los libros de cuento Vesania (Ácana, 2005) y Anábasis (Ácana, 2007). Textos suyos aparecen compilados en varias antologías cubanas, como La huella infidente y algún sobresalto (Ácana, 2003), Vuelos de colibrí (Abril, 2004), Nota de prensa y otros minicuentos (Ediciones Cajachina, 2006) y La isla en versos. Cien poetas cubanos (Ediciones La Luz, 2011). Se desempeñó como editora en Ediciones Unión. Reside actualmente en España.