POESÍA DE ISRAEL/No. 182

 
Dana Amir
 
 

Y tu vida está aferrada a mi alma

Podrás creerlo, después de todos estos años
me planto desnuda por fuera de mi ventana iluminada y el tiempo
viaja dentro de mí.

No me reconocerás, ahora que el marrón de mis ojos tirita
como la llama de la vela
Antes, cuando era más leve que el aire, sabías distinguir mis pasos
según el ángulo entre mi pequeño cuerpo
y la tierra.

Supe tu amor como supe los nombres
con que me llamaban antes de nacer.
Todos los años te contemplé, íntegra la clave que oculta lo roto,
lo que tiembla desprotegido.

Muchas cosas desparecieron en el momento en que dejaste de mirarlas.
Pero es porque sólo existían en tu mirada.
Y si preferiste las partes del cuerpo al cuerpo entero
es porque en ellas moraban los anhelos.

El tiempo era gajos de naranja, la miel, el pan.
El cuerpo reunido sin lamentos. El alma
que confabula y permanece.
Eras el latido del corazón.

En las noches en que el único cálculo era la distancia desde la casa
estuviste junto a mí por los caminos,
resistiéndote a indicar el rumbo, y tu vida,
estaba aferrada a mi alma,
fijada a la tierra como
base de palanca.



Algo como noche


En las callejuelas de Kababir las plantas de malva se aferran como venas entrelazadas
a la tierra seca.
Las palabras son músculos contra el miedo. La memoria es cera
para sellar lo que nunca se pensó.

Una fuente de pepinos con crema. Huevos pasados por agua. Mesa de madera gruesa
engrapada a la pared. Buenas noches Dana, buenas noches Aya.
Las voces se ocultan en las voces: abran el portón y entraremos por él,
novio y novia en un carruaje leve.

Orgullosa, te mantuviste helada en el corazón de ese infierno.
Del otro lado de la cortina los latidos de mi corazón fueron tu único testimonio,
el vencedor.

El rostro de la niña que fuiste a la altura de la hierba fina, de las piedras del patio,
de las paredes bajas.
La muerte que toda la vida te quedé debiendo.

.
Desde entonces tu vida va y viene sobre las aguas, sin salida.
Te hablo como el monte le habla al abismo: levántate,
te digo.
Pronuncia tú también la palabra final.

Desde aquella herida te alzas y te pones de pie, giras hacia mí
la palma de tu mano y algo sombrío, algo como la noche
asciende de ella
y florece.
Sobrevivimos los duros decretos de diciembre.
Yacemos echadas una junto a la otra
como dos silencios.

Un instante más y fuimos.



Poemas de la sala de emergencias

Todos se fueron a dormir. La niña árabe en la cama de al lado,
su madre cuyo nombre se parece a Alegría, la secretaria de la sala
que se llama como habríamos llamado a tu hermana si tuvieras hermana.

Estoy sentada en tu cama en la oscuridad,
acechando al dolor como a un violador emboscado.

Tu cuerpo se va reduciendo y sólo tu cara crece en la noche,
Las cuencas de tus ojos se abren como cráteres secos.
También el miedo es seco, penetra sin ruido en los huesos.

Me empeño en vestirte con ropas que huelen a nuestro jabón.
Así señalo que no perteneces aquí.
Estás tan confuso, comienzas las frases por la mitad,
te ofendes porque no te entienden, porque necesitas,
como todos nosotros, de palabras.

Mides el dolor como se mide la altura.
Yo sueño sueños que duran el lapso
entre suspiro y suspiro.

La noche traduce el amor en actos simples: alisar la almohada,
lavar el orinal, arroparte. Tomar los olores con indiferencia,
contar tareas en vez de minutos. Hijo, te digo. Hijo.
Y recuerdo cómo el día de tu circuncisión me preguntaron
si eras mi primer hijo.
Y yo me llené de lágrimas retenidas, silenciosas, como un lago.



Sólo una fábula

Tus ojos hoy están llenos de miel.
En la blancura que nos rodea como una luz rechazo con ternura
todas tus propuestas de vestirte,
levantarte,
la fina sábana trasluce tus pezones firmes y oscuros como uvas maduras,
y el viejo zorro está preso en las viñas de tu cuerpo
donde la opción es sólo una fábula,
pero el dolor es vino.



Hasta que venga la tierra

Contempla ese rostro.
Algo se disimula en esa palidez y no sé si es un signo de eternidad
o de olvido. Observa las venas pequeñas, las lesionadas, las que exhiben
el desgaste del tiempo.

Debo gritar mi nombre en la entrada. Todos mis nombres.
Sólo el que ahora caiga la noche no significa
que dejan de existir los objetos. Mira tu cuerpo, por ejemplo. Ese cuerpo de piedra.

Hasta que venga la tierra.
Del otro lado, la lluvia llena las copas de las hojas. Lo que oyes ahora
                                                                          no es muerte.

sino vida que adquiere sus formas.
Variantes ligadas a lo que vale, a lo que está,
a lo que se acumula para bien.
 

Traducciones de Florinda F. Goldberg


Dana Amir. (Haifa, 1966). Es psicóloga clínica, psicoanalista, poeta e investigadora literaria. Publicó cuatro libros de poemas y dos libros sobre psicoanálisis. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía (1993), el Premio Bahat a libros de investigación (2006), el Premio en Memoria de Frances Tustin (2011), el Premio del Primer Ministro a Escritores Hebreos (2012) y el Premio Sacerdoti de la API. Su segundo libro teórico recibió recientemente la Beca de la Fundación Científica de Israel.