POESÍA CUBANA ACTUAL / No. 183

 
Poesía cubana actual
Generación naciada en los ochenta: otros hijos del Calibán


Jamila Medina Ríos y Leonardo Iván Martínez
 

 

 

 

Una ínsula puede convertirse en un lugar extraordinario o en un sitio temible, todo depende de la posición desde donde se la mire. Cuando Shakespeare escribió La tempestad, seguramente reflejaba, en esa isla habitada por Sycorax y su hijo Calibán, lo que no quería de su territorio: un páramo abandonado en medio del mar. Podemos decir, tomando el ejemplo del Cisne de Avón, que Cuba es una isla tempestuosa, pero nunca un páramo. Tempestuosa por lo que ha significado para los cubanos la emigración, el acoso económico de Estados Unidos y los conflictos internos de la isla.

La literatura no se mantiene ajena a esta tempestuosa naturaleza. Desde hace más de medio siglo, con el triunfo de la Revolución Cubana, los artistas e intelectuales han tomado parte en la ciclónica vida intelectual y política. Revistas como 
Casa de las AméricasLunes de Revolución y El Caimán Barbudo fueron los portavoces para las oleadas de escritores que vieron caer la dictadura de Fulgencio Batista. A ellas pertenecen Virgilio Piñera, José Lezama Lima, Gastón Baquero, Cintio Vitier, Fina García Marruz, entre otros.

Los poetas cubanos nacidos en los ochenta (para algunos, la Generación Y; para otros, la Generación Cero) son —claro está— distintos a sus antecesores.1 Crecieron escuchando las historias de sus padres o sus tíos que victoriosa o trágicamente regresaron de la Guerra de Angola, en la que Cuba participó desde 1975 hasta 1988. Su adolescencia o, en el caso de los más jóvenes, su primera infancia, fue marcada por la austeridad dentro de la ya austera nación. Son ellos los que vieron derretirse a Juan Pablo II dentro de su papamóvil cuando en 1998 visitó La Habana, los que crecieron viendo los “muñequitos rusos”: Bolek y Lolek, Pedrito el policía, Nu pogodi; los que ya no fueron a estudiar a la Universidad Patrice Lumumba en Moscú.

Para buena parte de la crítica la poesía que comenzó a publicarse en la primera década del siglo XXI en nada difiere de la de los postnovísimos, enmarcada en los noventa. Lo cierto es que, junto a la escritura incesante de los de antes o después, la época de las plaquettes (plagada de inéditos) sigue mostrando sus huellas en la publicación y promoción poéticas, complicando cualquier intento de paneo o de crítica. De ahí, como de la naturaleza del entramado literario cubano, estos años comunicantes de nombres llenos de prefijos.

Y de ahí que, superpuestos sobre el Retrato de grupo, de aquella década prodigiosa (los escritores de los ochenta), en los años cero se siga identificando el paso de “la poesía de exaltación y deslumbramiento” al “conocimiento desesperanzado”, tanto como la presencia del “coloquialismo”, el “autismo” y la “ex-centricidad”, junto a la carencia de voluntad fundacional, de “poetas-fuertes” o de reescrituras de textos padre o madre (si bien no falta quien insista en escribir aún entre Monte y Trocadero, entre una palma sola y otra negra, o mirando hacia esa Diáspora(s) que, tachando al padre, devino trágica o hilarantemente en mito fundador).2

Bien alejados del concepto generacional de Ortega y Gasset o José Antonio Portuondo, los noventa y los años cero, esas dos décadas abiertas, comparten varias carencias voluntarias: ni liderazgos ni amansamientos grupales ni debate ni choque generacional ni evento polémico ni plataforma ideoestética ni utilidad ideológica ni manifiesto literario, aunque sí algunas revistas digitales (descargables o no) pululando por la red. Un tono de incertidumbre, desequilibrio y sangres, más bien diluidas en el aislamiento hacia lo individual, hacia La voz. Ambas décadas coinciden en ciertos rasgos posmodernos: difuminación del enunciador, fragmentación, versolibrismo y experimentación con formas estróficas tradicionales (rima, soneto, haiku, décima). Sin embargo, a las vueltas por los “laberintos escriturales”, donde aquellos fueron asfixiados por “los traumas de la insularidad”, varios escapistas de los años cero han logrado evadirlas, gracias a distintas claves que se combinan en un montaje y desmontaje intermitentes. Se trata del “objetivismo”, la ironía y lo lúdico, la huida (hacia el útero a veces). El diálogo constante no sólo con Dios, o con Frida Khalo, Safo, Alejandra Pizarnik, Sylvia Plath, sino con tradiciones o estancias poéticas que rebasan la isla. La continuación de un “fabulismo” que, como el teatro cubano, se traviste con voces históricas, bíblicas, literarias, míticas, para decirle sin decir a la serie de lo político; y un zoolecto que como el de Diáspora(s) trafica con animales para expulsar su bilis. Un ritmo y una mordacidad de versos que emparentan con los ejercicios del sexo y del servicio militar, con el hip hop y el reguetón, y que, como la música cubana actual, tiene de seguidilla según los musicólogos: una avanzadilla sintáctica contra el almidón del lenguaje. Ni miedo a dibujar caligramas filosos ni miedo a escribir, venciendo claustrofobias, a través de los recuerdos de la infancia. Ni miedos a la relectura de la Historia o a la deconstrucción de La Habana; ni ascos a la eticidad o a la poesía de amor. De la reescritura de los extraños pueblos de la isla a la confesión diáfana. De la fundación lírica de otro archipiélago al cuidadoso bordado de un hojaldre que es rosa o (es)tela flotando sobre el bosque, donde palpitan miedos y reminiscencias, y dejan una especie de hundimiento los cuerpos que se han amado, como las figuras vaciadas de los daguerrotipos. Conviviendo con esto, textos transgenéricos, atravesados por una fuerte narratividad; y textos de canto cruento: donde se desolla o abre el cuerpo, y se muestra “sin corteza”, incompleto, suyo y desconocido de sí, cuerpo en proceso (de cauterización), un “cuerpo expuesto” —como pedía Jean-Luc Nancy—. La poesía, muchas veces escrita en prosa, ostenta y dicta al cuerpo como materia o manifiesto de escritura, como si sólo la llaga pudiera dar intensidad a la voz.

