POESÍA DE ISRAEL/No. 182

 
Tali Latowicki
 
 

Signos de separación

No impondré el tiempo sobre nosotros:
Fuimos. No
seremos. No
nosotras.

Ya no puntuaré más distancias
con otros signos diacríticos.
No hay forma en la oscuridad de abiertas fauces
ni existe idioma para las señales
que abandonan mis dedos
la mañana de enero.

Pues sólo es fin
de enero, ahora.
Tajante y verde.



Es necesario que una helada

                                               Mientras el sol sea aún bello al salir y al ponerse
                                       y las estrellas en lo alto no dejen de tintinear para mí…
                                                                                                      J. N. Bialik


Mi amada viajó a una tierra
blanca, extranjera,
el país de los casados.

Cuán largo fue su
viaje. Qué lejanía.

Allí trineos cruzan
la sintaxis casual
del hielo en las conversaciones,
y una campanilla eléctrica
en rítmicos destellos
suaviza el dulzor de los besos.

Dicen que ya no volverá
pero yo tiendo
a no creerlo. No aún.
Es necesario que una helada golpee en la oquedad del pecho,
que el corazón ennegrezca,
que la madera de esta viga
estalle.
Sólo entonces desistiré.



El poema de la metáfora errónea


                                                       Es divertido: cada vez que me enamoro,
                                                                                          siempre eres tú.

                                                                                                 Chet Baker


Hacia la madrugada cae la lluvia.
Cae como un perro viejo
y ciego que deambula
inquieto por las habitaciones.
Ha trocado su amor
—que se aleja de mí—
por el eterno y repentino golpearse
contra muebles.
No se te parece en nada
ni tampoco la lluvia
roza tus hombros
—no los que aparecen en el sueño
ni aquellos, que duermen lejos de aquí—
y sólo por ti me implora,
como siempre, el obstinado.



Trabajos de la tristeza

 

A Jaguit, en agradecimiento


En el campo de trabajo de la tristeza
severidad es el pan de la mañana,
cojín del dolor, cabecera en mi cama.

Me cubro de nostalgia: una manta agujereada
por donde asoman los ángeles
de aliento congelado.

Se bañan, fuera, en belleza los brazos;
la piel desea y se broncea.

Regresaré a mi casa para la requisa nocturna,
saludaré tu desaparición, temblarán mis rodillas

y machacaré hasta el alba en el mortero del recuerdo
para erigir frágiles urbes de tristeza
cuyas murallas son la ira y la ansiedad.

Se cierne sobre mí sin incluirme
lo libre de tu ausencia.

Mi salvación es tu salvación
aun cuando estamos ambas
en el mundo presente.

*

El mundo se despoja de su belleza, se transforma en arena.
Y tú en adulta. De repente has saltado desde esa niña
a esto, y sólo ella aún sostiene tu mano, todavía intenta,
en sus ojos continúa brillando la luz de aquella niña
que todo lo podía, pues de su corazón todo fluía
con fuerza poderosa y nada es frío ante el contacto:
ni el mar, ni el fuego ni la piedra.
Hechizarte, pero en tu cabellera hay hilos ya de plata
y está tu hogar desierto de presencias humanas
y todas cuantas hechizaste ya han partido
o tú te despediste de ellas
y el mundo queda vacío y fraudulento.

 

Traducciones de Gerardo Lewin


Tali Latowicki (1976). Investiga y edita libros de poesía y prosa. Da clases en el Departamento de Literatura Hebrea de la Universidad Ben Gurión del Néguev. Sus poemas han sido publicados en diversos periódicos y han sido traducidos al italiano, polaco e inglés. Camera obscura, una antología de sus poemas en traducción de Sara Ferrari, fue editada en 2008 en Italia (Belforte). Trata de usar palabras más abarcativas, su primer poemario, fue editado en 2010 (Keshev-Le-Shirá).