POESÍA/No. 181


 

Poemas



Luis Miguel Cruz

 

 
SOY UNA MONTAÑA, ay, soy una montaña
porque todos nos parecemos a nuestras ciudades.

Soy un árbol, nieto de árboles, un hijo adoptivo, quizás un impostor,
quisiera ser el huésped más estable.
Me autonombro embajador, enemigo de las máquinas, de las destrucciones forasteras.

Soy un vigilante, un centinela, un velador, hijo de ciudad,
de sus ubres que me dieron juventud, de sus pastos verdes, tremendamente verdes.

No tengas hijos, madre, por unos días no, ten una laguna blanca y estrellada
por lo menos en un viaje, ten unas flores,
el mensaje adentro del cuello de las flores: ese mensaje es para ti
y es toda la noche y sonríes.
Yo aquí voy, mitad huérfano, pero a paso seguro, sin perderme, por el mismo camino.

Toma, soy una alcachofa, aquí dice: toma una parte y cómela.
No habremos de dejar de sentir,
somos como un pulpo que separó sus partes al caer sobre nosotros una extraña
guillotina.
Somos un resto de tentáculos amantes.
Ah qué agitación en este mar, en este mar interno en este mar,
en esta punta de la ola. Toma, ve mi corazón, detente,
cuando te asustes voltea a ver mi corazón,
veo en tus ojos que sabes de qué hablo,
cuando te asustes voltea a ver.

El amor es una daga blanca en estos tiempos
una zona precaria, un cuerpo sin piel
blando y soleado como los moluscos

una persistencia de la frente, una voluntad,
La Voluntad:
Tambor que cruza la calle a paso seguro,
son las compras del supermercado, las compras diarias,
las caminatas diarias bajo el sol.

Hay una sombra en mi boca, una rosa aplastada, un sentimiento enorme
de ombligo umbilical, hay una navaja que no sale en cada mano
un alfanje mortal, hay terror para los forasteros,
hay un rifle apuntando desde mi ventana, unos puños recios como la sal,
como la sangre, como el interior amargo en las fosas nasales,
como la prueba final, como el momento definitivo para dos, como la carne enredada,
como el momento más real.
Hay unos puños en mis ojos, hay unas dagas, duermo con espadas, soy un jardín de
armas
soy un aire irisado de peligro, un cuerpo acostumbrado a respirar un aire que quema,
que exhala fuego en las narices, que mira, acecha, tiembla, y está alerta,
que siempre sabe cómo actuar.
Soy hijo de ciudad, defensor de mi cuarto y de mi casa, soy el centinela,
los pies pesados. Soy quien está al acecho, soy quien tiene el control.



Pulsar pequeño


Latí toda la noche. Latí inexplicablemente, sin ayuda de nadie, a oscuras,
soltaron los patos que vuelan en la noche, ancharon los cielos,
corrieron los cerrojos,
lato como barca que navega calmadamente a la otra orilla
concentrado en el pulsar pequeño escasamente luminoso
y aquí aparecen todos los buenos consejos
la dedicada sabiduría zen, lo que está aún por descifrarse

El mundo desaparece sus signos
los edificios pierden sus ladrillos válidos
Las amenazas pierden su impulso

Lato casi solo entre beatífica neblina



        LOOR,
        llegaste después
        del toque de queda
        a pesar del humo, las bombas, las balas,
        tú te refugiaste en cabarets
        Empapada del humo del cigarro
        guiñando un ojo tras el martini

        Y “Alguien” sufría por un posible muerto en la batalla
        por las esquirlas que podían rozarte en el aire
        pero tú llegaste tarde
        oliente a humo
        y durmorosa
        después del toque de queda
 
 
 

Luis Miguel Cruz (Xalapa, 1977). Estudia Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Realizó estudios de Música y Filosofía en la Universidad Veracruzana. Obtuvo la beca del FOECA Veracruz en la categoría de novela (1997-1998) y en poesía (2011-2012). Ha publicado en medios impresos y digitales. Tiene dos libros de próxima publicación. LLeva el blog <http://faunaterrena.blogspot.mx/>.