En esta selección tratamos de incluir algunas de las poéticas más significativas de la isla: desde Pinar del Río hasta Santiago, todos nacidos entre 1981 y 1989. Los poemas aquí seleccionados dejan entrever algunas de las temáticas de los escritores de la década: su autorreconocimiento, la fractura familiar, dentro y fuera de Cuba, dadas la diáspora y los giros de valores e ideologías.

Como toda selección, ésta también es injusta; más cuanto nos enfrentamos a la tiranía de las páginas. Se afirma que ninguna antología es más certera que aquella que el tiempo traza sobre las obras de los hombres de letras e ideas, esa que permite (o no) pervivir en las lecturas (y escrituras) de los que vendrán —aunque la Historia misma, también humana, conspira y construye sus memorias. Que esta muestra sirva de abono en el acto de inscribir y difundir lo que el cerco numantino impide que se aprecie fuera de la ínsula: voces que, como las de su padre, Calibán, reclaman lo que les pertenece y buscan que la Historia en algún momento las absuelva.

 


El primer título se debe a que la familia cubana, marcada por procesos políticos como el derrumbe del campo socialista, dejó de usar nombres rusos y comenzó a crear otros disímiles, que comenzaban con “Y”. El segundo se refiere a los años en que comenzaron a publicar esos escritores, a partir del año 2000, fundamentalmente. De forma simbólica alude también a la diferenciación de un grupo que, desgajado de muchas de las creencias y certidumbres de sus predecesores, tuvo que “empezar de cero”.

La Calzada de Jesús del Monte es asociada con Eliseo Diego por el poema que le dedicó; en Trocadero vivía José Lezama Lima. Se trata de una construcción de opuestos entre la poesía del primero, más nítida, y la del segundo, neobarroca. La “palma sola” es un motivo poético de Nicolás Guillén, famoso por su coloquialismo, negrismo, criollismo; la “palma negra” se refiere a Virgilio Piñera, paradigmático por sus vetas de humor, grotesco y absurdo. Diápora(s) fue un grupo y una revista de los noventa, significativos por sus exploraciones filosóficas y lingüísticas.

 

Jamila Medina Ríos (Holguín, 1981). Poeta, narradora, filóloga y editora. Ha publicado los poemarios Huecos de araña (Ediciones Unión, 2009), con el que obtuvo el premio David 2008; Primaveras cortadas (Proyecto Literal, Ciudad de México, 2012), País de la siguaraya (Beca Prometeo; revista La Gaceta de Cuba, 2012), Del corazón de la col y otras mentiras (mención Premio Wolsan 2012; Colección Sureditores, 2013), Anémona (Ediciones Sed de Belleza, 2013); el libro de ensayo Diseminaciones de Calvert Casey (Premio Alejo Carpentier 2012, Letras Cubanas, 2012), así como los libros de narrativa Ratas en la alta noche (Malpaís Ediciones, Ciudad de México, 2011) y Escritos en servilletas de papel (Ediciones Holguín, 2011). Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y de la Unión de Artistas y Escritores de Cuba (UNEAC).

Leonardo Iván Martínez (Ciudad de México, 1982). Poeta y ensayista. Egresado de la carrera de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha realizado lecturas de su obra poética en distintos espacios de México, Cuba y Colombia. Ha publicado en las revistas Cronopio, Palabras Malditas, La Otra Poesía, Variopinto, Tierra Adentro, Casa del Tiempo y Punto en línea. Es autor del poemario El huerto y la ceniza (Instituto Mexiquense de Cultura, 2012).