POESÍA DE ISRAEL/No. 182

 
Lyor Shternberg
 
 

*

Ésta es la contradicción: amar al mundo
y hablarle con poemas. Pues quién entre los humanos,
mujeres con sus galas, hombres jugando al fútbol,
los que visten camisas de punto
y nueva piel en la primaveral mañana de la plaza,
perros que agitan su cola y niños que vuelan sus cometas,
quién leerá, aunque sea, sólo un poema tuyo. El corazón se te escapa.
De no haber sido por la vergüenza misma
habrías ya extendido los brazos y cantado,
rajando el día con tus discordancias.
Mas —por lo menos— tu amor por ellos es sincero.
Te sientas en la sombra,
sostienes tu libreta, la lapicera negra,
le escribes a quién,
esparces palabras en el viento del mundo
(cometas, perros, niños que brillan bajo el sol
todo el amor —)



La cuchara hueca


Amarte ahora, en contra de mí mismo,
en contra del miedo que me devora el alma
con la cuchara hueca,
contra el mundo que llama
a destruir el cuerpo
del alma de mi cuerpo
con toma de otros cuerpos rehenes,
contra la conciencia que baila
consigo misma
hasta la muerte.

Todas esas danzas de la nada,
todos estos intestinos ojos
desperdigándose en cielos falsificados,
trampas de red heladas, azuladas.

Tu desaparición es tu regalo nocturno,
no porque te elija como la gran faltante
o porque te desee por suave o por lejana
sino porque en el extremo de tu ausencia
espera tu cercano, humano cuerpo,
para hacerme un espacio real
en el mundo.



Salir de los poemas

Que los poemas me enseñen a salir de los poemas.
Contemplaré bellas personas que pasan por las calles
y marcharé como el sol hacia tu nombre, nueva amada mía.
Está sucediendo, sucede, miren, está sucediendo:
es un fuego que no desprecia el kitsch.
Porque si el kitsch es “los cálidos ojos de la noche”
“tu cabello se extiende como nocturno vástago”,
entonces, ¡por favor! ¡que suenen los clarines! ¡soltad palomas!
Un tonto ha resuelto abjurar de lo triste,
venderse por un plato de lentejas en un día de sol.
Que los poemas me enseñen a salir de los poemas.
A vivir.



Pan

Viniste a mí en mi sueño
y comí en la mañana el pan que habías horneado.
Alzamos nuestros párpados,
descorrimos un velo
y un tapiz desplazado reveló
la baldosa faltante y la sencilla tierra
que es también
la vida.



A propósito de una de las guerras

1

Todos somos combatientes de las divisiones del desierto,
entrenados en supervivencia, fieles
a los deseos que transmite la comandancia
por los canales secretos. Nuestro rumbo es sabido.
El objetivo no es el nuestro pero es claro
y nuestras armas se adecúan,
como los ojos y la piel,
al baño de arena que roe lentamente la conciencia.
Todos somos soldados de mirada dura,
heridos de nostalgias,
con almas entrenadas en arrastrarse
y una fe que arde en nosotros
como estanques de gasolina.
Súbita y sola, la desolación nos ataca
como bestia herida el corazón.

2

¿Qué imagen le corresponde al hombre
en el estruendo de estos ruidos?
Entre la propaganda y los noticieros en vivo,
el veneno de las transmisiones satelitales.
Existen otros senderos caprinos,
el golpe contra el molusco en la playa invernal,
y hay un lugar en el que el viento
no atesora en su palma un puño de metal.
Pero en el universo noticioso pareciera
que el natural es avanzar
con un casco en el cráneo,
encerrado en cajones de hierro,
decidido, ofensivo, comido por los años,
sin una roca de luz
sin un trino de pájaro matinal.
 

Traducciones de Gerardo Lewin


Lyor Shternberg (Petaj Tikva, 1967). Poeta y traductor. Vive en Jerusalén, donde da clases de literatura, escritura y cine. Es egresado del taller de escritura de la revista Helikon y cursó una maestría en la Universidad Hebrea. Ha publicado tres libros de poesía, todos ellos galardonados. Traduce del inglés y se ha especializado en poesía irlandesa. Es miembro fundador del grupo literario Ktovet. En 2006 obtuvo el Premio del Primer Ministro para Escritores en Hebreo.