POESÍA DE ISRAEL/No. 182

 
Orit Gidali
 
 

Niño

Te apareces en la sala a la hora de dormir
enarbolando el pasaporte de una pregunta simple
que comienza siempre con qué quiere decir y termina
con porque sí no es respuesta.

No sé responderte casi a nada, hijo,
no a qué ordena la tabla periódica,
no a qué hay más allá del espacio si es que hay algo,
pero frente a ti siento
que ya no me queda mucho por aprender
e incluso que quizás ya he llegado.

Cuando arrastras los pies de vuelta a la cama,
enano a simple vista, gigante para la que te mira,
sé que ahora puedo callar por años
sin decir por favor,
por años puedo nada más escucharte a través de la puerta
leer hasta que te duermes.

Hay algo más allá del espacio, niño, que lo sepas.
Y por ese algo me acerco a tu cabecera,
apago la lámpara, la enciendo, de nuevo la apago,
guiñando el ojo a las estrellas desde dentro de la casa.



Podríamos vivir tan bien dices, y la contemplas, aún bella


En un rato será sábado en el Sharón y los semáforos se desnudan del rojo, los cordones se
desatan y liberan los pies, y los récords mundiales se reúnen dentro de un libro y descansan de
su afán por superarse, y el vuelto en la billetera destaca el triunfo de lo mucho y lo pequeño, y
las fechas de vencimiento de la leche no amenazan borrarse, y las primicias respiran dentro de
las bolsitas cerradas, y el hielo del congelador toma la forma de la bandeja, segura de sí misma,
y el poliestireno se deshace en pequeñas bolitas inútiles, y los acondicionadores no se disculpan
por falsificar el calor, y las pantallas no se excusan por falsificar el brillo, y el canto apaga el
piso de linóleo y enciende el cielorraso,

y los adolescentes se ponen amables y no gruñen al decir gracias, y lo que se condensa se
condensa y lo que se escinde se escinde, y los afanes de las nubes son por el campo y los afanes
del campo por el cardumen que navega entre hierbas imaginarias, y en los viñedos las uvas se
vuelven pasas y otras vino y no todo lo dulce se infesta de larvas, y quien pide por el diluvio no
piensa en destrucción sino sólo en una lluvia torrencial, y las personas importantes vuelven a
casa y se reúnen con sus familias, y la generosidad se revela virtud y no un acto de jactancia, y
los errores se borran del corazón de las cosas, y el metabolismo es correcto, y lo que es de todos
es de todos y lo que es de cada uno es,

y las frutas pagan su diezmo y no se echa de menos la parte que falta, porque son más livianas y
más dulces, y toda rama injertada se acopla a su tronco, y los capullos se estiran hacia afuera,
y las abejas imaginan la miel, y los árboles eligen rey según sus flores, y el asfalto conquista la
tierra y libera al borde del camino lo mejor de ella, y las corolas de los pensamientos mecen sus
colores, y el polvo retrocede ante el polen, y toda llovizna es posibilidad de arcoíris, y el verde
de los matorrales casi supera al del follaje, y en el parque de los ancianos se abren las regaderas
del invierno en torno a ustedes, y realmente de pronto sopla un buen viento del sur,

sólo que ella no te responde cuando preguntas, te ahorra el no hay. Tus palabras se deslizan por
el puente de su nariz cuando te apoyas en el bastón y la contemplas, contemplas las flores,
contemplas el asfalto (podríamos vivir tan bien, dices) y recuerdas la tierra.

*

Está bien que conversemos ahora,
que aún no vimos ambas a los niños que nacerán de mi hermano, tu hijo,
o el casamiento de mi hija mayor o qué pasó
con el país.
Y nosotras todavía nos apasionamos por igual por todo asunto importante,
no temo contarte qué perdiste y qué por ello se me perdió a mí por dentro,
no temo decirte ven, siéntate.
Una madre necesita visitar a su hija en todo momento,
aun de noche como ahora cuando nuevamente no puedo dormir
y pienso en ti en tus profundidades, la fuerza de tu cuerpo
nutriendo el pasto verde.
También en la oscuridad sigues haciéndonos sitio a todos
para sentarnos y conversar.



Piedras pesadas

Todo el tiempo estoy sentada a tu lado,
todo el tiempo como una modulación continuada,
pese a que algún extraño me hechizó,
y ahora soy hermosa no sólo gracias a ti.

Todos los días que pasamos juntos se acumulan sobre nosotros como abrigos,
justamente cuando necesitamos una ventana abierta y leves brisas primaverales.
No te vayas, dices. No me iré, digo,
y te aferro con fuerza.

Dos anillos en nuestras manos dibujan un infinito vacilante,
y yo me consagro a ti,
pero sólo con votos temporarios.
Deposito de nuevo en ti el para siempre pero esta vez con precaución.

Mira, digo,
este oro fue extraído de la roca y pulido capa a capa.
Mira, pienso,
los años vuelven a amontonarse sobre él como pesadas piedras.
 

Traducciones de Florinda F. Goldberg

 


Orit Gidali (Tel Aviv, 1974). Es poeta y educadora. Conduce talleres de escritura y da clases sobre comunicación en dos universidades. Ha publicado los poemarios Veinte muchachas para envidiar (2004) y Proximidad (2009), así como el volumen de cuentos infantiles Nuna la lectora de pensamientos (2007), este último traducido al inglés.